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Reportaje:

La evacuación de la cerveza

Jesús García Bueno

A medianoche, un joven magrebí pasea por la plaza de la Gardunya, en el barrio del Raval. Es viernes y la actividad de la semana ha saturado los contenedores del mercado de la Boqueria. A escasos metros hay un par de cabinas de plástico de color gris. Son los nuevos urinarios portátiles que el Ayuntamiento de Barcelona instaló ese mismo día, a primera hora, para evitar que la gente haga sus necesidades en la calle. El joven magrebí mira extrañado el novísimo mobiliario urbano. Rodea el hábitaculo por delante y por detrás, se lo piensa y, al final, pasa de largo: prefiere orinar en una esquina cercana.

Desde la plaza de la Gardunya, pasando por la calle del Hospital, se llega a otro de los seis puntos de Ciutat Vella en los que se han situado los 12 aseos, públicos y de acceso gratuito, que estarán abiertos las 24 horas. Se trata de la Rambla del Raval. Hacia la una de la madrugada, la actividad allí es intensa y directamente proporcional al consumo de cerveza enlatada. O "cerveza-beer", según la fórmula universal utilizada por los proveedores ambulantes. El ritmo de entrada y salida es alto: cada dos minutos, una persona utiliza los aseos.

"Así no tienes que ir de bar en bar pidiendo que te dejen ir al baño", dice una joven
Los urinarios de la Rambla del Raval y de la plaza de George Orwell son los más usados
Los usuarios de los nuevos aseos públicos instalados por el Ayuntamiento en Ciutat Vella aplauden la iniciativa

Uno de los usuarios es un marroquí que lleva un corte de pelo militar y una camiseta ajustada, ideal para camuflarse en caso de una reedición de la guerra del Vietnam. Entusiasmado, el joven aplaude la iniciativa e indica que supondrá "un ahorro para el Ayuntamiento" porque los servicios de limpieza ya no tendrán que combatir las meadas con ingentes cantidades de agua. Pero mientras dice esto, en la acera de enfrente otro joven separa las piernas y se arrima a una pared, gesto inequívoco de que se dispone a orinar.

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Durante la primera noche de funcionamiento, y sin que los barceloneses conozcan apenas la iniciativa municipal, la instalación de los urinarios parece un éxito en la Rambla del Raval. Pero la gran mayoría de los usuarios son hombres. Sobre la 1.30, una chica morena, de pelo rizado y acento andaluz, se acerca a una de las cabinas. En el mango de la puerta, la luz verde la invita a entrar: el aseo está libre. Aun así duda y entra temerosa. Pero al salir también se muestra satisfecha: "Así no tienes que ir de bar en bar pidiendo que te dejen utilizar el baño".

De hecho, si el Ayuntamiento ha decidido impulsar esta primera red de mingitorios portátiles es en parte por las protestas de algunos propietarios de locales nocturnos de Ciutat Vella. Su queja: los jóvenes entran a sus locales no para beber, sino sólo para desbeber lo bebido. También los vecinos del Casc Antic critican que a partir de las tres de la madrugada (hora de cierre de muchos bares) la gente hace sus necesidades en cualquier rincón. En septiembre, el alcalde de Barcelona, Joan Clos, rebatió este argumento asegurando que uno debía salir "pixat (orinado) de casa". Y añadió que el Ayuntamiento no tiene que resolver al ciudadano algo tan de la esfera íntima como son las necesidades fisiológicas.

Al final, el consistorio ha optado por instalar los urinarios y retomar así una larga tradición en Barcelona. Hasta 1984, había unos 48 mingitorios públicos, situados en puntos estratégicos y lugares de paso, como la plaza de Catalunya, la plaza de Urquinaona o el paseo de Sant Joan. Ese año el Ayuntamiento los sustituyó por otro sistema: las cabinas individuales. Pero eran de pago y la gente no las utilizaba. Barcelona no había experimentado aún el boom del turismo y el consistorio decidió retirarlas.

Si aquéllas tenían todo tipo de sofisticaciones -espejo, lavado automático, grifo para lavarse las manos- los estrenados el viernes son más modestos, típicos de grandes eventos y de carácter provisional. "No hay luz", advierte la joven morena, que aun así reconoce que "es mejor orinar en la cabina que en la calle".

Lo que sí hay, tanto en la Rambla del Raval como en los otros enclaves, es papel higiénico. Un papel que, a medida que avanza la noche, va arrastrándose cada vez más por el suelo como una serpiente. De ahí la advertencia que puede leerse en el interior de las cabinas: "Mantenlo limpio". El mensaje está escrito en cuatro idiomas: catalán, castellano, inglés y árabe, ya que se trata de una zona concurrida por turistas extranjeros y con un alto porcentaje de personas procedentes del Magreb.

Dirigiéndose desde el Raval hacia La Rambla se llega a la calle Arc del Teatre, donde hay dos urinarios más. Son casi las dos y la gente sigue bebiendo. Algunos practican el botellón y otros hacen piña alrededor de los bares. Pero la gente no utiliza demasiado los urinarios. Tampoco los de la plaza de Folch i Torres, ni los de la calle de la Rosa, quizá porque están en lugares escondidos y oscuros.

En la plaza de George Orwell, en cambio, los urinarios son todo un éxito. Un par de amigos celebran, cerveza en mano, la mística aparición de un inodoro. "El problema era que no había sitios como éstos; deberían poner más", dice uno de ellos, que aprovecha para criticar el proyecto de nuevas ordenanzas municipales que el Ayuntamiento ha presentado recientemente para combatir el incivismo. La ordenanza prohíbe "defecar, orinar, vomitar y escupir" en la calle, y prevé multas de hasta 300 euros para quienes la vulneren. Pero el joven, que se sostiene en pie con dificultad y balbucea, no se refiere precisamente del capítulo sobre necesidades fisiológicas. Él habla de uno de los puntos polémicos del borrador: la posibilidad de multar a las prostitutas y a sus clientes si generan problemas de convivencia. Su amigo, que balbucea tanto como él, insinúa que la ordenanza no le conviene porque, al parecer, es cliente habitual de este tipo de servicios.

Sin excusas

Los 12 urinarios son portátiles, públicos y aptos por igual para hombres y para mujeres. El Ayuntamiento ha alquilado las cabinas, que son de plástico y de reducidas dimensiones, a una empresa privada y las ha distribuido en seis puntos del centro histórico: las plazas de George Orwell, de la Gardunya y de Folch i Torres; las calles de la Rosa y Arc del Teatre, y la Rambla del Raval. Al contrario de lo que ocurre en otras ciudades europeas, como París o Londres, los aseos de Barcelona son gratuitos. "Así nadie tiene excusa para hacer sus necesidades en la vía pública", explica Helio Lozano, uno de los directores de servicios técnicos del distrito de Ciutat Vella. Lozano apunta aún otro motivo para garantizar la gratuidad del servicio: "Evitamos los actos de vandalismo de quien pretendiera hacerse con la recaudación".

El habitáculo está equipado exclusivamente con un váter y un portarrollos para el papel higiénico. Según Lozano, el mantenimiento de las cabinas "será muy estricto". Como las cabinas no disponen de un sistema de lavado automático, técnicos del Ayuntamiento deberán hacer tareas de limpieza más de una vez al día y reponer el papel higiénico. En lo referente a la evacuación de líquidos y excrementos, los aseos disponen de un mecanismo químico. "Se produce una reacción química, los excrementos se licuan y van a parar directamente a las alcantarillas", explica el director de servicios técnicos.

Según Lozano, las cabinas se han instalado en estos seis emplazamientos porque son "puntos negros de incivismo": se trata de lugares con multitud de locales de ocio nocturno, muy frecuentados por los turistas y donde el consumo de alcohol, tanto en la calle como en los bares, es elevado. A partir de diciembre, el distrito tiene previsto ampliar el número de urinarios con nuevos aseos, que serán fijos y tendrán más comodidades.

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Sobre la firma

Jesús García Bueno
Periodista especializado en información judicial. Ha desarrollado su carrera en la redacción de Barcelona, donde ha cubierto escándalos de corrupción y el procés. Licenciado por la UAB, ha sido profesor universitario. Ha colaborado en el programa 'Salvados' y como investigador en el documental '800 metros' de Netflix, sobre los atentados del 17-A.

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