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Ian McEwan captura la angustia de Occidente tras el 11-S

"La mayoría de londinenses espera más bombas", dice el autor de 'Sábado'

Descubrir qué es ser un hombre en una ciudad, en un siglo, es la pregunta formulada por Saul Bellow en Herzog, que Ian McEwan ha procurado responder en su última novela, Sábado. Situado en Londres en el día de las manifestaciones masivas contra la guerra de Irak, el libro abre interrogantes incómodos sobre la manera en que las crisis mundiales afectan a las personas o sobre cómo éstas pretenden estar afectadas por el estado del mundo.

"Quería concentrar la angustia, esperanzas y miedos de la época en un solo momento", explicó ayer el escritor británico Ian McEwan (1948) en Barcelona. Sábado (publicada en castellano por Anagrama y en catalán, Dissabte, por Empúries) transcurre a lo largo del 15 de febrero de 2003 y procura una descripción de la confluencia entre lo público y lo privado tras el 11 de septiembre de 2001. El protagonista, un neurocirujano de prestigio, racionalista y escéptico, observa la posición de sus convecinos y de su propia familia ante la inminente guerra de Irak y, a la vez, experimenta una serie de agresiones -la visión inquietante de un avión en llamas sobre el cielo de Londres, un accidente de coche, un asalto con violencia a su casa...- que reflejan el desasosiego de un hombre común ante las amenazas que se ciernen sobre su vida confortable y ordenada.

En Sábado son constantes las alusiones a un posible ataque en Londres que se produjo, efectivamente, el verano pasado: "Cuando escribí el libro ya estábamos esperando las bombas. Y, a pesar de ello, cuando llegaron fue un shock terrible. La ansiedad y los conflictos de ese momento no se han desvanecido. Por el contrario, pienso que es correcto decir que la mayoría de londinenses esperan todavía más bombas", dijo McEwan, quien lamentó la disminución de libertades por más seguridad que está introduciendo el Gobierno de su país, y observó que en los últimos tiempos hay cierta "autocensura" entre sus contemporáneos a la hora de tratar la cuestión del islam.

El protagonista del libro, Henry Perowne, es más bien partidario de la intervención en Irak. Coincide, en buena parte, con la de McEwan: "Pienso que había argumentos sólidos y democráticos para eliminar a Sadam", afirmó. Es un punto de vista incómodo, antipático, en un tiempo en que la oposición a la guerra cosechó unanimidad en la izquierda. En la novela, el escritor traslada los "furiosos" debates sobre la oportunidad de la invasión a las discusiones que Perowne mantiene con su hija, Daisy, influida por aquellos a quien Perowne califica de "relativistas" y "pesimistas alegres". El hijo, Theo, que empieza con buen pie una carrera como músico, representa "la actitud de buena parte de la juventud británica: es gente que sabe lo que quiere, pero es incapaz de levantarse temprano para ir a una manifestación".

"El 15 de febrero de 2003 fui a la manifestación de Londres, pero no del todo convencido. No podía comprender la alegría de la gente. Si dejábamos a Sadam en paz, dejábamos también a millones de iraquíes en sus manos", continuó. Protagonista y escritor, también, dudan de la "habilidad del Gobierno americano para construir un país en la posguerra". En contacto con exiliados iraquíes e iraníes desde la época de la fatwa dictada contra su amigo Salman Rushdie, McEwan lamenta que la posguerra en Irak haya traído "desastre y caos" y que "la voz laica de Irak haya sido silenciada".

Perowne siente que el periodo de "incertidumbre" será largo, en la novela se habla de 100 años: "Después de Expiación", explicó el escritor, "en el verano de 2001, decidí escribir una novela sobre el presente. No sabía entonces cuán horriblemente interesante podía llegar a ser".

Ian McEwan, ayer en Barcelona.
Ian McEwan, ayer en Barcelona.EFE

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