Hipatia tiene aún pocas herederas
Las mujeres sólo dirigen el 17% de todos los grupos de investigación que trabajaban en 2002 en Andalucía
Hipatia fue matemática y filósofa, construyó instrumentos como el astrolabio y el hidroscopio y escribió trabajos de astronomía. Su influencia extrañaba en Alejandria, donde algunos la consideraban una hechicera. Acabó fatal. Un grupo de cristianos extremistas la torturaron y la asesinaron en el año 415. Dejó huella en la historia de las matemáticas y también en la historia de las mujeres, tan carente de referentes en el pasado en el mundo de las ciencias.
Nadie confunde a las matemáticas de hoy con brujas, pero 1.590 años después, siguen siendo una minoría en un mundo de hombres las que rompen el "techo de cristal", la barrera invisible que dificulta el ascenso profesional de las mujeres. Ana Guil Bozal, catedrática de Escuela Universitaria en el departamento de Psicología Social de la Universidad de Sevilla
"El techo de cristal existe, no se ve y no te das cuenta hasta que no te tropiezas con él"
"Si alguien piensa en limpiar tubos en un laboratorio, piensa en una mujer", dice Gruart
ha dedicado su labor académica a indagar en la discriminación de las mujeres.
En uno de sus estudios, que analizó los grupos de investigación que trabajaban en Andalucía en 2002, observó que sólo el 17% estaban dirigidos por mujeres (el 10% si se ceñía a las áreas de Física, Química y Matemáticas). Las universidades de Córdoba y Pablo de Olavide son las que ofrecen las tasas más bajas: el 16% y el 15%, respectivamente. Málaga, con el 28%, ofrece el mejor resultado.
En breve publicará los resultados de un nuevo trabajo, que examinó la distribución por sexos del personal docente investigador de todas las universidades andaluzas en 2004. El resultado muestra cómo la presencia de mujeres decrece conforme se asciende en la carrera académica, desde representar el 42% del profesorado contratado hasta limitarse al 11% de las catedráticas de universidad.
Si en la estadística se mira más atrás se observa como las mujeres parten de cifras superiores a los hombres (hay más alumnas, más licenciadas y más doctorandas) y cómo se van acortando las diferencias hasta llegar al momento de la publicación de tesis, donde los hombres ya superan a las mujeres por primera vez. A partir de ahí, las distancias comienzan a agrandarse paulatinamente conforme se asciende. El resultado, visto en una estadística, recuerda a una tijera abierta y como tal se conoce.
Se repite en todos los países, tanto que la Comisión Europea, tras estudiar minuciosamente el hecho, ha elaborado una serie de recomendaciones para favorecer la paridad en el mundo de la ciencia, la investigación y la industria. Una de ellas es que los tribunales y los comités de evaluación incluyan mujeres entre sus componentes para evitar la "cooptación", expone Catalina Lara, profesora titular de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad de Sevilla. "El techo de cristal existe, no se ve y no te das cuenta hasta que no te tropiezas con él", añade. Lara, que
dirige un grupo de investigación desde 1988, trabaja en un departamento donde sólo hay tres mujeres profesoras titulares de los 23 totales y ninguna catedrática de los cinco existentes. En sus aulas, por el contrario, predominan las alumnas. Agnès Gruart, profesora titular de Fisiología en la Universidad Pablo de Olavide, en Sevilla, es una de las fundadoras de la Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas (AMIT), nacida en 2002 para promover la igualdad de oportunidades en la carrera investigadora, sensibilizar sobre las discriminaciones y elaborar recomendaciones para combatirlas. Desde Andalucía se han asociado a AMIT unas 40 mujeres.
"La idea que una tiene es que esto ya ha cambiado, y sin embargo cuando ves estudios y estadísticas compruebas que no ha evolucionado", expone Gruart, que dirige su propio grupo de investigación sobre el aprendizaje y la memoria desde 2000 y representa al Ministerio de Educación y Ciencia en la Fundación Europea de Ciencia.
Gruart no ha sufrido discriminaciones en su trayectoria, pero sí observa que las mujeres renuncian en mayor medida que los hombres a su carrera. También diferencias sutiles en los laboratorios: "Si alguien piensan en limpiar los tubos, piensa en una mujer, mientras que si piensa en una tarea más precisa y difícil, piensa en un hombre". Las causas de estas barreras son, a juicio de Ana Guil, complejas. "En principio la cultura patriarcal impregna todas las estructuras, incluida la universitaria, hemos heredado el modelo esclavista y sexista de Aristóteles", plantea. No son exclusiones visibles -ilegales, por lo demás-, sino sutiles, más difíciles de detectar y desterrar. Por ejemplo, las entrevistadas por Guil se quejan de que "los compañeros las ningunean, tienen que decir las cosas tres veces para que les hagan caso y los hombres, una, son más menospreciadas".
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