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Columna
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Estatuto y ciudadanía

Me pregunto si en el debate sobre el Estatuto no estaremos olvidando las razones que motivaron su reforma. Y, si no me equivoco, éstas fueron dos: la primera, que el sistema de negociación de peix al cove, basado en el constante pacto entre los dos nacionalismos, estaba agotado y que Cataluña, después de 25 años de tira y afloja negociador sobre competencias, financiación e infraestructuras, seguía un camino errático y más bien descendente al que era necesario dar un giro ascendente y dotarlo de estabilidad y objetividad, sobre todo después del último pacto con el PP de José María Aznar, el presidente más nefasto para la convivencia cívica y civilizada entre todos los españoles. La segunda razón es que 25 años de Constitución y Estatutos requerían unas reformas que acabaran de definir la estructura territorial y política del Estado español, de reconocer sin dramatismos las distintas realidades nacionales y culturales como factor de riqueza, y de asignar aquellas competencias de financiación y poder territorial que permitieran cubrir, de manera más eficiente y adecuada, las necesidades cambiantes de los ciudadanos y aprovechar al máximo su potencial de desarrollo, proyección y bienestar.

Pues tengo la sensación de que, sobre estos objetivos, pensamos poco y hablamos menos. El debate se ha percibido, aquí en Cataluña, como excesivamente endogámico entre políticos, de manera que a la ciudadanía le ha sido más difícil percatarse de que en él se juegan también sus intereses. Y, de otra parte, se ha percibido como un debate sobre la nación que ha sido monopolizado en exceso por la polémica entre Cataluña y España, lo que no contribuye a que cuaje una convivencia cívica y a que no se enquisten las bajas pasiones y la confrontación, con el riesgo de perder, en el trayecto, bueyes y carretas.

Tenemos una situación de salida envidiable. Primero, el 86% del Parlament avala este Estatuto, y, en el fondo, podemos sospechar, sin demasiado riesgo a equivocarnos, que muchos de los que militan o dan apoyo al partido que finalmente no lo avaló coinciden en que hoy Cataluña está ahogada y necesita aire. Y segundo, hay un presidente español que está dispuesto a jugar fuerte, a pesar de las posiciones de algunos de su propio partido.

Pero si no explicamos suficientemente por un lado, y no se quiere entender por el otro, que lo esencial de la nueva estructura de poder que pedimos es precisamente para afrontar mejor los retos de todos los ciudadanos, que las responsabilidades que queremos asumir lo son porque responden a realidades concretas a las que queremos dar una salida ágil en un mundo complejo y globalizado y que las demandas nacionales no son excluyentes sino envolventes o inclusivas en torno a un proyecto cívico y de futuro que queremos compartir, en el que queremos influir y por qué no liderar, habremos levantado una gran polvareda por una polémica del 20% arriba o abajo de cesión del IRPF o por acabar siendo una comunidad nacional en vez de una nacionalidad histórica.

Proponemos una convivencia con España basada en la lealtad institucional y en la complicidad cívica, en la que la financiación y las competencias son el pilar de nuestras responsabilidades para y con la ciudadanía, no sólo de Cataluña, sino también de España, en el marco de un proyecto europeo que afecta a la globalidad del planeta, y en la que se pueda ser catalán sin dejar de ser español y ser español desde nuestra catalanidad.

Creo que, desde esta perspectiva, quizás nos será más fácil centrar la atención del ciudadano y explicar por qué es importante preservar lo esencial del Estatuto.

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Teresa Sandoval i Roig es miembro de Ciutadans pel Canvi.

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