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Columna
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Malas

Rosa Montero

Acaba de publicarse en USA un formidable estudio científico, con datos de cuatro millones de personas, que demuestra que hombres y mujeres somos esencialmente iguales, tanto en nuestra capacidad intelectual como en las emociones y los sentimientos. Uno de los poquísimos aspectos en donde se manifiestan ciertas diferencias es la violencia: nosotras tendemos más a la verbal y los hombres a la física. En un puerto de mar vi hace ya algunos años una elocuente escena. Un niño y una niña muy pequeños, de no más de dos años, se acercaron a jugar con unas gaviotas. La nena intentó darles de comer una patata frita que llevaba en la mano. El niño agarró un palo y, tambaleándose sobre sus torpes piernas, hizo lo posible por atizarles un golpe.

Sin embargo, los expertos criminales señalan un progresivo aumento en el número de mujeres implicadas en delitos violentos. Cada vez hay más atracos, más manejo de armas, más homicidios, como esa energúmena que fue detenida hace unos meses y que se dedicaba a desvalijar ancianas en sus casas, maltratándolas de tal modo que mató a más de una. Por no hablar de las jóvenes soldados norteamericanas fotografiadas torturando prisioneros iraquíes, tan felices ellas, tan aplicadas en su aprendizaje de la brutalidad. El nervio moral de las mujeres parece estar cambiando. Hace unas semanas fue detenida en Canarias una banda de explotación sexual de menores, y la que dirigía la red era una chica de veinte años. Cómo hemos progresado en el delito.

¿De verdad hay algo genético, o tal vez recurrimos menos a la violencia física sólo porque la tradición nos ha hecho desconfiar de nuestra fuerza? Siempre he dicho que la verdadera liberación de las mujeres pasa por reclamar nuestro derecho a ser imbéciles. ¿Por qué a las mujeres profesionales se les exige siempre un nivel superior? Diantres, que pueda haber tantas tontas notorias como tontos hay (aunque por fortuna ya hay alguna necia de ministra, en esto todavía estamos muy lejos de la paridad). Del mismo modo, tal vez el aumento de la violencia femenina sea un resultado de la equiparación de sexos. ¿Tenemos que ser malas para ser libres? No me gusta la idea, pero quizá sea un precio inevitable.

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