Dieta contra el cáncer, por si acaso
Los científicos admiten que no saben si los cambios dietéticos tienen algún efecto preventivo
Leslie Michelson no tiene cáncer de próstata, pero como director de la Fundación del Cáncer de Próstata de EE UU, sabe muy bien lo perjudicial que es la enfermedad. Así que Michelson, de 54 años, modificó su dieta. Antes evitaba las verduras crucíferas, como la coliflor y las coles de Bruselas, ya que odiaba su sabor. Ahora las come tres o cuatro veces por semana. Antes apenas comía pescado, pero ahora lo consume tres veces a la semana, y la salsa de tomate al menos dos veces por semana. "Me he convencido de que en el cáncer de próstata, la dieta influye", afirma.
Michelson es uno de los muchos que se preocupan por el cáncer -porque lo ha padecido algún familiar o amigo- y recurren a dietas para protegerse. Según los médicos, los pacientes de cáncer casi siempre preguntan qué pueden comer para reducir las posibilidades de morir de la enfermedad. Los mensajes dietéticos están por todas partes: el Instituto Nacional del Cáncer de EE UU tiene un programa, Come de cinco a nueve al día para mejorar tu salud, referido a las raciones de fruta y verdura recomendadas [el Ministerio de Sanidad español promueve también la campaña Cinco al día].
Ahora se cree que lo que influye más es la cantidad de un alimento y no el tipo de comida
Descubrir si la dieta influye en el cáncer está resultando mucho más difícil de lo esperado
A pesar del consejo, a menudo categórico, los científicos admiten que en realidad no saben si los cambios en la dieta supondrán alguna diferencia. Y ahí reside uno de los dilemas de la medicina actual. Está resultando mucho más difícil de lo que se esperaba el descubrir si la dieta influye en el riesgo de cáncer. Abundan las hipótesis, pero las pruebas convincentes parecen esquivas. Es improbable que la mayoría de las modificaciones dietéticas propuestas sean perjudiciales: menos carne, más pescado, más fruta y verdura y menos grasas. Y estos cambios en la dieta pueden ayudar a proteger contra enfermedades cardiacas, aunque carezcan de efectos anticancerígenos. Así que, ¿se debería decir a la gente que está preocupada por el cáncer que siguiera igualmente estas directrices porque quizá funcionen y probablemente no les perjudicarán? ¿O habría que decir a la gente que no existen pruebas y que no deben engañarse a sí mismos?
Barnett Kramer, subdirector de la oficina de prevención de los Institutos Nacionales de Salud, afirma: "Con el tiempo, los mensajes sobre la dieta y el cáncer se han incrementado hasta el punto en que son prácticamente análogos a los mensajes sobre el tabaquismo. Creo que gran parte de la ciudadanía ignora por completo que la solidez del mensaje no se ve equiparada por la solidez de las pruebas". Pero Arthur Schatzkin, jefe de la rama de epidemiología nutricional del Instituto Nacional del Cáncer, afirma que la gente quiere respuestas, aunque no sean definitivas. "No basta con decir que es una ciencia complicada y que tal vez en siete u ocho años dispongamos de nuevos métodos" que podrían resolver los problemas, dice Schatzkin. "Tenemos la responsabilidad de dar los mejores consejos que podamos dar y a la vez señalar que las pruebas son inciertas".
Sin embargo, eso sirve de poco consuelo para los pacientes de cáncer y sus familiares. Y cada vez hay más. A medida que envejece la población, el número de pacientes de cáncer se dispara. El cáncer afecta a uno de cada dos hombres y a una de cada tres mujeres durante su vida. La mayoría de la gente quiere algún control, una forma de prevenir que la enfermedad les afecte o, si lo hace, de impedir que se reproduzca. Muchos piensan en la dieta como estrategia.
Tim E. Beyres, catedrático de medicina preventiva de la Universidad de Colorado, en Denver, estaba convencido de que hasta un 20% de los cánceres eran causados por la dieta y quería formar parte de la emocionante investigación que lo demostrara. "Me parecía que nos encontrábamos en la cúspide de importantes y nuevos descubrimientos sobre la comida y sobre cómo una buena elección alimentaria reduciría el riesgo de cáncer", comenta Byers. Eso fue hace 25 años, cuando las pruebas apuntaban a la dieta. Por ejemplo, las comparaciones de los índices de cáncer entre países indicaban una influencia alimentaria.
"Si miras en todo el mundo, los índices de cáncer de próstata podrían presentar diferencias de hasta 50 veces o más", afirma Meir Stampfer, catedrático de Epidemiología y Nutrición de la Escuela de Salud Pública de Harvard. "También hay grandes diferencias en todo el mundo en el caso del cáncer de mama y el de colon". Y cuando la gente se traslada de un país de bajo riesgo a uno de alto riesgo, ellos o sus hijos adquieren los índices de cáncer del nuevo país.
Al mismo tiempo, en EE UU algunos cánceres se estaban volviendo inexplicablemente habituales o, de forma igual de incomprensible, desaparecían. Por ejemplo, en 1930, el cáncer de estómago era la segunda causa principal de muerte por cáncer en mujeres y la primera en hombres. Ahora, esa enfermedad ni siquiera figura en la lista de los 10 tipos principales de la Sociedad Estadounidense del Cáncer. "Así que, la gente piensa: ¿Qué ha ocurrido en los últimos 70 años para que eso cambie?", señala. "Lo primero que viene a la mente es la dieta". También había diferencias dietéticas que afectaban tanto a los países con altos índices de cáncer como a los que los tenían bajos. Por ejemplo, con el cáncer de mama, los investigadores podían trazar una línea que relacionara directamente la cantidad de grasa en la dieta con la tasa de cáncer de mama en la población. "La gente lo veía y decía: "Aquí está: la grasa provoca cáncer de mama", afirma Stampfer.
Luego llegaron estudios que comparaban la dieta de la gente que desarrollaba cáncer con la de los que no lo hacían. Esos estudios, explica Schatzkin, tendían a demostrar que la fibra protegía contra el cáncer de colon, que la fruta y la verdura lo hacían contra el cáncer de colon y otros, y que una dieta baja en grasas protegía contra el cáncer de mama.
Los mejores ensayos, es decir, los estudios prospectivos que realizan un seguimiento a gente sana durante años en lugar de mirar al pasado y confiar en la memoria, son los más difíciles de llevar a cabo. Son todavía mejores -y más difíciles y caros- los estudios que asignan aleatoriamente a la gente para que siga o no una dieta concreta. Pero, según los científicos, vale la pena realizar esos estudios más complejos. A medida que daban comienzo más ensayos, los científicos esperaban obtener pruebas definitivas de que la dieta afecta al cáncer. Pero no han llegado.
Debido a las sorprendentes diferencias en la vida diaria de la gente de distintos países con elevados índices de cáncer y la de los países con niveles bajos, la dieta podría no guardar relación alguna con la incidencia de la enfermedad, señala Schatzkin. O la dieta tal vez sí desempeñe un papel destacado, pero los cuestionarios utilizados para evaluar lo que come la gente podrían ser inadecuados para descubrirlo. "Ése es el problema", dice Schatzkin. "No lo sabemos".
En cuanto a Byers, que antaño abrigaba grandes esperanzas sobre las hipótesis de la dieta y el cáncer, dice que ahora se siente más triste, pero también más sabio. "Los progresos han sido distintos de lo que yo hubiera predicho", señala Byers. Ciertos alimentos pueden influir en la salud en general, agrega, pero en lo referente a un papel destacado en el cáncer, lo duda. Ahora cree que lo que puede suponer una diferencia es la cantidad de alimentos que consume la gente, y no una comida o un tipo de comida concretos. "Creo que tal vez unas preferencias alimentarias concretas no sean tan importantes como creíamos", afirma Byers.Salud
© The New York Times
Alimentos y postes de teléfono
El mayor estudio aleatorio (el tipo de estudio que proporciona pruebas más sólidas) realizado jamás sobre la dieta y el cáncer está a punto de concluir y en él han participado 48.835 mujeres de mediana edad y ancianas. A las mujeres se les designó aleatoriamente para que siguieran una dieta baja en grasas con cinco raciones diarias de fruta y verdura y dos de cereales, o para que mantuvieran su dieta habitual. La cuestión era si la dieta experimental podía prevenir el cáncer de mama. El estudio forma parte de la Women's Health Initiative, un gran proyecto federal. Cuando comenzó, la hipótesis de la grasa en la dieta estaba en alza. Pero, mientras estaba en marcha, otros estudios menos definitivos no lograron hallar ninguna asociación entre la grasa en la dieta y el cáncer de mama.
Los resultados del estudio dietético de la Women's Health Initiative deberían estar listos a principios del año que viene, afirma su principal investigador, Ross L. Prentice, catedrático de bioestadística del Fred Hutchinson Cancer Research Center de Seattle. ¿Y si no logra encontrar ningún efecto? Prentice dice que seguiría dudando. Quizá lo que importe es la dieta en etapas anteriores de la vida, dice, o tal vez las mujeres del estudio no hayan seguido sus dietas. Otros dicen que sospechan que sencillamente fueron ingenuos sobre las comparaciones entre países que les convencieron al principio. "La gente sacó conclusiones que, mirándolo retrospectivamente, eran demasiado entusiastas", dice Stampfer. "Se podría comparar el PIB con el cáncer o con los postes de teléfonos y se obtendría una gráfica muy similar. Cualquier indicador de la civilización occidental te da la misma relación".
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