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Entrevista:MAYA PLISÉTSKAYA

Los encantos del cisne

Su expresividad, su elegancia, su fuerza, su movimiento, sus brazos… la convirtieron en gran figura de la danza clásica del siglo XX. Esta rusa de 79 años, que lo fue todo en su país, en el Bolshói y en otros escenarios del mundo, acaba de recibir el Príncipe de Asturias de las Artes.

Lola Huete Machado

Nacida en Moscú el 20 de noviembre de 1925 del encuentro entre los Plisetski y los Messerer, esta mujer menuda, fibrosa, de porte elegante, ojos gris verdoso y cuello altivo, heredó la vena artística de los segundos y quedó así predestinada para lucir un cuerpo dotado para el baile, para ejecutarlo con un estilo inigualable que iba a convertirla en estrella de la danza clásica del siglo XX. La historia de su vida es la de un tiempo turbulento repleto de guerras y dictaduras, de personajes sanguinarios (Hitler, Stalin…) cuya influencia trágica llegaría hasta el último rincón de su existencia familiar (su padre fue ejecutado en 1938, y su madre, deportada a Kazajistán) y artística. Cada uno de sus pasos como bailarina dentro y fuera del teatro Bolshói -donde debutó con 11 años (La bella durmiente)-, en giras y galas que hicieron internacional su nombre, estuvo marcado por la política -"ahora, pasaporte sí; ahora, pasaporte no"- hasta el último aliento de la era soviética.

"El ballet actual se ha olvidado de la música y la expresividad. El del futuro va a ser más atlético, nada lírico"

La vida de Maya Plisétskaya es pura danza, un continuo de pasos y músicas -"no hay que bailar con la música, hay que bailar la música", dice-. O quizá es que de todo lo demás se abstraía a través del baile. Del miedo, el dolor, la humillación, la falta de libertad. Así fue muchas mujeres. Y siempre las hizo apasionadas: Myrtha, en Giselle; Odette y Odile, en El lago de los cisnes; Carmen, en Carmen; Julieta, en Romeo y Julieta; Kitri, en Don Quijote; Frigia, en Espartacus… "Bailar es algo que hago por y para el público. Por mí misma, quizá ni lo haría", asegura, sin embargo. Y también: "No me marché de la URSS porque el Bolshói era, es, para bailar lo mejor del mundo". Porque era el único lugar donde nadie podía controlarla, dicen otros. O por no darles el gusto a los que así lo vaticinaban. O por su padre -"nunca quiso ser un traidor y se dejó matar"-. Y por supuesto, por su marido, el compositor Rodion K. Shchedrin (Lolita, El caballito jorobado, Carmen…), al que está apegada con amor adolescente desde hace 47 años. Con la llegada de la perestroika, con la caída del muro de Berlín, se cerró su era Bolshói. "Allí se quedó el teatro, en manos enemigas", escribe en su autobiografía (Yo, Maya, 1994; se editará en castellano en 2006, editorial Nerea). Y así se rompían sus ataduras con aquel régimen que la explotó, la exportó y, paradójicamente, le dio mucho de lo que ha sido y es. La gran diva del ballet clásico viajó y actuó luego sola por el mundo. "Así pasaban y pasaban los años. Interesantes. Turbulentos. De vez en cuando, fascinantes. Nunca aburridos. Pero a veces yo quería volver a casa, para recuperar la respiración, para descansar. Pero ¿dónde está en verdad mi casa, nuestra casa?", se pregunta en el libro.

Su hogar está ahora en Múnich (Alemania), donde una Maya Plisétskaya de 79 años, de voz poderosa, nos habla sólo en ruso -"soy demasiado vaga para estudiar idiomas, y voy a vivir sólo 100 años, así que todo no puede ser"-. Conserva gestos arrogantes, pero es tierna cuando mira y ríe; escenifica movimientos con sus manos y brazos, tan expresivos, cuando quiere ilustrar algo… Y no cuenta mucho. No quiere. Conocida es su capacidad de perderse en sus pensamientos, en su tormenta o su cielo interior; de no explicar, responder o definir. Quedarse en la distancia. En otra dimensión. En las alturas.

Prefiere observar desde su modesto apartamento (repleto de fotos, partituras, libros, un sofá cubierto con una manta, dos pianos, muebles de madera oscura en la cocina…) lo que sucede con su país, la danza y la vida. La entrega del Premio Príncipe de Asturias de las Artes, que comparte con Tamara Rojo, primera bailarina del Royal Ballet Covent Garden de Londres, la trae de nuevo a España, donde dirigió, de 1987 a 1989, el Ballet Lírico Nacional. El jurado en Asturias resaltó que Maya Plisétskaya "ha convertido la danza en una forma de poesía en movimiento". "Su talento es tan poderoso que cualquiera que la ve fuera o dentro del escenario cae rendido ante su magnetismo", se dice en la introducción del libro de fotografías Ave Maya, que se acaba de editar en Nueva York (Val G. Productions). Alabanzas, muchas. Pero es Shchedrin, su hombre tierno, quien mejor define con una frase todo lo que es esta mujer rusa. "Estoy tan orgulloso de ella…", dice mientras la contempla. Sentada en su sillón, Maya mira la libreta repleta de preguntas: "Necesitaría otra vida para responder a eso, y mucho ya lo he contado en mi autobiografía. Bien, ¿por dónde empezamos?".

¿Por el Premio Príncipe de Asturias…?

¡Uh!, estoy orgullosa. Es muy prestigioso. Y aún más importante porque es la primera vez que se concede al ballet. Ya se sabe, los Premios Nobel no son para los artistas… A mí me han dado muchos, del Lenin a la Legión de Honor francesa; pero éste es especial para mí, que quiero tanto a España.

¿Por qué?

No sé. Desde niña es así. En la escuela estudiábamos todo tipo de danzas no clásicas. Y para mí la mejor era la española. Lo demás era como infantil. Lo español ha estado siempre ahí. He bailado los mejores papeles, Don Quijote, Laurencia, Carmen… Y Shchedrin, mi marido, escribió una música para mí, un homenaje a Albéniz. Y ahí estaba España otra vez. He trabajado allí, he dirigido, tengo nacionalidad española desde 1989… Hace no mucho impartí en Madrid unas clases magistrales…

¿Por qué no vive en España?

No hay ballet clásico. Son tan buenos bailarines los españoles, y se tienen que ir fuera, porque si no ¿qué hacen?… Tienen buenas piernas, buenas formas. Los japoneses no tienen nada y, sin embargo, tienen un ballet magnífico. Que injusticia…

¿Recuerda el tiempo en que dirigió el Ballet Lírico Nacional? ¿La trataron bien?

Algunos, bien; algunos, no tan bien.

¿Quiénes?

No me acuerdo de los nombres, pero sí [se ríe] hubo intrigas. Es muy fácil ir contra mí porque yo no hablo español.

A España le dedica un apartado en su autobiografía: "Mientras estuve en Nueva York aprovechó la corte madrileña alrededor de mis asistentes para iniciar todo tipo de intrigas. Cada uno aspiraba a obtener el mejor puesto cuando yo abandonara el teatro de la Zarzuela… Como a todos los reinantes de la Tierra, importantes o no, sólo me comunicaban lo que consideraban conveniente, premiaban o castigaban en mi nombre y sin mi conocimiento… Comencé a cansarme… Me dolió irme. Era mi país, a él pertenecía mi Carmen".

¿Qué es lo que falló, por qué no se quedó?

Hubo un alto cargo que invitó a Nacho Duato para reemplazar al ballet clásico. Nacho es un hombre de gran talento, pero no podía reemplazar nada, tenía que ir por otro camino… Porque un ballet no sustituye a otro. Habría que haber dejado el clásico y seguir con el contemporáneo… Fue una mala decisión. Había sitio para dos. Bueno…, así ahora no tienen problema con los zapatos, porque bailan descalzos. Isadora Duncan maldecía a Ana Pavlova y le decía: "Tonta, eres tonta; te estás machacando los dedos de los pies, ¿para qué?".

¿El público la quería?

El público fue ¡fantástico! [lo dice en castellano], ¡fantástico!

Usted le ha dado todo al ballet. ¿Qué le ha dado éste a cambio?

"Yo bailo, actuó para mí mismo…". Ésa es una frase tópica. Pues no, yo no. Yo siempre he bailado para el público. Personalmente no lo necesito.

¿No necesita bailar cada día?

No. Por mí nunca habría bailado. A veces lo hago para mi marido, cuando él toca el piano. Un pase privado. Nadie nos ve.

¿No sintió nunca el gusanillo…?

Nunca lo sentí.

Pero hay una anécdota de cuando, con cinco años, se puso a bailar en medio del bulevar Stretenski de Moscú. "Cuando dentro de cincuenta o sesenta años a alguien se le ocurra la locura de rodar una película sobre mi vida, le ruego desde ahora a ese señor director del futuro que se abstenga de incluir este episodio", dice.

¿Era lo artístico una tradición familiar?

Sí, pero yo quería ser actriz dramática. Mi tía lo era, y mi madre [Rachil Messerer] hacia filmes mudos. De muy niña me llevó a ver una de sus películas; la mataba un caballo, y ella, a mi lado en las butacas, intentaba consolarme: "Que estoy aquí, que no me ha pasado nada…". Sí, estuve rodeada de drama, de cine…

Sobre todo de drama. "Detuvieron a mi padre de madrugada. Algo así ha sido descrito infinidad de veces en la literatura, en el cine, en el teatro…, pero es terrible vivir algo así. Hombres desconocidos. Grandes palabras. Revuelven la casa. Buscan. Mi madre, llorosa, embarazada. Mi hermano pequeño, asustado. Mi padre que se viste con manos temblorosas, porque a él le resulta doloroso, por nosotros. La sorpresa de los vecinos. Las palabras de la administradora de la casa: 'Lo mejor era pegaros dos tiros a todos, enemigos del pueblo".

La marca de hija de un enemigo del pueblo no le impidió encontrar y desarrollar su profesión. "Mis viejos camaradas se acordarán de lo que Stalin le decía al mundo en sus discursos: 'No detendré al hijo por el padre'. No nos detenían, pero nos vigilaban constantemente… Sin embargo, le estoy agradecida al destino: aprendí el trabajo que quería, actué, se hicieron coreografías para mí, no necesité morirme de hambre".

¿Cómo vivió el hecho de ir convirtiéndose en una estrella?

Fue un proceso. Estudias, y ese estudio te conduce a algo… Fue algo académico.

Al verla bailar no se tiene la impresión de que sea algo académico. Usted está llena de emoción y expresividad…

Es que yo nunca he trabajado, he bailado. Y eso para mí es un divertimento. Cuando me preparo no puedo decir que trabajo duro, no. Me encantaba bailar y me encantaba el escenario. Pero decir que he trabajado como una negra, jamás…

¿… nunca ha estado cansada?

Nunca. Por eso quizá he bailado durante tanto tiempo, por eso sigo bailando. Mis piernas no están cansadas.

¿Su cuerpo no está forzado?

No lo sé. Pero yo veo a bailarinas que con 40 usan muletas. Esto puede llegar a ser una tortura y yo nunca me he torturado. Nunca fui contra la naturaleza. Quizá porque tenía unas piernas muy capacitadas.

¿Por qué fue la naturaleza tan generosa con usted?

Es una pregunta extraña. Te lo voy a preguntar yo a ti… ¿Por qué Cervantes fue buen escritor? No se sabe. ¿Por qué hubo un Pushkin? Nadie lo sabe…

¿Bueno, si se trata de algo físico, de condiciones físicas, siempre es fácil decir…?

Es muy difícil contestar a eso. Te voy a contar algo. Iba un viejo por la calle, tenía una barba larga y blanca, y detrás de él corrían los críos y se burlaban. "Abuelo", decían, "cuando duermes ¿colocas la barba debajo o encima de la manta?". Y el viejito empezó a pensar y a pensar… Y dejó de dormir.

¿No hay que interrogarse sobre las cosas que uno hace?

No, porque quien las hace no lo piensa. Si piensas, dejas de hacerlas; no duermes.

¿Viaja usted mucho a Rusia?

Vivimos en Alemania desde 1991. Tenemos tres casas, vamos por temporadas. Una en Lituania, un apartamento en Moscú, y éste alquilado…

¿Allí en Moscú tendrá a sus amigos del ballet, del Bolshói?

No. No tengo amigos en el ballet [se ríe]. No vivo en el círculo teatral de Moscú. Nunca los tuve. Trabajamos cada segundo, trabajábamos muchísimo. Sin tiempo ni días libres para ver a los actores, a compañeros… Sabes, los amigos en el ballet no existen. Hay que buscarlos fuera.

¿La última vez que bailó allí…?

Fue recientemente con el solo del Ave María, que Béjart llamó Ave Maya… Él me regaló esa coreografía para mi último cumpleaños. Es lo de los abanicos [lo escenifica con los brazos].

Usted ofreció toda su vida al teatro Bolshói y…

Vi pasar a 12 directores, imagínate. ¿Y directores artísticos?, ¡uf!, muchísimos.

… vivía en un régimen político que no le gustaba, pero ese régimen la hizo famosa…

[Hace caso omiso]. Y la gente que venía a Moscú, todos los jefes de Gobierno, y fueron muchos, eran obsequiados con una gala, una velada en el Bolshói. Ésa era nuestra riqueza. Y la ofrecíamos…

Pudo haberse marchado, como otros (Nureyev, Baryshnikov…), y no lo hizo…

No lo hice por el teatro mismo. Porque quería seguir bailando en él. Era un lugar increíble… El escenario, el ángulo, las maderas, las medidas. No he visto nada igual en ningún sitio, está hecho para la danza clásica. Ahora está cerrado por obras. Durante dos años. No sé lo que va a pasar… Si estropean la acústica, se acabó. ¡Cruz y raya!

Y salió, al fin, en 1959, con 33 años, tras muchas negativas, de gira a Estados Unidos y Canadá. ¿Qué pensó cuando la gente la recibía tan entusiasta?

No me acuerdo [se ríe]. Sabes, yo estuve en Occidente en mi infancia. Iba con mis padres a la isla de Spitzbergen, porque mi padre era ingeniero jefe de minas. Íbamos a través de Polonia, Alemania, Noruega… Así que no es que saliera de Rusia para ir a América, no; ya había visto mundo antes. Íbamos en tren, el viaje duraba semanas. Y recuerdo que tomábamos un barco, luego otro; era un rompehielos, el Krassin, que hacía ese maratón polar con pasajeros dos veces al año… Así que, para mí, América no fue una sorpresa. Cuando regresamos en 1934 empecé a tomar clases de danza, aún el país no vivía ese boom del ballet posterior.

¿Ni siquiera Nueva York, su modo de vida; ni siquiera eso le sorprendió?

Cuando no me dejaban salir a Occidente, durante la democracia popular, yo había visitado ya Yugoslavia, Polonia, Checoslovaquia, Hungría… Muchos países del Este. He tenido la suerte de ver Berlín en toda su última historia…

Aunque no lo recuerde ahora, la gira, 73 días a través de numerosas ciudades americanas, fue impactante para Plisétskaya, según cuenta en su libro. Primero, por las condiciones: "Podíamos ir a pie desde la Séptima Avenida hasta la Metropolitan Opera, pero ¡en grupo! Salir sólo estaba prohibido, ¡categóricamente! El pueblo neoyorquino, nos decían, está lleno de agentes del FBI… Y mi euforia viajera se disipó al llegar al hotel… Me vigilaban desde todas partes". Una constante. Luego, por los muchos famosos que acudieron a admirarla: Gene Kelly, Ella Fitzgerald, Humphrey Bogart, Frank Sinatra, Henry Fonda, los Kennedy…

¿Dice que no está en contacto con los artistas de Moscú, pero sigue en Europa la evolución de los más jóvenes? ¿Cómo ve la danza actual?

Sí, a menudo doy clases aquí y allá, como hice en Madrid. Veo que el ballet de hoy es diferente. La estética ha cambiado. Y me gusta. Lo que pasa es que ahora se han olvidado de la música y de la expresividad. Es todo más acrobático. Una pena. Porque la acrobacia es acrobacia, y el deporte, deporte. Los ejercicios son diferentes para un bailarín; los músculos, la orientación, la idea… Ahora es importante dar muchas vueltas y levantar mucho las piernas. Y en el salto, abrirse por completo… Pero la danza no es sólo eso. A nosotras, los maestros nos decían: "Chicas, no partiros". Y ahora no es así.

¿Cómo cree que va a ser en el futuro?

Va a ser más ballet deportivo, atlético; nada lírico. Quizá alguna bailarina se dedique a esto y destaque. Hay una rusa, Paulina Simeonova, que tiene 20 años y baila en Berlín; es maravillosa, y salta, y baila, y hace de todo. Es mi preferida ahora.

¿Recuerda a alguno de sus maestros?

No tuve ninguno bueno.

¿Le hubiera gustado tener escuela, la escuela Maya Plisétskaya?

No lo sé. No sé para qué.

Quizá porque ya que nadie baila 'La muerte del cisne' como usted…

Y qué se le va a hacer… [ella lo llama, irónicamente, "la inmortal muerte del cisne", dado el número de veces que lo ha interpretado].

… para enseñarlo.

Pero eso no se puede enseñar. Todo el mundo me copia, es verdad. Nadie hace lo que hizo Fokine, el coreógrafo; todos me siguen, y lo mío es una improvisación. Todos salen de espaldas, todos se sientan dos veces en el suelo…

¿Y transmitir ese dramatismo, el dolor, la emoción…?

Es lo único. Pero eso no se enseña. Si una cantante no tiene voz, no la tendrá. Si un actor no tiene la emoción necesaria para congelar la sala… Te voy a contar otra historia. Hay una casa de reposo para compositores, y allí está Shostákovich. Un día, mientras comen, se le acerca un compositor muy joven y le dice: "Por favor, enséñeme a escribir sinfonías". Él le mira y responde: "Acabo mi sopa y le enseño".

¿Cómo se prepara para representar, por ejemplo, la muerte de un animal?

Hay muchas cosas que me influyen. Ante todo quién toca la música. Si es un violonchelo, o un violín, u orquesta… Violonchelo es así [mueve los brazos, tararea]… Y es importantísimo el suelo, el estado de ánimo, los zapatos… Es curioso, los tengo del 37, del 38 y del 39. Son un problema, no todos son cómodos.

Entones, le influye la música, los zapatos… ¿el público?

No hay público bueno o malo. El público siempre es igual. Si bailo mejor, el público es mejor. Toda la gente tiene los mismos sentimientos, estés donde estés… Les gusta mucho que haya una historia dentro. Por ejemplo, en la India, donde estuve en los cincuenta, cuando bailaba un paso a dos me preguntaban: "¿Eso qué significa?". Y sin embargo, La muerte del cisne no genera preguntas. Ninguna. Todo el mundo sabe lo que está pasando. Todos lo sienten.

¿Esta pieza es lo que más le gusta…?

Lo que no me gusta, no lo bailé. Todo lo que bailé o bailo me gusta. Épocas diferentes, gustos diferentes…

Coreografía decisiva en su vida fue El lago de los cisnes. "Lo bailé más de 800 veces y durante 30 años, de 1947 a 1977. Estos números recuerdan a las fechas de nacimiento y muerte en una estela funeraria, 30 años son una vida entera", escribe Maya. Para ella, este ballet lo tiene todo: "Todos los colores y las técnicas… Exige toda la fuerza espiritual y corporal. A medio gas no se puede bailar".

¿Admiraba usted a alguien en concreto cuando empezaba en el ballet?

De joven me gustaban Semionova, Ulanova, que son leyendas; pero también una bailarina de Leningrado, no muy conocida, Alla Schelest… No sé si me gustarían hoy, la verdad. El año pasado editaron un DVD con actuaciones de antiguas bailarinas, y Shchedrin me dijo al verla: "No me vas a convencer de que Semionova era buena. Nunca". Pero entonces ella era el no va más. Es como les sucedía a los actores dramáticos. Antes aullaban en escena así [aúlla ella] y ahora la gente saldría corriendo ante eso. Dios mío, eso sería tremendo.

¿Todo es más natural?

Es verdad. El tiempo y los gustos han cambiado. Pero los genios quedan. Rembrandt siempre será Rembrandt…

¿Y bailarinas contemporáneas…?

Ana Pavlova se quedó en la historia por ser muy expresiva. En cada foto, aunque sea mala, ves que ella está posando, pero es muy natural. Todos la imitaron y no hubo una segunda Pavlova.

¿Cómo es su relación con grandes como Alicia Alonso, Margot Fonteyn…?

No soy su admiradora; ni de una, ni de la otra. No tienen expresividad.

No han bailado nunca juntas; en galas de estrellas, por ejemplo. ¿Por qué?

No, o ellas, o yo. Es que no puede haber dos Toscas en Tosca… [se ríe].

¿Y con Martha Graham?

Fue una tarde increíble aquélla [se refiere a la gala junto a Baryshnikov y Nureyev en Nueva York en 1988]. Fue la primera y la última vez que sucedió algo así. Éramos Baryshnikov, Nureyev y yo. A mí me costó salir de España, donde estaba. Me prohibieron ir a bailar con ellos. Pero fui. Y entre ellos no se hablaban. Jamás coincidieron; ni en los camerinos, ni en nada.

"Entonces escribían los periodistas americanos: '¡Cómo se nota la influencia de la perestroika, que deja bailar a estos tres juntos!'. ¡Qué ingenuos! Si supieran cuántas células nerviosas me habría de costar…! Esa noche, en el hall se vendían camisetas con las caras de Martha, Rudi, Mischa y la mía. Me recordó a Marx, Engels, Lenin y Stalin…", bromea.

Esa noche, tres grandes juntos… Fue un acontecimiento sensacional para el público, y el público es lo fundamental, ¿no? ¿Por qué no repetir galas así más veces?

Pero el público no sabía nada de todo lo que pasaba detrás, entre ellos. Y lo hicimos sólo por Martha. Además, hubo luego un escándalo, eso no lo conté ni en el libro. Se celebró una fiesta. A mí me sentaron en una mesa con Baryshnikov. La decisión fue del director de la compañía de Martha. Nureyev estaba en otra, y no le gustó su ubicación porque cuando aquél se le acercó, le derramó la copa de vino tinto en la camisa blanca… Bueno, en el teatro también es así; los grandes actores dramáticos también se odian. Y los de ópera, y los escritores [se ríe]. Sí, esto es como un nido de culebras. Pero es la condición humana, lo acepto como tal…

Dicen que usted es muy libre, que nunca firma contratos…

Era el Estado soviético el que firmaba y controlaba todo [Goskonzert se llamaba la entidad que organizaba las giras]. Incluso cuando estuve en España fue así, hasta la perestroika. Fue un horror… La esposa de Gorbachov despidió a todos los bailarines del Bolshói.

Cuenta Maya Plisétskaya que en 1959, cuando pisó por vez primera Estados Unidos, ganaba 40 dólares por representación. "Si no bailaba, no cobraba nada. Los del cuerpo de baile recibían sólo cinco dólares. En una representación posterior de La dama del perrito, el animal que nos acompañaba en el escenario cobraba unos 700. Las condiciones financieras de los artistas eran un secreto en la URSS. Estaba prohibido cualquier comentario sobre el tema". Y recuerda cómo todos, en los viajes, se llenaban las maletas de comida, de perfumes, de ropa… "Empresarios de todos los continentes saben mejor que nadie cómo nos trataba el Estado soviético a los artistas… Pero también para ellos no había nada más rentable que los artistas rusos…", cuenta. Y sigue: "Si un día se celebrara un proceso de Núremberg contra los asesinos del comunismo, entonces me gustaría, caso de que aún viviera para verlo, levantarme y decir bien alto: 'No se olviden de los colaboradores, los cómplices… Sin su ayuda, el comunismo habría salido mucho antes de escena".

¿En qué estado se encuentra el ballet ahora en Rusia?

Tenemos nuevo director, Alexéi Ratmansky; tiene 36 años y gran experiencia. Es de Moscú, pero toda su vida trabajó en Occidente. Cuando le invitaron al Bolshói abandonó todo y aceptó. Una persona con talento, fresca, con ideas…

¿Siguen teniendo escuelas como antes?

Sí. Las escuelas deben ser obligatorias en todas partes. Hay que saber primero el abecedario y luego escribir. No todo el mundo será escritor, pero para que alguno lo sea debe seguirse el proceso.

Alguien me contó que usted había dicho una vez que enamorarse interfiere mucho con el baile, que quita energía…

No. Nunca pude decir eso. Nunca. Seguro que te lo ha dicho alguien muy enamoradizo…, al que le influyen mucho estas cosas… No quita energía, no.

Para otros, sin embargo, el ballet clásico es un desahogo lírico del sexo; dicen que por eso resulta tan sensual…

Pensar demasiado es la ruina… [se ríe]. Cuando sales al escenario, lo único que importa es la música. Tienes que escucharla. Un director de orquesta me decía: "Sabe, no puedo satisfacer a las bailarinas, se quejan siempre. Que si rápido, que si lento… ¿Qué hago?". Y yo: "Bueno, usted tiene una partitura, ahí está todo escrito, y si ella no puede, bueno, pues que se vaya a casa…".

Pero el público hace sus interpretaciones…, y no digamos los críticos…

Los críticos siempre piensan cosas raras, están llenos de ideas raras.

Alguno dijo de usted que era la Maria Callas de la danza…

Sí. Y yo aún no sabía quién era Maria Callas, y dije aquello de: "Espero que esa Maria sea buena". "Maya, no muestres tu ignorancia", me prevenían los de alrededor… Nunca la vi en directo. Luego, sí, luego la escuché en discos.

"Recorro al galope lo que ha sido mi vida. Y cada vez está más claro que apenas puedo llegar a dibujar sus contornos. ¿Ha sucedido esto o lo otro? Sí, mis diarios lo confirman. En mi mente se mezclan las vivencias… Estrenos, flores, lucha, odio, preocupaciones, sentimientos contradictorios, encuentros, maletas, trabajo diario… ¿Qué más quiere saber el lector sobre mí? ¿Que siempre he sufrido de insomnio? ¿Que nunca me dieron miedo los conflictos? ¿Que estuve marcada por las contradicciones? Pude ser desprendida y tacaña, valiente y cobarde, una reina y una mendiga… ¿Son todo esto naderías o dicen mucho de mí?", escribe Maya.

¿Y cómo se siente uno con tantos años?

Igual. Pero, bueno, no son veinte ya.

¿Su secreto para conservarse tan bien?

Los secretos no se cuentan; a los espías los fusilan, ya sabes [se ríe]. Nada de nada es mi secreto. Dar paseos, sentarme en un café, estar tumbada, leer…

¿Qué sacrificios físicos tenía que hacer una bailarina, qué dieta…?

Ninguna. Nunca hice ningún sacrificio. Hay bailarinas que engordan enseguida. Pero, en el caso de Rusia, hay pocos niños gordos. Sí, están de moda ahora esas chicas que desfilan, que son como cadáveres… No me gusta. Mira las viejas películas, las actrices de antaño, las bailarinas; estaban fuertes. Ahora sólo las de la ópera lo están, y tampoco.

La verdadera Maya, la que se queda aquí al cerrarse la puerta, ¿cómo es? ¿Se deprime, le cuesta seguir adelante?

Uno no puede ser algo extraordinario siempre. Hay alegrías, tristezas, toda la gama de estados de ánimo… No tengo sueños. No soy pesimista ni optimista.

¿Ha tenido siempre, además, el apoyo de su marido, Shchedrin?

Nadie tiene un marido como el mío. Jamás he visto una relación parecida. Ni en la literatura… Es una persona increíble. El 2 de octubre es nuestro aniversario de boda, 47 años.

¿Le hubiera gustado tener hijos?

No. O los niños, o la profesión. Preferí mi profesión. Todo el mundo puede tenerlos, pero no todos pueden bailar…

¿Hasta cuando vivió su madre? ¿Vio bien como usted triunfaba?

Murió en 1991 y tenía 91 años. Tenía un gran ojo profesional. Me criticaba. Decía: "Ahora, mejor; ahora, peor". Siempre con razón. Cuando estuvo exiliada, yo iba a verla a Kazajistán. Había pocos kazajos; sólo rusos obligados, claro. Organizaban actos, mi madre era directora artística; bailaban El lago de los cisnes, se cosían los tutús de gasa, con vendas los hacían… Horrible. Un tiempo duro, una generación desgraciada. No se puede explicar, hace falta vivirlo…

¿Aquí, en Múnich, salen mucho?

Sí, pero me cuesta. No hablo alemán… Tenemos amigos muy buenos, salimos a cenar, pero siempre con intérprete. Y esto me recuerda que una vez, cuando estuve en la India, vivo Nehru aún, estábamos sentados comiendo arroz. Ellos lo hacían con las manos, y a mí me dieron cuchillo y tenedor. Nehru me miró y dijo: "Comer esto así es ¡como amar a través de una intérprete!". Y cuando fui joven, aprender idiomas era peligroso… Do you speak english…? [pone la voz de interrogadora malvada] ¿Por qué? ¿Para qué? Y pasabas a ser sospechosa… Nadie hablaba inglés en el Bolshói.

Ahora en Rusia…

Ahora hay libertad de expresión. Puedes decir lo que quieras y, al menos, no te meten en la cárcel directamente.

¿Qué es lo que le hubiera gustado hacer a Maya Plisétskaya que no ha hecho?

He hecho muchas cosas. Claro, que siempre puedes hacer más. Pero creo que conocí muy tarde a Béjart. Él dijo una vez: "Si hubiera conocido a Plisétskaya hace veinte años, el ballet sería hoy muy diferente". Yo también lo creo.

Maya Plisétskaya
Maya PlisétskayaBERNARDO DORAL
"Después de su 'Bolero', Maurice Béjart me sugirió que le diera una idea para crear una nueva coreografía para mí. Yo tenía varios sueños. Hice una lista. Él eligió 'Isadora".
"Después de su 'Bolero', Maurice Béjart me sugirió que le diera una idea para crear una nueva coreografía para mí. Yo tenía varios sueños. Hice una lista. Él eligió 'Isadora".BERNARDO DORAL

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Sobre la firma

Lola Huete Machado
Jefa de Sección de Planeta Futuro/EL PAÍS, la sección sobre desarrollo humano, pobreza y desigualdad creada en 2014. Reportera del diario desde 1993, desarrolló su carrera en Tentaciones y El País Semanal, con foco siempre en temas sociales. En 2011 funda su blog África no es un país. Fue profesora de reportajes del Máster de Periodismo UAM/El País

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