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Reportaje:Novela histórica | EL PAÍS

La más famosa rebelión de esclavos

'Espartaco', de Howard Fast, se ofrece mañana con EL PAÍS por 2,50 euros

Miguel Ángel Villena

"Volveré y seremos millones". La lapidaria frase que susurró un crucificado tras la rebelión de los esclavos dejó perplejos a los patricios romanos que transitaban la vía recién abierta entre Roma y Capua en el año 71 antes de Cristo. Las clases dominantes del Imperio no entendían en absoluto aquella enigmática advertencia de un despreciable moribundo que agonizaba, clavado a la cruz, como tantos otros esclavos que habían osado desafiar el poder de Roma. No es otra la clave que intenta desentrañar el escritor norteamericano Howard Fast (1914-2003) en su novela Espartaco, una de las narraciones más lúcidas y reveladoras sobre aquellos tiempos, que alcanzó la fama universal a partir de la película que, en 1960, dirigió Stanley Kubrick e interpretaron Kirk Douglas y Jean Simmons al frente de un magnífico reparto. Desde entonces, el rostro de aquel gladiador real de origen tracio, que mantuvo en jaque a las legiones romanas durante varios años, está unido para siempre a la mirada tierna y cruel a un tiempo del pelirrojo actor estadounidense.

La novela pretende conmover al lector, pero también hacerle pensar

En un aleccionador paralelismo con el personaje histórico y protagonista de su novela, Howard Fast sufrió también persecución por su pertenencia al Partido Comunista norteamericano en una época en que la caza de brujas desatada tras la Segunda Guerra Mundial inundó de confidentes y delatores los círculos intelectuales de Estados Unidos. Autor poco conocido en España, Howard Fast pasó tres meses en prisión por desacato y pudo ver cómo sus libros eran retirados de las bibliotecas públicas. A pesar de todo ello, Espartaco fue traducida a 56 lenguas y ya obtuvo un muy notable éxito antes de su adaptación a la pantalla cinematográfica, que estuvo a cargo de un colega político de Fast, el guionista Dalton Trumbo.

En contadísimas ocasiones una novela se convierte en un símbolo universal y trasciende los límites de la época en que se ambienta la trama o de los años en que fue escrita. Sin duda alguna, Espartaco se sitúa entre esas obras excepcionales que consiguen retratar con acierto problemas que afectarán al género humano por los siglos de los siglos. La lucha de las gentes por su libertad, por sus derechos individuales y colectivos, el anhelo humano de una vida digna, la resistencia frente a la opresión, el valor de la amistad o el carácter liberador del amor constituyen los temas de fondo sobre los que discurre esta novela imprescindible que fue escrita por un marxista en los Estados Unidos de 1951, pero que puede ser leída con pasión en cualquier tiempo o lugar. Porque ¿en qué mundo no ha habido esclavos disfrazados con distintos nombres o vestidos con variados ropajes? Ahora bien, para alcanzar la universalidad Fast utilizó un modo de narrar en el que se suceden los puntos de vista para acabar trazando un mosaico que huye del maniqueísmo o de las simplificaciones ideológicas para ponerse en la piel, la cabeza y el corazón de un senador romano como Graco, de un general de las legiones como Craso, de un traficante como Baciato, de un hijo y nieto de esclavos como Espartaco, de una bárbara germana como Varinia o de un gigantesco gladiador africano sin nombre.

Historia del pasado, pero contada de forma deliberada desde la perspectiva del presente, Espartaco pretende conmover al lector, pero también hacerle pensar; aspira a embaucarlo con un relato trepidante, que llega a su cumbre en algunas escenas en el circo o en las batallas, aunque no descuida las reflexiones filosóficas sobre la civilización que han creado los romanos sustentada sobre la explotación de los que llamaban instrumentum vocale (herramientas con voz), unos seres que apenas se distinguían de los animales porque podían hablar. De esta combinación de ingredientes, de esa reconstrucción histórica detallista alternada con una rica indagación psicológica de los personajes surge la maestría de esta novela. El diálogo final entre el senador Graco, que se obsesiona honestamente por entender las razones últimas de la revuelta, y Varinia, la viuda de Espartaco, figura entre las mejores páginas que se han escrito sobre el deseo de libertad de las personas. "Quería un mundo en el que no hubiera esclavos ni amos", recuerda la esclava, "sino sólo personas que vivieran juntas, en paz y hermandad. Decía que tomaría de Roma lo que fuera bueno y hermoso. Construiríamos ciudades sin murallas, y todos los hombres vivirían en paz y hermandad, y no habría más guerras ni más miseria ni más sufrimientos". ¿Quién no suscribiría esta declaración de intenciones de la más célebre rebelión de esclavos de la historia?

Dos milenios después aquel grito de libertad sacude hasta tal punto las conciencias que los espectadores de todo el mundo se sobrecogen cuando, en la película de Kubrick, los oficiales romanos buscan al líder derrotado de los esclavos y una multitud de prisioneros se levanta orgullosa para proclamar: "Yo soy Espartaco".

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