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ACOSO JUDICIAL A LA CASA BLANCA

El fiscal estrecha el cerco a la Casa Blanca

La justicia de Estados Unidos investiga si altos cargos del Gobierno de George W. Bush conspiraron para acallar a un diplomático crítico con la guerra de Irak

Cada martes tiene lugar la misma escena frente al edificio número 1300 en la avenida de Nueva York, en Washington DC, a un tiro de piedra, quizá no más de 500 metros, de la Casa Blanca: un hombre de ojos claros, traje y corbata, maletín en mano, llega por sus propios pies. Tres días más tarde, el viernes, el mismo sujeto abandona con su inseparable maletín el lugar rumbo al aeropuerto más próximo para coger un vuelo a Chicago. Se llama Patrick J. Bulldog Fitzgerald, tiene 45 años y es el US Attorney (fiscal) de Chicago. ¿Qué hace entre el martes y el viernes en el número 1300 de la avenida de Nueva York? Desde hace 22 meses, una sola cosa: investiga una presunta conspiración de altos cargos de la Casa Blanca contra el ciudadano Joe Wilson, de 56 años de edad.

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¿Quién es Wilson? Es el diplomático retirado que tras la invasión de Irak comenzó a denunciar como un montaje a sabiendas una de las poderosas razones que el presidente George W. Bush citó en su discurso del 28 de enero de 2003 sobre el estado de la Unión para la intervención militar: la presunta intención de Sadam Husein de comprar uranio enriquecido en Níger para fabricar armas atómicas.

Wilson no hablaba de oídas. Él había sido enviado a Níger por la CIA en febrero de 2002 para confirmar la información y regresó a Washington pocos días después con un informe negativo. Con todo, el diplomático no cantó la gallina hasta después de la invasión, bastante más tarde que Mohamed el Baradei, el director del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), reveló la fabricación en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, el 7 de marzo de 2003, 12 días antes de la invasión.

Wilson habló durante los meses de mayo y junio de 2003 con periodistas de manera confidencial, lo que originó informaciones en varios medios sin que se citara su nombre. Por fin, escribió un artículo con su propia firma que fue publicado el 6 de julio de 2003 en The New York Times.

Al menos dos altos cargos de la Casa Blanca -Irving Lewis Scooter Libby, jefe de gabinete del vicepresidente, Dick Cheney, y Karl Rove, el principal asesor de Bush- diseñaron enseguida el contraataque. Hablaron con no menos de seis periodistas para neutralizar a Wilson. El argumento: Wilson, explicaron, fue enviado a Níger por la CIA a iniciativa de su esposa, Valerie Plame, una espía de dicha agencia, para más datos, una experta en armas de destrucción masiva. El 14 de julio de 2003, el periodista conservador Robert Novak, tras hablar con Rove y con Libby, publica el nombre prohibido en una columna sindicada. Matt Cooper, de la revista Time, le sigue después, atribuyendo la fuente, como Novak, a altos cargos de la Administración. La periodista Judith Miller, de The New York Times, ha tenido tres conversaciones con Libby antes del 14 de julio, en las cuales la mano derecha de Cheney saca a relucir que la mujer de Wilson trabaja en la CIA. Pero no publica nada.

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Problema: revelar el nombre de una agente clandestina de la CIA, si se dan ciertos requisitos, es un delito federal castigado con hasta 10 años de prisión y multas. ¿Y Valerie Plame, ¿lo era? Sí, Fitzgerald ha establecido que todavía en julio de 2003, cuando se produjo la filtración, la esposa de Wilson carecía de cobertura oficial.

La investigación comienza en el otoño de 2003 bajo la supervisión del fiscal general, John Ashcroft. Tanto agentes del FBI como fiscales de carrera, tras interrogar a los primeros testigos, e informar a Ashcroft, llegan a la conclusión de que será difícil realizar una investigación independiente. ¿Por qué? Porque algunos de los acusados potenciales tienen relación directa, personal y profesional con el fiscal general. Es el caso de Karl Rove, que ha trabajado para Ashcroft en tres campañas electorales. Los federales le interrogan sin éxito. Rove oculta información. El conflicto de intereses es evidente. Es el fiscal general adjunto, James B. Comey, que sólo lleva tres semanas en el cargo, quien recibe las quejas. El 30 de diciembre de 2003, Comey persuade a Ashcroft de que tanto él como su equipo en el Departamento de Justicia deben autorrecusarse y logra nombrar a Patrick J. Fitzgerald fiscal especial. Retiene, al tiempo, su puesto en Chicago.

Fitzgerald es el hombre nacido para el caso. Se le conoce como el Eliot Ness de esta época, el famoso e incorruptible agente del FBI que logró atrapar a Al Capone. Fitzgerald ya está embarcado en casos famosos. Es él quien procesa, en 1999, a Osama Bin Laden por los atentados cometidos en 1998 contra las embajadas de EE UU en Kenia y Tanzania. Ya en Chicago, a partir de 1998, se ha ganado en estos siete años la fama de luchar tanto contra el crimen organizado como contra la corrupción de políticos republicanos y demócratas. Sí, es un fiscal de película.

Fuentes y periodistas

"Si has hecho algo malo o has cometido un delito, mejor que no te caiga encima Fitz. Es muy inteligente, tiene mucha energía y es duro", explica a EL PAÍS Anthony Bouza, un abogado de Los Ángeles que fue compañero de curso de Fitzgerald y de Comey en la Universidad de Amherst. Bouza es hijo de Tucho Bouza, el célebre gallego que emigró a Nueva York durante la guerra civil española y se convirtió en policía, en Nueva York y Minneapolis, un tema que inspiró varias películas. Subraya Bouza: "Lo que ha hecho Fitz con las fuentes y con los periodistas es una prueba de su ingenio. Si un doctor tiene compromiso de confidencialidad con el paciente, pero éste le releva de dicho pacto, ¿por qué el profesional va a seguir defendiendo ese compromiso? Eso ha pasado con los periodistas en este caso", señala Bouza.

El 6 de febrero de 2004, Comey, como supervisor de Fitzgerald, le escribe una carta de gran relevancia, en la que le autoriza "a investigar y a perseguir violaciones de cualquier ley federal penal relacionada con la presunta revelación no autorizada [filtración del nombre de Valerie Plame]

así como delitos federales cometidos en el curso de la investigación y con la intención de interferir en ella, tales como perjurio, obstrucción a la justicia, destrucción de pruebas e intimidación de testigos".

Fitzgerald lleva este caso junto con un gran jurado, integrado por un máximo de 23 ciudadanos de Washington, cuyo plazo expira el 28 de octubre próximo. Es esta institución la que escucha a los testigos y supervisa la investigación actuando de filtro. Será el gran jurado el que decida sobre los procesamientos en caso de que Fitzgerald lo proponga. Si los hay, recaerá en otro jurado la tarea de enjuiciar a los acusados.

El fiscal especial es un innovador. Los testigos, altos cargos de la Casa Blanca, esgrimen la misma coartada: se han enterado del nombre de Valerie Plame por los periodistas. Fitzgerald se dirige a una gran parte de estos testigos. El presidente Bush les ha pedido a todos apoyo para esta investigación, ¿no es así? Pues bien: Fitzgerald les extiende un papel. Es una autorización para que liberen a los periodistas con los cuales han mantenido contacto de su deber de confidencialidad. Si te niegas es un riesgo. Puedes, si estás implicado, ser acusado de obstruir la acción de la justicia. Algunos altos cargos, como Rove y Libby, no tienen más remedio que firmar.

No es, desde luego, su único gambito. En enero, cuando todavía no lleva un mes al frente de la investigación, Fitzgerald consigue que el gran jurado le autorice tres diligencias en la Casa Blanca para tener acceso al comportamiento de la Administración de Bush durante la semana anterior al 14 de julio de 2003, el día de la filtración: la entrega de los archivos de las comunicaciones telefónicas mantenidas desde el avión presidencial Air Force One durante un viaje del presidente a África; los archivos de las contactos telefónicos del staff de la Casa Blanca con una lista de dos docenas de periodistas que han escrito o han hablado sobre el caso Plame; y, por último, la transcripción de una rueda de prensa celebrada en Nigeria por el secretario de prensa de Bush, Ari Fleischer, en la que despreciaba la denuncia de Wilson, como la de "un funcionario de bajo nivel".

Fitzgerald también persigue un documento esencial. Un memorándum elaborado por el servicio de inteligencia del Departamento de Estado para la Casa Blanca con fecha 10 de junio de 2003, en el que se hace referencia a Valerie Wilson (su nombre de casada). El párrafo lleva el sello S, es decir... secreto. En el camino, según fuentes solventes, encuentra la colaboración de algún funcionario de la Administración de Bush -John Hannah, miembro del círculo íntimo de Cheney y funcionario del Consejo de Seguridad Nacional- que le ayuda con información sensible.

Según dijo Joe Wilson a EL PAÍS hace pocos días, "Fitzgerald les ha cogido, ha llegado al núcleo de la conspiración en la Casa Blanca". El lunes por la tarde, la oficina del fiscal especial hizo la primera y única comunicación en casi dos años: "Si hay un anuncio, y cuando éste tenga lugar, se hará en Washington". La ciudad no hablaba de otra cosa.

E fiscal Patrick J. Fitzgerald, en Washington el pasado viernes.
E fiscal Patrick J. Fitzgerald, en Washington el pasado viernes.REUTERS
Valerie Plame
Valerie PlameREUTERS
E ex diplomático Joseph Wilson
E ex diplomático Joseph WilsonREUTERS

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