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Reportaje:LOS PROBLEMAS DE LOS INMIGRANTES

Alarma entre los refugiados

Los solicitantes de asilo guardan largas colas en la oficina de ACNUR en Rabat para tratar de renovar su documentación caducada y evitar que les repatríen

Pierette Bebo, congoleña de 27 años, se presenta con frecuencia, desde hace 10 días, ante la sede en Rabat del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Acude acompañada de su bebé, Noelia, de ocho meses, para renovar una solicitud de asilo político, expedida por ese organismo de Naciones Unidas, que caducó el 6 de octubre.

"Vengo pronto por la mañana, me paso todo el día aquí, y no me reciben", se queja amargamente. Su caso no es, sin embargo, el peor. Su compatriota Mbaki Papy, de 35 años, lleva llamando a la puerta del ACNUR desde hace más de un mes para obtener una prórroga del mismo documento. Ni siquiera Karama Jellah, que ya goza del estatuto de refugiado, ha logrado que sus papeles sean renovados a tiempo.

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La muchedumbre agolpada ante el muro del coqueto chalé de la calle de Fez, en el que ondea la bandera de la ONU, es una muestra de todas las desgracias de África. Recién llegados indocumentados, solicitantes de asilo y refugiados de una decena de nacionalidades esperan horas, generalmente en vano, para franquear la puerta. A algunos, como Thiermo, de Guinea Bissau, le han dado incluso cita por teléfono. "Pero después no pude entrar", relata.

"Para los que vivimos en Rabat es costoso venir aquí en balde, 7 dirhams [0,65 euros] de transporte público", se lamenta Raoul Kalume mientras muestra su certificado prescrito. "Somos gentes sin recursos", añade. "Para los que residen en Casablanca o Marraquech este desplazamiento es una auténtica sangría", concluye.

Antes de que empezasen las grandes redadas policiales para detener a subsaharianos, coincidiendo con los primeros asaltos a Ceuta y Melilla, acudir a la sede del ACNUR era costoso. "Ahora es además arriesgado porque nuestra piel nos hace sospechosos", asegura Serge Ilunga Katalay. "Pero no tenemos otra opción porque más que nunca necesitamos ese papel", agrega. En más de una ocasión, sin embargo, los policías marroquíes han hecho caso omiso del documento.

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Huyendo de Gaddafi

Entre la multitud de subsaharianos hay un blanco y además pelirrojo. Es Omar Alí, un libio nacido hace 27 años en Bengazi, que afirma que huye "de la policía del coronel Gaddafi". Más aún que su aspecto es llamativa su morada, a tan sólo 70 metros del chalé. Vive desde hace 10 meses en un árbol, entre cuyas ramas ha colocado unos plásticos y mantas. "Me alimento con las sobras que me dan los vecinos", precisa.

Indagar el por qué de las demoras en renovar los certificados es un trámite poco ágil. Marouan Tassi, encargado de prensa del ACNUR, toma nota de las preguntas y las contesta al cabo de unas horas pero sin dejar la posibilidad de repreguntar. "Excepcionalmente, a causa de los últimos acontecimientos, hemos tenido un exceso de trabajo y nuestras capacidades se han visto desbordadas", reconoce. "Ello no significa que los solicitantes de asilo o los refugiados estén desprotegidos", insiste.

No es ésa la opinión de Astrid Mukendi, de 40 años, viuda de un oficial congoleño. La vicepresidenta de la Asociación de Refugiados Congoleños no hace la cola para prorrogar papel alguno. "Estamos aquí", explica "para comunicar al Alto Comisionado la información de la que disponemos sobre nuestros compatriotas refugiados o solicitantes de asilo que, pese a estar en situación legal, han sido detenidos y deportados, suponemos que por error, al sur de Marruecos". "Pero aún así no nos reciben", protesta Emmanuel Mbolela, presidente de la asociación congoleña.

Astrid Mukendi, vicepresidenta de la Asociación de Refugiados Congoleños, y Amina, con su hija Noemí, ante la sede en Rabat del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).
Astrid Mukendi, vicepresidenta de la Asociación de Refugiados Congoleños, y Amina, con su hija Noemí, ante la sede en Rabat del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).I. C.

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