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Reportaje:

"La corriente se nos llevó a todos"

Decenas de vecinos de Santiago Atitlán, en Guatemala, murieron ahogados cuando dormían

"Un ruido terrible, como de un torrente desbocado, me despertó de golpe. Cuando me di cuenta, la casa se vino encima, y con ella la avalancha de agua, lodo y piedras". En cuestión de segundos, la casa de Concepción Mendoza, de 28 años, quedó sepultada bajo el agua embarrada. La mujer salvó la vida gracias a su marido, Diego Coó, de 29, que la sacó a flote. Pero no a los tres hijos, Baltasar, de 7 años, Gaspar, de 4, y Magdalena, de 3, que murieron ahogados.

Historias como la de Concepción abundan en el municipio guatemalteco de Santiago Atitlán, convertido en refugio de los supervivientes del huracán Stan, que en esta zona dejó la semana pasada el mayor reguero de muerte al tragarse pueblos enteros.

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Los cadáveres de los tres pequeños fueron rescatados el fin de semana y pudieron ser enterrados. La madre habla con un hilo de voz. Su mirada transmite una tristeza sobrecogedora. El marido acierta a decir "sólo Dios sabe" sobre su futuro. Los refugiados hablan tzutujil, la lengua maya de la zona, y tienen serias dificultades para expresarse en español.

El día antes, los presagios no eran nada buenos para el vecino cantón de Panabaj, golpeado por persistentes lluvias torrenciales. El alcalde del municipio, Diego Esquina Mendoza, emitió un bando y pidió a los habitantes que abandonaran el pueblo. Baltasar, el hijo de doña Concepción, llegó a casa y dijo que el miércoles no habría clases "porque la maestra dice que lloverá mucho". La advertencia se cumplió con consecuencias dramáticas. La tierra del volcán San Lucas cedió y se produjo el corrimiento que sepultó casi por completo Panabaj y buena parte de los cantones de Tzanchaj y Chuul.

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"Lamentablemente, hubo quienes en un exceso de confianza no se marcharon. Hoy están desaparecidos. Los que hicieron caso a las advertencias salvaron la vida y pueden contarlo en los centros de acogida", dice el alcalde, que ha perdido a 11 miembros de su familia. La avalancha pilló en pleno sueño a los vecinos. La primera alarma se produjo a las tres de la mañana.

Ana Ajcoz, de 23 años, es la única superviviente de su familia. Cuenta que estaba en la cama y escuchó un ruido muy intenso, difícil de describir, y un fuerte viento. El alud llegó imparable. Sus dos hijos de un año y medio y de seis meses, el marido, los padres y los tres hermanos fueron arrastrados por la corriente. Ella no se explica cómo, pero se salvó, sola, sin ayuda de nadie. Cuando pudo salir de la zona de peligro, un coche la trasladó a Santiago Atitlán.

El rostro de Antonio Ixbalan Mendoza, de 37 años, exhibe las huellas del desastre. "Estaba en la cama cuando escuché el ruido que me pareció de un avión. Me levanté, fui hacia la puerta y cuando abrí la corriente se nos llevó a todos. Las aguas me revolcaron no sé cuántas veces. De manera inconsciente me agarré a algo y ahí me quedé hasta que llegaron los bomberos voluntarios". Tiene heridas, cortes y magulladuras en todo el cuerpo. Perdió la esposa y cinco hijos.

En la iglesia Santiago Apóstol de Atitlán hay unos 200 desplazados, la mayoría mujeres y niños. Otros 20 centros de acogida han sido habilitados provisionalmente en iglesias (católicas y evangélicas), escuelas e instalaciones diversas. El sábado llegó el primer paquete importante de ayuda, coordinado por la organización Médicos sin Fronteras, con víveres, medicinas y ropa. Las primeras mantas fueron repartidas entre los distintos albergues, donde los desplazados durmieron las primeras cuatro noches en el suelo y sin cobertura.

La ayuda ha tardado en llegar por un cúmulo de motivos que tienen que ver, en primer lugar, con las dificultades de acceso a la zona. Por tierra, la carretera hasta Santiago Atitlán está cortada, por lo que hay que cruzar el lago en las lanchas que normalmente trasladan a turistas. Por aire, la visibilidad era nula a causa de las intensas lluvias y la niebla. El sábado llegó el primer helicóptero. Empezó a escasear la comida, el agua, las medicinas y, sobre todo, los medios técnicos para buscar a los desaparecidos.

No hay duda de que el Gobierno de Guatemala se ha visto rebasado por la magnitud del desastre, que según datos oficiales, ha causado de momento 650 muertos. Otras 384 personas están desaparecidas. El vicepresidente Eduardo Stein ha dicho que los afectados en alguna medida por la tormenta huracanada son más de tres millones; los daños son incalculables: sólo los de la red vial ascienden a 135 millones de dólares.

Hasta la fecha ni un ministro del Gobierno ni el presidente de la República han visitado la zona. El alcalde explica que una delegación gubernamental llegó el sábado en helicóptero y se comprometió a gestionar una ayuda de 70.000 euros.

Frente a la falta de medios y la demora en la llegada de ayuda, cientos de voluntarios ponen todo su esfuerzo para colaborar con la población. Son lugareños que se agolpan en los muelles de San Jorge y de Santiago Atitlán, para cargar y descargar la ayuda que llega en lancha. Falta coordinación, pero en estos momentos la labor de estos hombres permite que empiece a llegar agua, víveres, colchonetas y combustible.

El Gobierno guatemalteco ha enviado un contingente de policía para impedir el pillaje y las acciones de los que tratan de sacar tajada del desastre, pero curiosamente el Ejército no ha sido movilizado en Atitlán para las labores de ayuda y rescate.

Bomberos españoles peinan la zona de Panabaj en busca de supervivientes.
Bomberos españoles peinan la zona de Panabaj en busca de supervivientes.

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