Los argentinos que no llegan a fin de mes
En un país considerado rico, el 40% de la sociedad vive bajo el nivel de pobreza
"Yo lo único que le pido al futuro son ladrillos para poder cerrar esta pared y tener otra habitación". Nancy Anselma Pérez tiene 46 años y hace diez se trasladó con la familia hasta Buenos Aires buscando una vida mejor. Eran los años noventa, cuando Argentina vivía un espejismo de prosperidad y las televisiones multiplicaban el reflejo de una existencia en la capital llena de oportunidades. Como primer paso Nancy se instaló en una barriada de chabolas, conocidas en Argentina como villas miseria, en San Isidro, a la afueras de Buenos Aires. Pero la subida al siguiente peldaño nunca se produjo, y allí sigue con 11 hijos entre los 5 y los 25 años. Una hija de 18 años está embarazada y necesita más espacio que las dos habitaciones que toda la familia comparte. "Los políticos nos prometen que las cosas van a cambiar, pero no cambian nada".
Más de 100.000 personas viven en 'villas miseria' en Buenos Aires
Nancy forma parte de una sociedad en la que el 40% de sus ciudadanos vive bajo el nivel de pobreza, que sobreviven día a día y ven cómo se agranda la brecha social en un país que siempre se distinguió de otros de su entorno por la estabilidad de la clase media. Y es que el contraste en muchas ocasiones es brutal. En el mismo distrito de la villa donde habita Nancy, con sus estrechos callejones llenos de niños jugando, mayores matando el tiempo y algunos jóvenes con rostros que delatan su adicción a esnifar pegamento, están algunas de las residencias más exclusivas de todo el país.
En muchas ocasiones basta cruzar la calle para cambiar radicalmente de mundo. "Si usted sobrevuela en helicóptero algunas zonas de Buenos Aires verá zonas de tejados rojos y hierba muy verde y cuidada circundadas de auténticos mares de gris. A esto le llamamos Belindia, es una mezcla de Bélgica y la India", explica el gobernador de Buenos Aires, Felipe Solá, para quien el aumento de la delincuencia experimentado en los últimos años responde más a la brecha social que a la pobreza en sí misma.
"Criar aquí a los chicos no es bueno. Lo peor es la droga. Los chicos primero se drogan y luego roban. Luego están las bandas", destaca Victorina Acevedo, quien posee un comedor social donde facilita alimentos dos veces al día a los niños de la villa con el apoyo del Ayuntamiento de San Isidro y de ciudadanos particulares que, más afortunados que los villeros, dedican tiempo y recursos a paliar en lo posible la situación. Es el caso de Sebastián Valencia, alias Tizú, un boxeador profesional que desde hace cuatro años trata de mejorar las condiciones de vida de estas personas que viven a poca distancia de él. "El problema es que salir de esta situación es muy difícil. Los niños ven que sus padres no trabajan regularmente. Y aunque consigan acabar el colegio tienen que ponerse a trabajar en lo que sea para ayudar a la familia. De ir a la universidad ni hablamos, empezando porque no pueden pagarse ni los tres pesos [poco menos de un euro] que les cuesta el transporte hasta la universidad", explica Valencia.
Según cálculos de Instituto de la Vivienda de la Ciudad de Buenos Aires, sólo en la capital argentina, que no en la provincia, más de 100.000 personas viven en villas y otras 250.000 en infraviviendas. Se trata de un 12% de la población de la Capital Federal. El mismo presidente del país, Néstor Kirchner, sobrevuela una de las mayores villas miseria cuando a diario se traslada desde su residencia en Olivos, al norte de la capital, hasta la Casa Rosada. A apenas 500 metros de esa villa y separado de ella por una vía de tren se levanta el barrio más lujoso de la capital.
"El problema es la distribución de la riqueza. En los años setenta Argentina era similar a Reino Unido o Dinamarca, ahora naturalmente no es así", asegura Liliana de Riz, coordinada del Informe de Desarrollo Económico de Argentina, cuya salida ha sido retrasada este año hasta después de las elecciones legislativas del 23 de octubre precisamente para que no pueda ser utilizado como arma electoral. "Hay que hacerse a la idea de que durante mucho tiempo este país va a convivir con la pobreza porque las cifras son enormes", añade De Riz.
La pobreza, un tema que escuece en un país que se ha considerado tradicionalmente a sí mismo como rico, ha salido inevitablemente tocada en la campaña electoral, aunque como argumento de ataque y no como prioridad. Las disputas que el país mantiene con el Fondo Monetario Internacional (FMI), con quien todavía debe renegociar varios acuerdos de financiación, centran el discurso político en materia económica. La senadora peronista Cristina Fernández, esposa de Kichner, o el candidato del centro derecha Mauricio Macri, entre otros, acusan a sus oponentes de tratar de manipular al electorado valiéndose de la pobreza. Mientras, cada punto de inflación supone que 40.000 argentinos más caen bajo el nivel de pobreza. En los ocho primeros meses de 2005 la inflación acumulada ha sido del 7,7%.
Y a las villas siguen llegando a diario miles de personas, no sólo argentinos sino también inmigrantes de otros países, como peruanos o bolivianos. "Hay que conseguir incorporar a la gente al proceso productivo. Hay que trabajar en las zonas críticas y adoptar medidas de redistribución de la riqueza y creación de empleo", advierte Liliana de Riz.
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