Chica diez
Nunca ha bajado de sobresaliente. Desde párvula. Beatriz Sinova vive en Asturias y tiene 18 años. Es una de los 280.000 estudiantes que empiezan estos días su carrera universitaria. Pero ella tiene un 10 en selectividad. Beatriz y otras cuatro 'lumbreras' enseñan sus apuntes.
"Silencio, por favor", rogaban los carteles. Así que Bea, siempre obediente, ahogó un grito y salió pitando. Acababa de meterse en Internet en un ordenador comunitario del telecentro municipal de su pueblo -Luanco, en Asturias- para buscar su calificación en la prueba de acceso a la Universidad (PAU), la antigua selectividad. Hacía ya una semana que se había examinado en Oviedo con su instituto y las notas debían de estar al caer. Allí estaban:
Beatriz Sinova Fernández: 10 (diez).
"Me quedé atónita, pero no quería montar el numerito en la sala, así que cerré la pantalla, recogí mis cosas y fui a decírselo a mis padres". Llegó a su casa, subió corriendo los tres pisos sin ascensor y abrió, jadeante. Pero allí no había nadie. Ni sus padres ni su hermano pequeño, Manu, de 16 años. "Me quedé parada en medio del salón con cara de tonta, sin saber qué hacer". Entonces, sólo entonces, Beatriz llamó a Andrea, su amiga del alma. "No me sorprendió en absoluto", recuerda la interlocutora. "De hecho, la única sorprendida en todo el instituto y en todo el pueblo fue ella. Lo raro es que hubiera tenido menos nota. Bea siempre saca 10".
"Compito conmigo. No me interesa el triunfo como se entiende hoy: inmediato y sin esfuerzo"
Beatriz Sinova tiene 18 años, el pelo muy negro, los ojos muy verdes y la voz muy dulce. Viste vaqueros holgados, polos pastel y jerséis de punto anudados al pecho o la cintura, por si refresca. No usa tacones, ni maquillaje, ni piercings ni tatuajes. En su cuarto, en casa de sus padres, la clásica cama nido colonizada de día por sus peluches de niña. Enfrente, una espartana mesa de estudio presidida por el horario escolar y un radiocasete con CD como máximo alarde tecnológico. En las paredes, acuarelas y óleos escolares de la dueña.
Desde la ventana se ve, formando un ángulo recto con la casa, el instituto de enseñanza secundaria Cristo del Socorro, donde cursó la ESO y el bachillerato. Detrás, a 200 metros, el colegio público La Vallina, donde hizo primaria. Delante, a unas manzanas, el parque y la playa. Aquí, en un radio de menos de un kilómetro, ha transcurrido hasta ahora la vida de quien es, probablemente, la única estudiante española que ha entrado este año en la Universidad con un 10 debajo del brazo.
Esta revista, a través del Consejo de Coordinación Universitaria, invitó a las 68 universidades del país -48 públicas y 20 privadas- a comunicar las mejores notas de los alumnos que se presentaron a sus pruebas de acceso en la convocatoria de junio. Respondieron más de la mitad. El de Beatriz Sinova fue el único 10 que emergió en la prospección. Una matrícula de honor entre casi un centenar de sobresalientes.
Pero Manuel Sinova, director de banca jubilado, y Flor Fernández, ama de casa, no tenían ni idea de todo eso cuando su hija mayor pudo por fin darles la noticia.
-Saqué diez en selectividad.
-Qué bien, hija, felicidades. Ves cómo no tenías que preocuparte tanto. Venga, pon la mesa, que vamos a cenar.
Sin llegar a la improbable y flemática escena recreada con fina ironía por la propia interesada, los padres y el hermano de Beatriz se sorprendieron tanto como Andrea. Poco o nada. "Un 10 más gordo, pero otro 10", dice Manu. Uno más en el expediente de matrícula continua que acredita su hermana desde primero de primaria. De física a plástica, de matemáticas a religión, de filosofía a historia. Diez en todo. Tuvo que llamar el vicerrector González para que en casa empezaran a calibrar la magnitud del último 10 de la niña.
Santos González estaba contento. De los 3.879 alumnos que se presentaron en junio a selectividad en la Universidad de Oviedo aprobaron 3.628, el 93,5%. Un 3,1% más que en 2004, el mejor resultado de la historia del Principado. "La política de coordinación entre la Universidad y los institutos está dando fruto", pensó. La nota media, un discreto 6,11. En la zona destacada, una quincena de notables altos, como el 8,3 de Andrea Artime, una chica del instituto de Luanco. Y en la cima, aparte de un par de brillantes 9,9, un 10 redondo.
"Hacía años que no veía uno. Dieces en bachillerato son más comunes, pero un diez de media entre bachiller y selectividad es muy raro. Delata a un estudiante excepcionalmente maduro, brillante y completo", dice González, vicerrector de estudiantes de la Universidad de Oviedo y responsable de la selectividad. Espoleado por la curiosidad, le echó un vistazo al expediente de Beatriz Sinova, y al ver que la chica había escogido la carrera de Matemáticas en primera opción, el vicerrector, ex decano de esa facultad durante años, catedrático y profesor de Álgebra en primer curso, no quiso esperar más para conocer a su brillante futura alumna. La llamó para felicitarla e invitarla a conocer sus nuevas aulas.
Ella aceptó, claro. Beatriz ha entrado en su nuevo territorio por la puerta grande. La nota de selectividad no sólo es un activo en el expediente académico o en la satisfacción personal del alumno. Alrededor de un 20% de estudiantes se ven obligados cada año a cambiar sus planes sobre la marcha y cursar una carrera diferente a la deseada por no alcanzar la nota mínima de entrada a su facultad preferida. Pero éste no es el caso. Mientras su amiga Andrea, con su meritorio 8,3, ha ingresado por los pelos en la solicitadísima Facultad de Medicina de Oviedo -que exige un 8,28 de mínima-, a Beatriz le sobra la mitad de su 10 para cursar Matemáticas, menos populares entre los universitarios asturianos.
A Beatriz siempre le sobraron puntos para escoger su futuro. Educada en el colegio y en el instituto público de Luanco, no le han faltado oportunidades de ampliar sus horizontes más allá de este idílico pueblo marinero asturiano de 5.500 habitantes. En los últimos cursos de la ESO, sus profesores le recomendaron hacer el bachillerato Internacional en el instituto Jovellanos, de Gijón, un prestigioso centro público en el que hay bofetadas por entrar, dado que sólo acepta a 20 o 30 alumnos entre los más brillantes del año. Pero los 20 kilómetros que separan Luanco de Gijón se le hicieron a Bea demasiado cuesta arriba. "No conozco a nadie allí, iba a perder mucho tiempo en el transporte, y ya tenía mi instituto de siempre al lado de casa. No me llamó la atención", dice. Tampoco quiso presentarse a las Olimpiadas de Física, o de Matemáticas, o de Química, con que le tentaban cada año sus profesores. Ni siquiera, el último curso, al premio extraordinario de bachiller, con un 10 en el bote.
Bea sólo compite con ella misma. "Mis profesores estaban asustados. Yo nunca quise presentarme a esos concursos y ellos me decían que la vida es dura, que fuera del instituto me voy a encontrar un mundo lleno de competencia. Pero es que yo soy así. No me gusta destacar. Mi competición es estar yo satisfecha con lo que hago y con los resultados que consigo. No me interesan los récords, ni el triunfo tal y como se entiende hoy: inmediato y sin esfuerzo".
Lo dice una chica de 18 años cumplidos en abril. Congénere de los miles de pos-adolescentes que se presentan a los castings de programas como Operación Triunfo y consideran un rechazo como un fracaso vital. Los mismos que, según el último estudio Una mirada a la Educación, 2005, de la OCDE, abandonan los estudios al finalizar la etapa obligatoria de la ESO en mayor medida (33%) que en cualquier otro país occidental. Ésos que, a los 15 años, no alcanzan la media de conocimientos de los estudiantes de la Comunidad Europea y ocupan un lugar de cola en materias como matemáticas (el 23% no alcanza el nivel mínimo) y lectura (21%), según el informe PISA 2003, que compara los resultados educativos de los países de la OCDE.
En este entorno educativo y social, el estilo de vida de Beatriz y de algunos de los chicos casi 10 que aparecen en estas páginas parece, sobre el papel, de otra época. Brillantes aves raras.
Bea no usa el ordenador en casa: "Está estropeado y, de todas formas, no me gusta ir a lo fácil buscando atajos en Internet, prefiero trabajarme yo los temas. Si necesito algo, voy al telecentro". Tiene móvil, pero casi no lo usa: "Sólo en caso de urgencia". No tiene novio: "Tiempo habrá". Disponía, este verano, de una paga semanal de cinco euros. No se quejaba: "Si necesito más, lo pido y me lo dan". No fuma ni bebe: "Detesto el botellón". Católica, creyente y practicante, se declara abiertamente religiosa: "Mis amigos no lo son tanto, pero yo les respeto y ellos me respetan".
"¿Conservadora? Pues sí, puede que lo sea". Beatriz no rehúye ninguna pregunta y contesta siempre con la sonrisa en la boca y en la voz: "Me da igual si está de moda o no. Sólo intento estar contenta conmigo misma sin molestar a nadie y ayudar en lo que puedo. No pretendo gustarle a todo el mundo".
"Siempre fue muy buena niña. Nunca dio un problema", ratifican en casa, ajenos a la conversación privada con Beatriz. "Es testaruda, algo marimandona y demasiado perfeccionista", concede la madre, más propensa que el padre -visiblemente encandilado con la niña- a delatar las imperfecciones de su hija. "Cuántas veces le decimos su padre y yo que deje de estudiar y salga a dar una vuelta. Sobre todo en invierno, en verano sí sale más. Tengo miedo a que se sienta presionada para sacar siempre esas notas, para ser siempre la primera. Y ahora que empieza una nueva etapa, más. Pero se presiona ella sola, en casa nunca le exigimos tanto".
En pleno 2005, con dos hijos adolescentes, Manuel y Flor no saben lo que es un suspenso en casa. Literalmente, no saben la suerte que tienen. "Nunca tuvimos que vérnoslas con eso, aunque está a la orden del día. Manu también trae buenas notas, pero es de otro estilo. Se distrae más, entra y sale. Hay que estar más detrás de él para que estudie". Sin alcanzar la apabullante excelencia académica de su hermana, Manu no baja del bien. "Mi nota de corte es un 8", se justifica muy técnico el aludido, un mocetón con los mismos ojos y el doble de retranca que su hermana: "Si saco más, estupendo. Si saco menos, aprieto para la próxima".
¿Y qué tal lleva un chaval de 16 años el peso de vivir e ir a clase con semejante lumbrera? "Bueno, te acostumbras", responde enigmático el chico, habituado a responder que sí, que es hermano de Beatriz Sinova, cada vez que un nuevo docente ve sus apellidos en la lista de clase: "Es la estrella de los profesores", revela.
-¿Y de sus compañeros?
-No tanto, pero ya se acostumbraron, qué remedio.
-¿Tiene algún mote en el instituto?
-No, que yo sepa, sólo "la del 10".
Andrea Artime, compañera de clase y quizá la amiga más íntima de su hermana, lo corrobora. Beatriz y Andrea se conocían de vista de toda la vida, Luanco es pequeño. Pero intimaron hace sólo tres años. El episodio que las unió da idea del carácter de Bea. "Yo iba a otra clase, y en 4º de la ESO nos tocó juntas. Ella era la última de la lista por orden alfabético, pero la primera por notas. Era la del 10. La verdad es que, desde fuera, intimidaba un poco. Pero si no ibas tú a hablar con ella, venía ella hacia ti. Nunca hablaba de sus notas. Era todo lo contrario a una empollona arrogante. Recuerdo que se me atragantó un examen de matemáticas. Se me ocurrió pedirle que me explicara un problema y me tuvo un día entero en su casa haciéndome de profesora particular hasta que me enteré. Es muy generosa".
Que se lo digan a Zhora, Dima, Oxana o Yulia, algunos de los niños y niñas ucranios que volvieron el pasado 27 de agosto a sus casas en Kiev después de pasar tres semanas en Luanco en unas vacaciones organizadas por una congregación de monjas dominicas de la localidad. Beatriz y Andrea eran dos de las voluntarias que jugaban en la playa cada día con estos pequeños afectados por las consecuencias del accidente de Chernóbil. Pero este verano ambas tuvieron tiempo para otras cosas.
Si alguien ha visto a Beatriz desmelenarse, ésa es Andrea. En invierno, en Luanco, no hay gran cosa que hacer. No hay cines, casi no hay tiendas y cuando cae la noche no se ve un alma por la calle. Gijón, una gran ciudad en comparación, está sólo a 20 kilómetros, pero ya se ha visto que eso es demasiado lejos para Beatriz, que, además, se marea en los coches. Pero en verano es distinto. Este año la playa, las sesiones de tarde en la discoteca Atlántida, o las de noche en Maite y las fiestas del pueblo han visto el despertar de Beatriz a la vida adulta. "No puedo contestarte a eso", responde Andrea, fiel, cuando se le pregunta sobre el tirón de Bea entre los chicos. "Ya viste que es muy guapa", suelta, como única concesión.
Beatriz no entra al trapo. Los únicos pretendientes que confiesa son de otra naturaleza. Como casi la mitad de los estudiantes de bachillerato (el 48%, según un reciente estudio de la Fundación Universidad-Empresa), Bea no tenía claro qué carrera elegir sólo unos meses antes de tener que matricularse en alguna. Le gustan las ciencias y las letras. Lectora voraz desde que aprendió el alfabeto, sus lecturas de verano -Lolita, de Nabokov; Marianela, de Galdós, o La conspiración, de Dan Brown- hablan de su curiosidad intelectual. Escribe poesía ("malísima") y pinta por placer correctísimos bodegones y marinas. Demasiadas tentaciones para quedarse con una sola.
"Pensé en hacer Arquitectura, o Bellas Artes, o Filosofía. Tuve un profesor, Fernando, que consiguió que me fascinara esa materia. Pero todos me decían que las expectativas laborales de esas carreras no eran buenas. Que hiciera una carrera científica, que requiere más energía y tiene más salidas, y que luego podría hacer alguna de letras". Siempre pragmática - "no me gusta el messenger, cuando me meto en algún chat es para practicar inglés- y ordenada -"me encanta la física, pero los nuevos descubrimientos cambian constantemente sus planteamientos"-, Bea eligió finalmente la exactitud tranquila y sin sorpresas de las matemáticas.
La elección racional de Beatriz casa bien con el ranking de las carreras más solicitadas por los aspirantes a universitarios españoles. Medicina, Enfermería, Maestro Infantil, Administración de Empresas y Empresariales encabezan la lista de las 10 licenciaturas más demandadas en 2004.
Fernando Joaquín Gutiérrez es el responsable de la súbita pasión de Beatriz por la filosofía durante el último curso escolar. El flechazo fue mutuo. "Beatriz es brillante y trabajadora. Estudia, claro, pero tiene mucho sentido del humor, y eso es brillantez. Trabaja mucho, por supuesto, pero es generosa y sensible. Como decía Sócrates, la virtud es única. No se puede ser inteligente y violento, brillante y cobarde. Sus dieces son académicos, sí; pero sus exámenes son creativos, originales, perfectos. Cualquier profesor le hubiera puesto 10".
Docente de instituto durante años, Gutiérrez reconoce la excepcionalidad de su alumna en el entorno tipo de una clase española de secundaria, pero se rebela contra la idea de que se pueda pensar en ella como una "empollona cursi y fuera del mundo". "Beatriz es especial, pero no es una extraterrestre. Es rara, si quieres, por poco común. Pero hubiera florecido en cualquier parte. El mérito de los profesores es muy relativo. Este sistema permite que talentos así se desarrollen, faltaría más; pero necesitamos más semillas y abono para el resto y recoger una cosecha mejor".
El año en que el carné de conducir ha sido el regalo fin de curso para muchos bachilleres con un cinco raspado, Beatriz no ha tenido ni siquiera vacaciones. Una cámara digital, para toda la familia, ha sido el único extra que ha recibido a cuenta. "No le hacemos muchas fiestas, cierto, pero es que ella tampoco las admite", dicen sus padres. "Estudiar es mi obligación", zanja Bea.
Si acaso, "si veo que lo necesito", pedirá un ordenador portátil para estudiar en su nuevo dormitorio. Beatriz va a dormir por fin fuera de casa. Ha preferido esperar hasta la mayoría de edad, y, admite, "a no tener más remedio", para levantar el vuelo. Los 40 kilómetros que separan Luanco de Oviedo van a ser su salto al vacío. "Pero bastante controlado", se ríe, "voy a vivir en un colegio de monjas. Me gusta estar en un entorno cercano, de confianza, sin más sorpresas de las necesarias".
Beatriz se ve, "de mayor", "trabajando en algo que me guste. Dar clase en un pueblo perdido, por ejemplo. Sólo aspiro a ser feliz". Sus padres están seguros: "Llegará donde quiera". Fernando, el filósofo, no duda: "Será de esas personas que mejoran la sociedad". El vicerrector González tira para casa: "Puede ser la próxima Medalla Fields (el Nobel de Matemáticas), ¿por qué no?".
Ajena al debate, Beatriz ya está bastante "inquieta" por el nivel de la facultad. "He hecho el curso cero y hay cosas que no he visto en mi vida, no sé si voy a poder con la carrera". Andrea se carcajea: "¿Qué te apuestas a que saca 10 de media en primero?".
Alejandro González
"La clave es que te interese, escuchar en clase"
18 años. Obtuvo un 9,5 en la PAU. Estudió en el instituto público de Felanitx (Mallorca). Empieza Biología en la Universidad de Barcelona, donde vivirá en un colegio mayor.
Su nota más baja: notable. En gimnasia. "Sí, sólo pincho en las marías", reconoce. Aunque se "veía más de letras que de ciencias", escogió Biología por razones prácticas: "Una carrera humanística siempre la puedes hacer por tu cuenta". No le gusta perder el tiempo. Ni en clase -"lo importante es escuchar al profesor, que te interese la materia"-, ni fuera de ella. Este verano se ha sacado el carné de conducir, el de patrón de barca y el de monitor de ocio. Por si acaso.
Adrià Villanueva
"Me dicen que 'tiro' la nota por elegir letras"
18 años. Obtuvo un 9,94 en la PAU. Estudió en el colegio privado Sagrat Cor de Jesús, de Barcelona. Empieza Filología Clásica en la Universidad Autónoma de Barcelona.
"Yo que tú me iría a la NASA". "No malgastes tu nota, haz primero una de ciencias, y luego verás". Adrià ha aguantado la presión de amigos y profesores y ha elegido con el corazón, por encima de una carrera con mejores expectativas laborales. Quiere ser arqueólogo. Cree que el talento es importante, pero no basta: "He visto gente que estudia más que yo y saca peores notas. La capacidad personal cuenta. Pero también hace falta regularidad, constancia y atención".
Irene Martín
"No, no soy una chica de hoy"
18 años. Estudió en el instituto público Marqués de Suanzes (Madrid). Obtuvo un 9,82 en la PAU. Empieza Ingeniería Industrial en la Universidad Politécnica de Madrid.
"Soy religiosa, no me interesa salir hasta las tantas, ni hacer botellón, soy clásica vistiendo No, no soy como la mayoría de mis compañeros". Irene es muy explícita y muy realista. Sabe que la llaman empollona, "pero estoy a disposición de quien me pida ayuda". Le apasiona la concreción, plantearse problemas y ser capaz de resolverlos. "Soy competitiva, pero conmigo misma. Quiero entender y me lo curro hasta conseguirlo". Dos o tres horas de estudio al día también ayudan.
Inmaculada Rentero
"Salgo bastante, necesito desconectar"
18 años. Estudió en el instituto público Cardenal Cisneros, de Alcalá de Henares (Madrid). Obtuvo un 9,96 en la PAU. Empieza Biología en la Universidad de Alcalá.
Un 9,5 en lengua bajó cuatro décimas en selectividad su 10 en bachillerato. Su nota, la más alta de Madrid, no sorprendió en casa. "Otra matrícula ya no es noticia", ríe esta hija única a la que le funciona "hacer resúmenes y tener las cosas claras, más que estudiar los apuntes de memoria". Eso sí, incluso en época de exámenes reserva un rato "para desenchufar: salir con mi novio, o con mis amigos, de copas o en plan tranquilo, para airearme. Si no, no rindo igual".
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