La Cinemateca Francesa se instala en un edificio concebido por Frank Gehry
El centro se abre con una exposición dedicada a la explosión creativa de la familia Renoir
La Cinemateca Francesa nació en 1936, hija del entusiasmo cinéfilo de Henri Langlois, Jean Mitry, Georges Franju y Lotte Eisner. Sin embargo, no fue hasta después de la II Guerra Mundial, en 1948, cuando se convirtió en la escuela de toda una generación. Su sala, de 60 plazas tan sólo, tenía como clientes fijos a François Truffaut, Jean-Luc Godard, Jacques Rivette o Eric Rohmer. Entre 1963 y 1997 su sede se desplaza al Palais Chaillot y, desde hoy, a un edificio de Frank Gehry, inaugurado a finales de 1993 como Centro Cultural Americano en París, cerrado como tal en 1996.
El local, una vez transformado, ofrece cuatro salas de proyección -de 415, 199, 94 y 83 plazas-; más de 2.000 metros cuadrados para exposiciones, la mitad de ellos son destinados a la colección permanente, la otra mitad a muestras temporales; una gran mediateca (biblioteca, videoteca, iconoteca, etcétera); aulas destinadas a actividades educativas y una amplia cafetería.
Para poner en marcha esta nueva instalación, equipada con todos los sistemas de proyección imaginables para todos los formatos y soportes existentes, la Cinémathèque Française ha convocado en su espacio de exposiciones temporales a la familia Renoir. Ahí se dan cita las telas de Pierre-Auguste Renoir, los filmes de su hijo Jean, las interpretaciones del hijo mayor, Pierre, y algunas cerámicas y presencias de Claude, el más pequeño de los tres. Y también las imágenes captadas por otro Claude, un nieto, antes de que debutase ante la cámara Sophie, su bisnieta. Obviamente, el hilo conductor de esa evocación familiar lo ofrecen el pintor y el cineasta, padre e hijo, el segundo obsesionado primero en desmarcarse de la sombra paterna, más tarde en cobijarse tras ella.
La exposición ha sido posible gracias a los préstamos y la colaboración del Museo d'Orsay, que preside Serge Lemoine: "Es lógico que nos asociásemos a un acontecimiento de este tipo porque Pierre-Auguste Renoir no cesó, a lo largo de su vida, de pintar a su familia". Para el director de la Cinemateca, Serge Toubiana, el problema era cómo organizar el material, cómo darle otro sentido más allá del que le confieren ciertas coincidencias temáticas. "La cuestión del retrato y del autorretrato interesó tanto a Pierre-Auguste como a su hijo Jean, la del modelo tuvo mucha importancia para ambos, la atención prestada a la naturaleza y a la luz es muy parecida y ambos artistas fueron sensibles a la belleza convulsiva de la danza, a la exhibición del cuerpo", dice Toubiana.
Diseños de Claude Autant-Lara, filmes rodados por Sacha Guitry o Jacques Rivette, fotos de Man Ray, Robert Doisneau, Sam Levin, Cartier-Bresson y un sinfín de anónimos, pinturas de Pierre-Auguste pero también de Bazille o Maurice Denis aparecen reunidos para explicar el va y viene, el flujo creativo entre dos formas de expresión, entre un pintor al que le gustaban "los cuadros que dan ganas de entrar en ellos" y un cineasta que acabó "utilizando la cámara como un pincel". A todo ese despliegue de material espléndidamente presentado hay que añadir las ocho entrevistas realizadas a los Renoir -al director en varias oportunidades, al operador en otras dos, al actor sólo una vez- que permiten comprender mejor la aventura humana y artística de una familia que, según Jean, estaba compuesta "de un artista, el padre, y tres artesanos, los hijos".
La exposición permanente, bautizada Passion cinéma, se abre con los objetos de la más antigua de las colecciones cinematográficas existentes en el mundo, la del dandi británico Will Day, que cuenta con un ejemplar de Ars magna lucis et umbrae (1646), un primer tratado sobre el manejo de la luz y las sombras, linternas mágicas del XVIII, y mil aparatos que anticipan la imagen en movimiento cinematográfico.
La perseverancia de Henri Langlois le permitió también reunir dibujos originales de Eisenstein, sujetadores de pedrería de Thea Bara o trajes de noche de Louise Brooks, junto a manuscritos de Fritz Lang, colecciones de carteles -más de 14.000- o todo tipo de proyectores, amén de un número importante de maquetas en tres dimensiones destinadas a la fabricación de decorados, ya sean de películas de Billy Wilder, Roman Polanski o Marcel Carné, por citar cineastas de la época del sonoro, pero que también hallan sus equivalentes en objetos tridimensionales de la época en que el cine aún no había aprendido a hablar.
Babelia
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