La irrupción de Zapatero
1. Zapatero ha emprendido la oleada de reformas más importante después de la transición. El PP ha hecho de la resistencia a estos cambios su única estrategia. Que el Estatuto catalán haga su camino, sin descarrilamientos graves en las Cortes, es fundamental para Zapatero y su apuesta de diálogo en Euskadi. La reforma territorial pasa por un buen pacto con Cataluña. El Estatuto catalán debe abrir una puerta con un arco suficientemente ancho para que los vascos puedan entrar después, suficientemente estrecho para que los vascos entiendan el mensaje de prudencia. A las élites catalanas nunca les ha hecho gracia la conexión con Euskadi, porque tienen la sensación de que sólo puede acarrear problemas. Pero esta es la clave de la intervención de Zapatero en el proceso catalán, que ha provocado tensiones en el PSC, que sabe que no puede correr el riesgo de un Estatuto de máximos que se estrelle en las Cortes, por mucho que Mas se haya comprometido a aceptar las rebajas de Madrid.
2. Zapatero llama a Mas y después incorpora a Maragall a la reunión. No es cómoda la posición del presidente catalán en lo que algunos interpretan como un gesto de sumisión. Pero para Maragall es tan importante que el Estatuto salga que está dispuesto a acudir a donde sea si el resultado tiene que ser un sí. A Zapatero le iría de maravilla que el Parlament desbordara un poquito los límites autorizados. Le permitiría enmendar el Estatuto en Madrid, sin faltar a su propia palabra. Pero el PSC no está dispuesto a hacer este regalo a CiU. De ahí la confusión organizada. La intervención de Zapatero es también un gesto de poder. Es un modo de introducir el principio de realidad en las ficciones identitarias. Zapatero ha querido que se hiciera visible lo que a veces se disimula en el juego de las apariencias y de los gestos: que la penúltima palabra del Estatuto la tiene Madrid y que sólo después de pasar por las Cortes tiene el pueblo catalán la última decisión en forma de sí o no. Zapatero ha querido dejar claro que los diputados catalanes proponen y las Cortes disponen. Los rituales del poder catalán tienen siempre una dimensión voluntarista: una tendencia a jugar a Estado. Hay frustraciones que pueden dar dividendos a los nacionalistas, pero que no ayudan en nada a los socialistas. Jugar para buscar la frustración es proponer un modelo de financiación constitucionalmente inaceptable y hacer creer a la ciudadanía que es posible.
3. Los gobiernos están para gobernar. Gobernar quiere decir hacer políticas posibles. Son posibles aquellas políticas que tienen suficiente respaldo social y que permiten avanzar en poder y bienestar sin provocar graves estropicios. Por eso el arte de la política es el sentido de la oportunidad. Saber evaluar en cada momento hasta dónde se puede llegar. Ni más, ni menos. Y la pregunta que está sobre la mesa es: ¿Es éste el Estatuto que la oportunidad permite? Que hay una oportunidad parece fuera de duda. No ha habido desde la transición otro momento presidido por tal voluntad reformista. Ingenuidad o astucia, necesidad o virtud, inconciencia o confianza, Zapatero ha abierto una puerta que González y Aznar mantuvieron cerrada. La oportunidad existe. Y difícilmente existirá cuando vuelva el PP. ¿Vale la pena? Algunos se han apresurado a decir que no, que para este viaje nos podíamos haber ahorrado los billetes. ¿Por qué tantos meses de porfía, entonces? Si el Estatuto prospera, el nacionalismo conservador se queda sin uno de los argumentos favoritos del pujolismo: que todos los partidos españoles son iguales. Un argumento que tenía una doble finalidad: tocar poder en Madrid, ganara quien ganara, y, al mismo tiempo, mantener viva la llama del victimismo. A veces los nacionalistas se pierden en sus propias fantasías. Los catalanes saben perfectamente que el PP y el PSOE no son lo mismo. Por eso CiU pagó tan cara su alianza con la derecha.
4. Más dinero, más protección de las competencias, más capacidad para definir políticas, y mayores dosis de simbolismo, como forma de expresión de la voluntad política. Sin duda es más de lo que se tiene hoy. Es cierto que jurídicamente el Estatuto deja mucho que desear: entre declaraciones de principios de escasa trascendencia legal, listados de derechos en los que las buenas intenciones desbordan la realidad, cláusulas muy aparentes pero que son puros brindis al sol y un escoramiento ideológico excesivo hacia la corrección política progresista en un instrumento legal que ha de ser de todos, el Estatuto no será un modelo que poner como ejemplo en el constitucionalismo comparado. Cataluña no podrá alardear de excelencia. Y es una pena porque la complejidad de la negociación política y el afán de contentar a muchas partes no tendría que ser incompatible con un texto jurídico conciso y técnicamente impecable. Pero estamos, una vez más, jugando a ser lo que no somos: a pensar en la constitución de un Estado cuando estamos haciendo un Estatuto de una comunidad autónoma. Como si por el hecho de que el Estatuto sea más largo y farragoso estaremos más cerca de la plenitud nacional.
5. Ambición: los políticos se llenan la boca con la palabra ambición. " Queremos un Estatuto ambicioso". " O es ambicioso o no merece la pena". ¿Qué es ambición? ¿Pedir la Luna o construir un cohete que un día permita alcanzarla? ¿Querer lo que se sabe que no se va a tener o hacer un Estatuto que busque las costuras del espacio de lo posible? La ambición es lo que más se ha echado de menos en este interminable proceso. Lo contrario de la ambición es hacer fracasar el Estatuto para perjudicar al adversario, pero lo es también aceptar compromisos como no modificar una ley electoral injusta para salvar la apuesta. Ambición es el coraje de pensar en un país en que quepan todos. Son demasiados los que están en política para asegurar que gobiernen los de siempre. Para éstos cualquier excusa es buena para que no cambie nada. Al fin y al cabo, el Estatuto vigente les fue extremadamente útil para este propósito.
6. Si el Estatuto se aprueba en Cataluña, momentáneamente habrán ganado todos y Maragall en especial por el plus que le aporta el cargo que ocupa. Pero quedará más de la mitad del camino por recorrer. Vendrá después una larga y difícil prueba, en que el Gobierno, además de ser eficiente en la negociación de Madrid, tendrá que demostrar su capacidad de gestión. No podemos estar un año más hablando sólo de Estatuto. Si CiU se planta se habrá enterrado para siempre el oasis catalán (lo cual puede ser una buena noticia). Y el fracaso lo pagarán todos. En especial los dos principales. La participación en las próximas autonómicas puede ser de risa. Pero al PSC le puede salir muy caro haber caído una vez más en la tentación de ir a jugar en el terreno adversario. ¿Un pronóstico final? CiU aceptará el Estatuto si el jueves por la tarde se convence de que Esquerra no cambiará de bando.
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