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Columna
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La auténtica respuesta

Soledad Gallego-Díaz

¿Quién dirige tu mundo? ¿Quién manda en tu mundo? A raíz de la guerra de Irak, de sus críticas a la actuación del Gobierno de Tony Blair y del escándalo del suicidio del inspector de la ONU David Kelly, algunos directivos de la BBC se vieron obligados a dimitir. La emisora pública, cuya profesionalidad en el uso de las fuentes fue puesta en duda, organizó, incluso, cursos obligatorios de reciclaje ético para sus periodistas. Fue la única que se tomó completamente en serio lo ocurrido y la única que pidió disculpas. Ni el servicio secreto del Reino Unido, ni su Gobierno, ni mucho menos Blair, ni el presidente George W. Bush, ni la CIA, ni Donald Rumsfeld, ni ningún otro de los políticos implicados en aquella tremenda operación para invadir Irak, incluido José María Aznar, han admitido nunca su responsabilidad en el engaño a que fueron sometidos sus ciudadanos. No les ha importado y nadie les ha pedido todavía responsabilidades por ello.

Pero por encima de todo, importa y debe seguir importando. Importa seguir tomándoselo en serio. Importa seguir preguntándose quién tiene el poder, quién lo quiere, cómo se usa y cómo está cambiando. Precisamente, ése es el objetivo de un nuevo proyecto informativo puesto en marcha por la BBC, el mayor y más ambicioso de su historia. Se llama ¿Quién gobierna tu mundo? y está dirigido por dos mujeres, Alice Donald y Hilary Bishop. La respuesta a su pregunta, como ellas mismas explican, no será simple, porque para miles de millones de seres humanos "su" mundo no depende sólo de su dinero, sino también, quizás, de la religión o de la familia o, tal vez, del espectáculo, de la medicina o de la ciencia. Es posible que la gran mayoría de los encuestados respondiera con menos vacilaciones si la pregunta fuera ¿quién cree que gobierna "el" mundo? Porque entonces las cosas estarían algo más claras: lo gobierna y lo dirige el dinero, las grandes corporaciones. Y cada vez más.

La mayor evidencia es Estados Unidos, la principal potencia económica y militar de nuestra civilización. Se diría que el hundimiento de Nueva Orleans ha sido el hundimiento del último símbolo de la cultura de la Ilustración europea que presidió el nacimiento de esa extraordinaria nación. Estados Unidos está siendo objeto de una transformación impresionante que nos afecta y nos condicionará a todos. Es posiblemente la primera democracia del mundo sigilosamente reemplazada por el poder de las corporaciones y de otras grandes concentraciones de dinero, como ya apuntó hace algunos años el periodista norteamericano Robert Kaplan en su libro Viaje al futuro del imperio. Estados Unidos es posiblemente el único gran país del mundo que crece económicamente de forma ininterrumpida desde hace años, y a una tasa admirable, sin que eso haya implicado una sensible reducción de la pobreza de determinadas capas de su población, sino, casi, lo contrario.

Según los últimos datos de la Oficina del Censo, los niveles de pobreza se sitúan en el 12,7% de la población, un millón de personas más que hace sólo un año. Está claro que los dirigentes de Estados Unidos saben que el futuro de la economía de su país no está en peligro por el fracaso de los arrabales de Nueva Orleans, de San Luis, o de tantas otras ciudades norteamericanas que ya forman parte de la cultura europea y universal gracias al cine y a la literatura. Saben que su éxito económico, su fabulosa transformación tecnológica, no depende tampoco del esfuerzo que dediquen a la educación y a la formación de los jóvenes de esas barriadas, porque es más rentable acudir al mercado internacional e importar de Asia, o de donde sea, los técnicos y los especialistas que precisen. "Los asiáticos altamente cualificados se emplearán en las empresas de alta tecnología y los latinos poco cualificados se encargarán de los jardines y de las casas de esos empleados", dibujaba ya Kaplan en 1997. Es mucho más rentable importar el talento del resto del mundo que adiestrar a la gente de casa.

Se comprende bien el rencor que alimenta un sector de la población negra norteamericana, que no es inmigrante pero que está harta de que se la trate como tal y se la quiera hacer competir, con una fiereza extraordinaria, por los puestos de trabajo que ocupan los auténticos inmigrantes. "Ellos vienen a trabajar, con la idea de reunir dinero y de volverse un día a sus casas. ¿A dónde se supone que tengo que ir yo?", resumía hace tiempo un trabajador negro norteamericano en un gran reportaje de The New York Times.

Nueva Orleans y Misisipi han demostrado qué sucede cuando se olvida la Ilustración y se confía en la compasión. El famoso "conservadurismo compasivo" que pregonaron George W. Bush, Dick Cheney y su grupo de neocons como eficaz sustituto de los programas sociales no puede ir más allá y mucha gente lo sabía desde el principio. La compasión representa, simplemente, un sentimiento de lástima, no de participación ni de distribución. No ocupa el vacío que ha dejado en los arrabales de Norteamérica una nación que causó la admiración del mundo y que ya no puede ser reconocida ni por sus propios hijos.

Así que, ¿todo esto responde a decisiones políticas, tomadas por las grandes corporaciones, por las grandes concentraciones de dinero? ¿Son ellos la respuesta a la pregunta de la BBC? La vertiginosa transformación de Estados Unidos está dando la auténtica respuesta.

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