Hacer trampas

Ausentes es una peripecia que parte de uno de los terrenos más vidriosos y complicados, como es la realidad a plena luz del día, para tejer una historia fantástica de miedos, terrores y fantasmas. Apuesta arriesgada es hacer que una familia experimente, y haga experimentar al respetable, la sensación de indefensión que vive su máxima protagonista, una Ariadna Gil que se luce con un personaje que es, para un actor, un verdadero caramelo.

Mientras esto ocurre, es decir, durante prácticamente el 95% de la duración del filme, las cosas se aguantan: Calparsoro es capaz, y aquí lo demuestra sobradamente, de crear una sensación de opresión sólo con los instrumentos a su alcance (es eso que llamamos talento). El problema es el 5% restante, los minutos finales que obligan a ver de otra manera todo lo que hemos contemplado hasta entonces. Y ahí es donde estallan literalmente los problemas, porque lo que queda de manifiesto es que durante ochenta minutos el director y su cámara, su planificación, su dirección de actores, han hecho trampa: todo reposa sobre una convención de guión que cuesta mucho trabajo admitir...