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ELECCIONES EN ALEMANIA

Asesinadas por vivir como alemanas

Hatun Sürücü murió el 7 de febrero a las nueve de la noche en una parada de autobús por los tres disparos que su hermano le descerrajó en el rostro. Hatun tenía 23 años y un niño de cinco. Había escapado embarazada a los 17 años de un matrimonio forzado en Turquía y se había instalado en Berlín. Su delito: vivía como una alemana. Hatun había manchado el honor de su familia. Vestía ropa moderna, tenía un novio alemán y estudiaba formación profesional.

Hoy comienza en Berlín el juicio contra los tres hermanos de Hatun, que planearon y llevaron a cabo el asesinato. El crimen dejó estupefacta a Alemania; muchos se preguntaron cómo pueden ocurrir esas cosas en este país.

Semra U., también turca, de 21 años, tuvo el mismo fin que Hatun. Fue ex su marido quien, con 36 cuchilladas en una cabina telefónica, se vengó del abandono. Semra, que tenía 12 años cuando, en un viaje a Turquía, se arregló su boda con Cengiz, cinco años mayor, se había divorciado y vivía con otro hombre. Mientras duró el matrimonio Cengiz, que hasta la boda vivió en Turquía, dependía para todo de ella, ya que no hablaba una palabra de alemán y estaba en el paro. Nada bueno para su autoestima. El juicio contra Cengiz se celebra estos días.

"Vivimos en una sociedad paralela", denuncia la abogada turca Seyran Ates. "Nunca ha habido una política de integración ni la voluntad de integrarse de ninguna de las partes". Durante décadas se creyó que el paso del tiempo resolvería el problema, y lo hizo en el caso de los españoles, portugueses e italianos que emigraron en los años sesenta y setenta, pero la cultura turca era demasiado diferente a la alemana. Para muchos el esfuerzo ni siquiera valía la pena, ya que "la mayoría de las familias de la primera generación pensaban volver a su país", recuerda Ates.

La política alemana se encuentra ante un difícil reto: recuperar en la tercera generación una tarea abandonada durante décadas. "Hasta hace cuatro años los políticos se negaron a reconocer que éste es un país de inmigración", constata Ates. "Llenos de prejuicios, vivíamos unos junto a los otros sin mezclarnos, con el agravante de los fanáticos de la sociedad multicultural", que optaban por dejar a los turcos crear sus guetos.

Quizá M., musulmana de 19 años, tenga más suerte que Hatun y Semra. Su hermano la sorprendió con su novio turco. Como sus padres odian a los turcos, la encerraron dos meses en casa, la sacaron del colegio y le dieron una paliza a su novio. "Mi padre decidió casarme, da igual con quién, lo importante era que no fuera turco ni nadie que yo conociera. Me casó con el primero que pidió mi mano", recuerda M. en la página de Internet de una asociación de ayuda a jóvenes musulmanas contra el matrimonio forzado. M., a los 19 años, continúa casada con un hombre al que no ama y del que no se ha separado para que su hija no crezca sin padre. M. asegura que su marido es bueno y amable. Quién sabe si lo seguirá siendo el día que ella se canse o encuentre a otro.

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