Un samurái solitario y populista
Junichiro Koizumi fue tal vez el único que calculó todos los riesgos antes de su deslumbrante salto mortal. Cuando disolvió la Dieta en agosto y convocó elecciones anticipadas, toda la clase política japonesa pensó que se había hecho el harakiri, pero como el ave fénix ha tenido un resurgir triunfante. En sólo un mes, tras recorrer el país y estrechar las manos de unos y otros, el mago de bucles grises, sin pelos en la lengua y de vestimenta informal, ha puesto Japón a sus pies.
La victoria es sólo suya. A sus 63 años, este hombre autoritario, pero íntegro, que ha revolucionado el modo de hacer política en Japón, se ha enfrentado a pecho descubierto a los dinosaurios del Partido Liberal Democrático (PLD) para defender sus ideas y poner en marcha la privatización de Correos, con la que piensa limpiar el país y el partido. Muchos en el PLD le detestan, pero saben que sin él están perdidos.
Como un samurái solitario, Koizumi lanzó su grito de guerra contra los diputados del PLD que votaron en contra de la reforma que él cree que salvará a Japón de perder el tren del siglo XXI. Les expulsó de las listas para estas elecciones y a los nuevos candidatos que colocó en esas circunscripciones les conminó a arrancarles el escaño.
Licenciado en Economía por la prestigiosa Universidad de Keio, este malabarista, que con su discurso directo ha pulverizado a la oposición, es el representante de la tercera generación de una poderosa familia de políticos. Tal vez su obsesión con Correos le viene de los tiempos en que fue jefe de éstos su abuelo, Matajiro Koizumi, cuyo cuerpo estaba tatuado de la cabeza a los pies (el tatuaje se asocia a la yakuza, la mafia japonesa).
A la muerte de su padre, Junichiro trató de hacerse con su escaño, pero sólo lo consiguió en el segundo intento, en 1972. Una vez en el Parlamento rechazó unirse a cualquiera de las tres grandes facciones del PLD que se repartían el poder. La oportunidad le llegó en 2001, en las primeras elecciones primarias del partido, y desde entonces gobierna con un ritmo marcado por él mismo y a la greña con el Parlamento, al que acusa de obsoleto y de frenar las reformas que este país necesita para emprender la modernización que dará paso a otra era de esplendor.
Populista, Koizumi disfruta con baños de multitudes en los que las jovencitas le gritan como si fuera una estrella y las damiselas se desmayan ante la posibilidad de que pueda acercárseles a preguntar cómo se encuentran, como ha hecho en más de una ocasión. Quizá, también como los samuráis, tiene un atractivo especial para las mujeres y las geishas, de las que siempre está rodeado, pero con las que no quiere compromisos. Su matrimonio acabó en un traumático divorcio. Él se quedó con la tutela de sus dos hijos y nunca conoció al que estaba por nacer.
Admirador de Winston Churchill y Elvis Presley, se declara "amigo personal" de George W. Bush, a quien sigue sin discutir, una actitud que se contradice con su nacionalismo militante. Pese a las ampollas levantadas en China y Corea y a las críticas de la oposición y de muchos de su propio partido, Koizumi ha acudido todos los años desde que llegó al poder -con excepción de éste en que ya casi estaba en campaña electoral- al santuario sintoísta de Yasukuni. Allí se venera la memoria de los soldados japoneses caídos, pero también la de los 14 altos mandos militares juzgados por crímenes de guerra por las barbaridades cometidas por el Ejército imperial en la primera mitad del siglo XX.
No es su única contradicción. Amante del heavy metal nipón, de los bares nocturnos y las óperas de Richard Wagner, siente una especial pasión por el kabuki (teatro tradicional japonés basado en leyendas populares) y todo lo que recuerda o representa el código de conducta del samurái. De ahí que su bolsillo haya estado siempre cerrado para quienes han querido llenárselo. Su sencillez le llevó a rechazar al llegar a diputado el coche con chófer que corresponde a los parlamentarios. Encantador de serpientes o samurái solitario, Koizumi ha hecho historia con esta sorprendente y aplastante tercera victoria electoral.
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