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Reportaje:

¿Puede Angela Merkel salvar Alemania?

Ana Carbajosa

Una estrecha carretera conduce hasta Templin. En esta pequeña ciudad del este de Alemania se forjó el carácter de Angela Merkel. Aquí creció, en tiempos de la República Democrática Alemana (RDA). Aquí aprendió a ocultar sus ambiciones, y a desear lo que parecía ilusorio.

La candidata democristiana tiene ahora el sueño de convertirse en la primera mujer canciller de la historia de su país. Y todo indica que el próximo domingo puede hacerlo realidad. Pero retrocedamos una semana.

Son las seis de la tarde y aún hace sol en Templin. En las calles no hay ni un alma. Tampoco carteles que recuerden a la vecina ilustre, ni siquiera propaganda electoral con el rostro de la candidata. Merkel, a sus 51 años, se enfrenta a su rival político, el canciller Gerhard Schröder, en el único debate televisado de la campaña electoral. Pero en Templin, donde viven los padres de la candidata, nadie parece interesado en saber si triunfará Merkel o si lo hará el candidato socialdemócrata.

"Su pensamiento es muy analítico y sabe lo que quiere. Si tiene un objetivo, dará los pasos necesarios para lograrlo. Tiene capacidad de decisión, pero es muy distante", dice su ex profesor de matemáticas
En el este del país, la falta de empleos y los recortes sociales que impone el plan de reformas del SPD reavivan la nostalgia de la República Democrática de Alemania en buena parte de la población
Schröder se impuso en el único debate televisado, pero, a pesar de ello, su rival democristiana sigue muy por delante en los sondeos de opinión
El padre de Merkel se fue al Este para predicar. De la misma manera, según una socióloga, ella "ha hecho de su vida una misión: gobernar la Alemania unida"
Si Merkel es canciller, tendrá que afrontar la titánica tarea de revitalizar la mayor economía de Europa y superar la depresión colectiva

Hans Ulrich Beeskow fue profesor de matemáticas de Angie en la escuela y es un gran admirador de la aspirante democristiana (CDU). Aun así, reconoce que en Templin, de 17.800 habitantes, que vota mayoritariamente a los partidos de izquierdas, la figura de Angela Merkel no levanta pasiones. "No hay euforia hacia ella", reconoce Beeskow, sentado en la solana de su pequeña villa señorial. Los ciudadanos del Este, lejos de estar orgullosos de que por fin un canciller de la Alemania unificada proceda de la antigua RDA, consideran a Angela una traidora, vendida a los valores de la Alemania occidental.

Analítica y distante

Beeskow piensa en ella cuando era pequeña y la ve ahora. Ha cambiado, pero no tanto. "Su pensamiento es muy analítico y sabe lo que quiere. Si tiene un objetivo, dará los pasos necesarios para lograrlo. Tiene capacidad de decisión, pero es muy distante", reconoce este simpatizante de la CDU de 66 años, que achaca la frialdad de la dirigente a los esfuerzos de los barones de su partido para excluirla de la candidatura en 2002. En aquella ocasión, el líder de la CSU (la hermana bávara de la CDU), Edmund Stoiber, consiguió el apoyo del partido de Merkel y se enfrentó en las elecciones a Schröder, que logró repetir legislatura por apenas un puñado de votos.

"Aquí casi nadie quiere que llegue a la Cancillería. No nos fiamos de ella. Apoyó a Bush en Irak, y la gente del Este que hemos crecido de la mano de la ex Unión Soviética no se lo perdonamos". El que habla es el alcalde de Templin, Ulrich Schoeneich, que hace tiempo abandonó el SPD y se presenta como candidato independiente. Además del antiamericanismo latente en la antigua RDA, la alianza de la CDU con el partido de Stoiber resulta muy difícil de digerir por los ossis (ciudadanos del Este).

"Nadie tiene esperanzas de que vaya a ocuparse del paro y del resto de los problemas que tenemos aquí cuando gobierne en Berlín", se lamenta Beeskow. Tiene razón. En las bonitas y tranquilas calles de esta ciudad balneario cunde el desaliento. Con una tasa de paro del 25%, los jóvenes emigran cada vez más al oeste. "No podemos seguir así. Como Schröder, pienso que la economía alemana necesita reformas. La población del oeste envejece, y esto cada vez se vuelve menos atractivo para la industria. No hay gente que consuma".

La situación que describe el alcalde no es un caso aislado en el este de Alemania, donde, a pesar de la transferencia anual de 80.000 millones de euros desde el oeste del país, entre el 4% y el 5% del PIB, la industria hace aguas desde que cayera el muro en 1989. La falta de empleo y los recortes sociales que impone el plan de reformas del SPD han reavivado la nostalgia en la antigua RDA, donde, según los sondeos, más del 20% de la población está dispuesta a votar a la alianza de izquierdas formada por los neocomunistas del PDS y el partido de sindicalistas y disidentes socialdemócratas encabezado por Oskar Lafontaine.

El alcalde de Templin conoce muy bien a Angela y a su familia. La vio crecer en los tiempos en los que la madre de la candidata y él mismo se pasaron a las filas socialdemócratas. "En 1989, Horst Kasner, el padre de Merkel, que era pastor luterano, hizo un discurso muy emocionante en una manifestación. Habló de la economía de mercado, de la reunificación, nos habló de un nuevo partido, estaban buscando candidatos. La madre de Angela y yo nos apuntamos al SPD", cuenta Schoeneich. "Los padres de Angela no quisieron involucrar demasiado a sus hijos en los asuntos del régimen, pero cuando Angela ya era joven, se alistó en la FDJ, las juventudes del partido único, donde era responsable de propaganda", continúa el alcalde. Cuenta que "los Merkel

[quiere decir los Kasner; Merkel es el apellido del primer marido de Angela] recibieron una educación propia del momento y el lugar en el que les tocó crecer, iban a Rusia cuando les tocaba, estaban plenamente integrados".

Algunos estudiosos de la figura de Angela sostienen que la personalidad de su padre y su posición de religioso en el seno de un régimen socialista condicionaron el carácter de política democristiana desde muy pronto y para siempre. "Su padre vivía en Hamburgo y se fue al Este a los pocos meses de nacer Angela. Fue una decisión libre, él tenía una misión: predicar en la RDA. De la misma manera, Angela ha hecho de su vida una misión: gobernar la Alemania unificada", explica Gerburg Treusch-Dieter, profesora asociada de sociología de la Universidad Libre de Berlín. Considera además que ser la hija de un pastor luterano en la RDA le enseñó a esconder sus intereses desde pequeña, a ser oportunista y capaz de mimetizarse con el régimen. "Las actividades de la Iglesia estaban perseguidas. Su padre era un hombre comprometido, que trataba de mantener buenas relaciones con el SED [partido único de la extinta RDA]", añade Treusch-Dieter.

Tal vez ese deseo de pasar inadvertida animó a Angela a estudiar física en Leipzig, una carrera sin connotación política. Y no fue hasta después de la caída del muro y tras terminar su tesis: El cálculo de las constantes de la velocidad de las reacciones elementales en los hidrocarbonos simples, cuando saltó a la arena política. Una vez en la CDU, y apadrinada por el todopoderoso canciller Helmut Kohl, "la muchacha" (como la llamaba su mentor) jugó una vez más a pasar inadvertida, y poco a poco fue escalando posiciones en el partido hasta ser nombrada ministra de Medio Ambiente o de la Mujer y Juventud. "Como hija de la RDA, soñaba con triunfar en el Oeste, con ser Miss América, con tener poder; para ella ha sido un sueño obsesivo", remata la socióloga.

Duelo dialéctico

El único lugar de Templin donde se prevé un cierto seguimiento del debate televisado es el hotel balneario. Imponente, con capacidad para más de 1.000 camas, acoge a jubilados de todo el país que pasan unos días disfrutando de los lagos y bosques de la zona. El interior de esta especie de sanatorio, construido para las vacaciones de los sindicalistas de la RDA, es rancio y maloliente, pero a los mayores parece no importarles. En el sótano está el único televisor del recinto. Dos parejas de jubilados siguen con atención el duelo dialéctico. Merkel cada vez se mueve mejor delante de las cámaras, pero sigue sin parecer la ganadora a pesar de que de las encuestas se desprende una ventaja de entre ocho y diez puntos con respecto a su rival. Schröder, en cambio, es un perdedor que se comporta como un auténtico ganador. Se mueve con soltura, ríe y no se calla una.

Los jubilados despotrican contra la candidata. "No queremos perder nuestra pensión

. No queremos que se privaticen", dice una mujer. Ellos trabajaban en Siemens desarrollando tecnología para teléfonos por cable. Al poco de su jubilación, 2.300 compañeros se quedaron en la calle tras la irrupción de los nuevos servicios en los teléfonos móviles y la deslocalización parcial a Taiwan. Estos hombres y mujeres forman parte de la copa ensanchada en la que se ha convertido la pirámide de población de lo que algunos llaman la nación geriátrica. Los jubilados han venido de Dortmund, ciudad del Estado de Renania del Norte-Westfalia. El resultado de los comicios de mayo fue el síntoma definitivo de que el SPD se precipitaba en caída libre. Los socialistas perdieron su feudo, en el que gobernaban desde hacía 39 años, y Schröder decidió convocar elecciones anticipadas para el próximo domingo.

Termina el debate y el canciller ha vuelto a ganar. El 48% de los espectadores cree que Schröder ha estado mejor, frente al 28% que piensa que Merkel ganó el duelo. A pesar de representar mejor su papel que en otras ocasiones, la candidata no acaba de conectar con la gente. Para los del Este ya no es uno de los suyos. Para los del Oeste no deja de ser una ossie.

Tal vez los alemanes acaben por acostumbrarse a tener un canciller distante, pero a lo que no se acostumbran es a vivir sumergidos en una profunda crisis económica. A Merkel le aguarda a su llegada a la Cancillería la titánica tarea de revitalizar la mayor economía de Europa. Con una economía estancada, Alemania ha superado este año la barrera psicológica de los cinco millones de parados, la cifra más alta desde la II Guerra Mundial, y por tercer año consecutivo, Berlín ha incumplido el Pacto de Estabilidad con un déficit público superior al 3% del PIB. Por eso no es de extrañar que el desempleo, la falta de competitividad y la fiscalidad hayan sido casi en exclusiva los temas de esta campaña electoral.

Merkel promete resucitar la economía. "Lo único que funcionan son las exportaciones, pero el consumo está parado", explica Jürgen Donges, director del Instituto de Política Económica de Colonia y ex presidente del Consejo de Expertos Económicos del Gobierno alemán. Y añade que, aunque la clase empresarial apoya en principio un Gobierno de coalición de la CDU con los liberales (FPD) como el que se instalaría en Berlín de no formarse una gran coalición, todo está parado hasta ver qué medidas toma el nuevo Ejecutivo. "Estamos acostumbrados a que no se cumpla lo que prometen los partidos. La credibilidad de los políticos está por los suelos". En eso coincide con Donges un personaje que poco tiene que ver con el economista. Se trata de Wolfgang Becker, el director de la película superpremiada Good bye, Lenin!, una reflexión irónica y amarga sobre la vida cotidiana de la RDA. "Alemania lleva años endeudándose, desde tiempos de Kohl, pero sólo ahora la gente se da cuenta de la situación en la que estamos. No me puedo creer que de repente los políticos hayan abierto la caja y se hayan dado cuenta de que no hay nada dentro", dice Becker. "Ningún otro país europeo ha tenido que soportar el coste de la reunificación, no tenían un hermano pobre que sacar adelante. Pero además ahora tenemos la competencia de los países del Este. Todo esto genera mucha frustración y hace que la gente pierda la confianza en los políticos. Ya nadie vota un programa o unos valores, votan para evitar que el otro partido, que es peor todavía, suba al poder", opina el cineasta.

Todos coinciden en que la coyuntura económica es una de las principales fuentes de alimentación de la especie de depresión colectiva que atraviesa Alemania. A pesar de que parten de una situación privilegiada respecto al resto de los europeos, los trabajadores alemanes han visto recortados sus derechos sociales en los últimos años. Y eso les produce una suerte de vértigo con el que no se acostumbran a convivir. Los de Volkswagen (el coche del pueblo) son estos días el vivo retrato del pesimismo. Esta semana les han comunicado que la empresa piensa recortar en 10.000 trabajadores la plantilla, y por si esto fuera poco, ha salido a la luz una trama de corrupción en la que aparecen implicados el jefe de personal de Skoda y el presidente del comité de empresa. Al parecer, la empresa pagó viajes exóticos con servicios de prostitutas incluidos a los representantes sindicales para allanar el camino en las negociaciones.

Son las dos de la tarde, hora de cambio de turno en la Autostatd (ciudad del coche) de Wolfsburgo. Una riada de trabajadores abandona sus puestos de trabajo. A Jeannette Dagostini, una alemana de origen mexicano, no le importa contar su historia. "Nos sentimos muy frustrados. Se supone que eran nuestros representantes, y mire", dice esta mujer que trabaja en los comedores de la fábrica. Tiene miedo de que le afecten los recortes, y aunque dice que en los últimos años les han quitado la paga de verano y reducido la de Navidad, les tratan bien. "Cobro 2.100 euros al mes". Antonio, nacido en Italia, lleva 26 años ensamblando piezas de carrocería y lo tiene claro. "No me pienso ir, aunque me ofrezcan mucho dinero. Tengo 48 años y gano un buen sueldo. De aquí no me echan", advierte.

Modelo de cogestión

La factoría, la más grande del mundo, es lo más parecido a un parque temático del motor. Hay una escuela de educación vial, otra de idiomas, centro de fisioterapia, un hotel de lujo, parque de juegos infantiles, ferrocarril, estadio de fútbol, restaurantes y un teatro. Seis mil personas acuden cada día a recoger directamente sus coches o a visitar esta rareza del Estado de Baja Sajonia, la patria política del canciller. La fábrica, modelo de cogestión por el que los trabajadores participan de las decisiones de la empresa, está participada en un 17% por el Estado federado. En Volkswagen se cobra un 20% más que en el resto del sector. Mientras, cerca de 220 kilómetros más allá, Merkel se prepara para triunfar en Berlín ante sus seguidores. Tratará de convencerles para que dejen atrás el pesimismo, tengan fe en sus recetas económicas y se ilusionen con sus promesas.

Son las seis de la tarde. La candidata está a punto de entrar en la Wittenberg Platz de Berlín. Los altavoces escupen música bakalao. "¡Angie, Angie!", grita el público. Muchos han superado la barrera de los 60. Otros son muy jóvenes. "Voy a votar a Merkel porque el Gobierno rojiverde ha creado cinco millones de parados y porque me parece bien la propuesta de reforma fiscal, que todos paguen la misma proporción de sus ingresos", dice Daniel Schulz, con sus 18 años recién cumplidos. A pocos metros de él, un anciano agita una banderita alemana. Tiene 88 años y siempre ha votado a la CDU. "Soy un incondicional", apunta.

La candidata está a punto de llegar. La música truena y empiezan los aplausos. Merkel aparece enfundada en uno de sus clásicos trajes de chaqueta y pantalón. Seria, se dirige al público y desgrana su programa económico: el IVA, el presupuesto, la creación de empleo... Está tiesa, no sonríe, pasa de una idea a la otra con los ojos caídos. Es la estrella, pero no brilla. No se emociona, o al menos no lo expresa. La candidata se dirige a Alemania, aparentemente ajena a que, dentro de una semana, más que probablemente será la primera mujer canciller de la historia del país y habrá cumplido su sueño.

La candidata democristiana alemana, Angela Merkel, saluda a sus partidarios en un mitin celebrado en Berlín el pasado miércoles.
La candidata democristiana alemana, Angela Merkel, saluda a sus partidarios en un mitin celebrado en Berlín el pasado miércoles.REUTERS
Una protesta de trabajadores de Leipzig en 2004 contra los recortes de los gastos sociales.
Una protesta de trabajadores de Leipzig en 2004 contra los recortes de los gastos sociales.AP

Ankara contra Merkel

FREIHEIT FÜR PALÄSTINA (Libertad para Palestina)", reza una pintada. Poco más allá, unos chavales piden dinero con una hucha para la construcción de una gran mezquita-centro comercial. Dos manzanas más allá, una sinagoga protegida por alambre de espino, cámaras de vigilancia y un guarda armado. No se trata de ningún país árabe. Es el Kreuzberg berlinés, el barrio turco de Europa por excelencia. En él viven 38.000 turcos, 10.000 con derecho a voto. En toda Alemania, 600.000 turcos podrán acudir a votar el próximo domingo, de los cerca de 2,6 millones que están instalados en el país.

Cifras nada despreciables teniendo en cuenta la lección aprendida las pasadas elecciones de 2002: cada voto cuenta. Schröder logró entonces la victoria por sólo 6.027 votos. Esta vez, los sondeos no auguran un resultado tan ajustado, pero la aspirante a canciller tendrá que pelear si quiere lograr los escaños suficientes para su coalición.

Merkel tiene el partido perdido en el campo turco desde el primer minuto, por ser la abanderada en Europa de la campaña contra el ingreso de Turquía en la UE. La candidata no deja escapar una intervención pública sin insistir en esta cuestión. Las posiciones de su compañero político, el líder de la Unión Social Cristiana, Edmund Stoiber, afirmando la superioridad del catolicismo sobre el resto de las religiones, tampoco han ayudado mucho. Y como guinda, el apoyo de los democristianos a la guerra de Irak. Agitados en la coctelera demoscópica, estos ingredientes dan lugar a una bebida poco digerible para la comunidad turca de Alemania.

Pero no todo el voto de rechazo turco a Merkel acaba en la cesta de los socialdemócratas. La precariedad de las condiciones en las que viven muchos de estos inmigrantes hace que haya calado hondo el discurso de los neocomunistas del Partido de la Izquierda (PI), que se oponen al plan de recortes sociales de Schröder. "El 45% de los turcos de Kreuzberg está en el paro", dice Ahmet Iyirdili, el único candidato turco al Parlamento del SPD. ¿Temen que el PI les robe muchos votos? Todo apunta a que sí, dice este economista, sentado en un café que sirve especialidades de Anatolia.

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Sobre la firma

Ana Carbajosa
Periodista especializada en información internacional, fue corresponsal en Berlín, Jerusalén y Bruselas. Es autora de varios libros, el último sobre el Reino Unido post Brexit, ‘Una isla a la deriva’ (2023). Ahora dirige la sección de desarrollo de EL PAÍS, Planeta Futuro.

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