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Reportaje:CATÁSTROFE EN EE UU | Búsqueda casa por casa

Rescate de cadáveres en la ciénaga

Un veterano de la guerra del Vietnam busca muertos en las calles anegadas de Nueva Orleans

Yolanda Monge

Con un 38 especial bajo el brazo y manejando su lancha con la mano izquierda, Robert, Bob, Blanchard se desliza por la ciénaga que es Nueva Orleans. Es el tercer día que este hombre de cara curtida por el sol sale a la aventura de rescatar a personas que decidieron quedarse atrás y no huir ante la embestida del huracán Katrina. Su búsqueda es casa por casa.

Antiguo marine ahora metido a negocios que no comenta, Bob -como pide que se le llame- es uno de los muchos voluntarios que han decidido dar un paso adelante y actuar. "Tengo una lancha, mucho tiempo y mi pistola", dice mientras se palpa orgulloso su revólver. "El país y el presidente necesitan de mi ayuda y yo soy un soldado, señora", cuenta a modo de explicación este hombre, que acepta tener más de 50 años. "Muchos lloran de emoción al verme", relata Bob, "pero les digo que otros muchos no se van a ir".

Lakeside, cercano al lago Pontchartrain, cuyos diques no soportaron la crecida del agua y convirtieron Nueva Orleans en una ciudad anegada y apestada, es ahora un barrio flotante en el interior de cuyas casas hay supervivientes y cadáveres. Y cada vez en mayor medida, sólo los últimos. Marcada con una cruz de spray naranja, Bob se acerca a una casa para comprobar lo irrefutable. Un gran tres indica los cuerpos que se encuentran dentro. Los tres yacen en lo que fue el salón y ahora es una piscina pestilente sobre la que flotan los cuerpos. Son tres adultos. Quizás dos hombres y una mujer. Pero son prácticamente irreconocibles flotando boca abajo e hinchados como pelotas sobre el agua negra. "Aquí no hay nada que hacer", certifica. "Esto es para el sheriff".

Bob está acostumbrado al olor. Sólo se cubre con un pañuelo para evitar las enfermedades. No toca nada. Evita mojarse en el agua. Con pantalones de pescador hasta las axilas y botas verdes casi hasta la rodilla, Bob sube y baja de la lancha con toda soltura. Veterano de la guerra de Vietnam, Robert Bob Blanchard parece sentirse como hace tres décadas. "El olor es casi el mismo que el de la jungla y los muertos amarillos". Bob cumple hoy una misión especial. Junto a él viaja Rita Leopold. Leopold fue obligada a abandonar su casa pistola en mano junto a su marido, una hija y el marido de ésta, dos nietas y una hermana hace dos días. Los soldados irrumpieron en la casa y les dieron 10 minutos para abandonarla. "Ése fue todo el tiempo que tuvimos para recoger algunas cosas", recuerda Leopold.

Pero en la casa había más seres vivos. Toda la familia se reunió en casa de Rita Leopold para aguantar juntos el temporal hace dos domingos. Pero con ellos además había tres gatos y dos perros. "Les dije a los soldados que no podía irme sin mis mascotas". "Me repitieron: 'Tiene 10 minutos. Si intenta sacar a los animales, les dispararemos", explica Leopold sin poder contener el llanto. "No tenían derecho a decir eso", replica. Ante el ultimátum de los militares, esta mujer de pelo teñido de rubio para tapar las canas de sus 60 años optó por la única opción que le dejaban: saturó de comida unos cubos, dejó el agua que podía y salió sin mirar atrás. Fue incapaz de despedirse de sus mascotas. "Simplemente salí", prosigue sin dejar de llorar. De repente, el ruido ensordecedor de los helicópteros que continúan lanzando bolsas de arena sobre los diques reventados hace inaudible la conversación.

Cuando no están los helicópteros, el silencio sobrecoge. Es el silencio de los cementerios. De las casas no sale ni un solo sonido. No se oye la radio, la televisión, una lavadora, niños jugando... Nada. Sus habitantes, o huyeron o murieron dentro de lo que creyeron un refugio seguro que se convirtió en su tumba flotante. En algunos tejados hay mensajes desesperados: "Ayuda"; "Soy diabético, ayúdenme"; "Mayday, Mayday". "Mucha de esta gente ya está a salvo", explica Bob. "Los que no lo están es porque ya hace días que murieron", puntualiza.

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Números de la muerte

Otras muchas casas tienen las cruces naranjas con los números de la muerte: dos, uno, cinco... Dice Bob que también hay cadáveres bajo las aguas, agarrados por los cables de la luz caídos que no los dejan salir a la superficie. O aplastados bajo los árboles caídos. Serpientes de agua juguetean ahora entre ellos. Decenas, cientos, puede que hasta 10.000 cuerpos víctimas de un huracán de proporciones que nadie fue capaz de calcular. Bob asegura que encontrará la casa de Leopold y rescatará a sus perros y gatos. Pero ni la misma Leopold sabe ya dónde estaba su casa. Parece incapaz de orientarse. Lo cierto es que es muy difícil. Todo parece igual, el mismo horror. En un papel arrugado y mal cortado lleva escrita la dirección: 34002 Esplanade. Bob sigue navegando por esta Venecia maldita que es hoy Nueva Orleans. Por una ventana se asoma una anciana. Se niega a dejar su casa. Dice que tiene 79 años y ni fuerzas ni lugar al que ir. "Lanzaron agua y comida hace unos días", grita a la vez que dice llamarse Nora. Nora parece muy débil, encaramada a la ventana, y está despeinada y sucia. "No tengo hijos, no tengo a nadie, mi marido murió hace tres años, ésta es mi casa y no me voy a ir", protesta Nora ante la insistencia de Bob para que permita salir a por ella. La mañana es larga y es pronto. Bob dice que será más persuasivo en un rato y rescatará a la anciana.

Leopold se ha ido tranquilizando. Ya no llora. Pero lo hará en un rato, cuando la lancha descubra la casa y encuentre a sus perros sacrificados de un tiro certero. De los gatos no hay ni rastro, quizá escaparon por alguna ventana rota ante la desesperación de sentirse abandonados. Antes de que Rita Leopold perdiese los nervios relata cómo fueron los días siguientes al mortífero Katrina. Cómo la gente sufría mientras veían impotentes crecer el agua a su alrededor. Leopold sólo vio morir a una persona: Jack. "Quizá de miedo", aventura Leopold. "Jack estaba solo y era muy mayor". No lo soportó. Cuando descubrieron el cadáver del vecino Jack, la familia de Leopold lo envolvió en una bandera americana y así le dejaron sobre su cama. "Era militar y amaba este país", expresa Leopold. Jack murió en Estados Unidos en los días después del huracán Katrina.

Imagen aérea de un barrio de Nueva Orleans anegado una semana después del paso del huracán Katrina.
Imagen aérea de un barrio de Nueva Orleans anegado una semana después del paso del huracán Katrina.ASSOCIATED PRESS

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Sobre la firma

Yolanda Monge
Desde 1998, ha contado para EL PAÍS, desde la redacción de Internacional en Madrid o sobre el terreno como enviada especial, algunos de los acontecimientos que fueron primera plana en el mundo, ya fuera la guerra de los Balcanes o la invasión norteamericana de Irak, entre otros. En la actualidad, es corresponsal en Washington.

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