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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Bush, anegado

La Administración de Bush parece anegada por su propia incompetencia tras el enorme desastre natural que sufre Estados Unidos por efecto del huracán Katrina, pese a que éste resultara de menor intensidad que la prevista. La evacuación ordenada por el alcalde de Nueva Orleans ha evitado probablemente una hecatombe sin precedentes en la primera potencia del mundo. Destaca sobremanera la manifiesta insuficiencia de inversiones y medios de contingencia para proteger a la población del delta del Misisipí de un desastre anunciado. Sólo cuando los muertos han empezado a contarse por centenares, con Nueva Orleans anegada y muchas otras poblaciones devastadas, el presidente Bush ha anticipado tardíamente el final de sus vacaciones para sobrevolar

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El atentado del 11-S contra Nueva York y Washington afectó a menos de un kilómetro cuadrado, aunque tuvo efectos mundiales. El impacto del Katrina ha llevado la desolación a extensos territorios del golfo de México. La escala de la reacción tendría que ser, por fuerza, proporcionada. Aunque todo el país ha comenzado a volcarse solidariamente en esta gigantesca operación de rescate, al menos en los primeros días ha fallado estrepitosamente la Administración federal. El gigadepartamento de Seguridad Interna, creado cuatro años atrás como consecuencia del 11-S, no ha estado a la altura de las circunstancias. Ayer mismo, la Agencia Federal de Gestión de Emergencias, dependiente de ese organismo, anunció la suspensión de operaciones de rescate en Nueva Orleans "por falta de seguridad".

Y es que tras los elementos naturales se han desatado los humanos. Los saqueos de supermercados, joyerías y armerías se han multiplicado. Bandas de delincuentes dispararon ayer contra helicópteros de rescate en las inmediaciones del superestadio de Nueva Orleans, desde donde se intenta evacuar hacia Houston y Tejas a miles de refugiados. Estos hechos hablan por sí mismos, aunque no cabe olvidar que, en su mayoría, fueron los habitantes más carentes de recursos económicos los que se quedaron en la ciudad a la espera de lo peor. La tragedia también tiene una lectura social.

El Gobierno, que ha ordenado el completo desalojo de Nueva Orleans, tiene que hacer frente al rescate de miles de personas, a la insalubridad y posibles epidemias provocadas por los cadáveres que yacen bajo las aguas, a la falta de alimentos y agua potable, a las carencias de electricidad y al colapso de las redes de comunicaciones. La situación se agrava por momentos. Aunque la prioridad del momento es evacuar a los supervivientes, ya empieza a cuestionarse el estado de unos diques que debían proteger a una ciudad costera construida por debajo del nivel del mar y que está en la ruta habitual de los huracanes. No han faltado voces que al paso devastador del Katrina han recordado el desprecio con el que la Administración norteamericana rechaza el Protocolo de Kioto, que regula la emisión de gases contaminantes para frenar el calentamiento de la Tierra.

Aunque aún difíciles de estimar, los costes económicos de este desastre van a ser muy importantes a corto y largo plazo. Los destrozos materiales y de infraestructuras son enormes, incluidos los del mayor puerto de Estados Unidos en la desembocadura del Misisipí. Del golfo de México, muy afectado por el huracán, proviene un 10% del crudo que consume el país y en instalaciones ubicadas en esa misma zona se refina más de la mitad de los combustibles. El huracán ha dejado inactivas por el momento ocho de las principales refinerías. La situación es suficientemente seria para que, una vez superados los 70 dólares por barril de la modalidad West Texas Intermediate, la Administración haya decidido liberar parte de sus reservas estratégicas de petróleo para tratar de contener los precios. Las labores de reconstrucción, sin embargo, pueden llegar a compensar en actividad económica lo destrozado por el huracán y sus consecuencias. De una vez por todas, la primera potencia mundial tendrá que abordar los proyectos tantas veces apalazados para proteger Nueva Orleans.

Que en tales circunstancias caiga la popularidad de Bush es lo de menos. Lo preocupante, por lo que augura respecto a otras posibles catástrofes naturales o humanas, es que no haya funcionado la gobernación. El Ejecutivo ordenó ayer enviar a Luisiana y Misisipí, los Estados más afectados, a 10.000 soldados más de la Guardia Nacional, la encargada de hacer frente a los problemas de seguridad interiores, con lo que habrá 30.000 soldados sobre el terreno. Pero se podría haber dispuesto de más si una parte de este cuerpo no estuviera ocupada en Irak, en una guerra que nunca debió haber comenzado, marcada también por los errores de imprevisión.

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