Vacaciones pagadas
Mi jefa me pide que este año no me tome mis vacaciones preceptivas y durante el mes de agosto siga escribiendo artículos. Reprimiendo a duras penas la alegría, me hago de rogar todo lo que puedo con la esperanza de que mi sacrificio fingido me autorice a pedir un aumento de sueldo, y al final acabo aceptando. Porque lo que ni sabe ni tiene por qué saber mi jefa es que para un charlatán y un grafómano peligroso no hay nada más triste que dejar de poner por escrito, aunque sólo sea durante un mes, las tonterías que se le pasan por la cabeza. Tener una columna donde escribir es un privilegio. Escribir es un privilegio. Y si encima te pagan por hacerlo, entonces el privilegio es tan escandaloso que se convierte en el equivalente perfecto de unas vacaciones pagadas. Como hay mucha gente sensata que no entiende que se les pague a los charlatanes y los grafómanos por poner por escrito las tonterías que les pasan por la cabeza, la pregunta que con más frecuencia tiene que contestar un escritor es por qué escribe; como todos los escritores, yo también tengo mi batería de respuestas (para no convertirme en un oligofrénico o un asesino en serie; porque ni siquiera sé atarme los cordones de los zapatos; porque sufriría muchísimo obligándome a no escribir; para defenderme; por vicio; por dinero; para poder pensar); todas estas razones son ciertas, o al menos contienen alguna parte de verdad, pero hace sólo unos meses descubrí una razón que me pareció la más verdadera de todas. Fue cuando me acordé de un hermano marista, Josep Maria Casas se llamaba, un tipo joven, inteligente y bueno que a punto estuvo de lograr el milagro de domesticar a quien suscribe y a unos cuantos descerebrados como quien suscribe. Un día estaba hablándonos de los trabajos que nos aguardaban cuando saliéramos del colegio (íbamos a ser médicos, abogados, veterinarios) cuando de repente se interrumpió. "Pero, claro", dijo, "también hay gente que ni siquiera tiene que salir a la calle para trabajar, se quedan en casa, calentitos en invierno y frescos en verano, tumbados a la bartola en el sofá del salón con una Coca-Cola en la mano, pensando en las musarañas o leyendo o imaginando y sin hacer absolutamente nada más". En aquel momento pensé que aquélla era la imagen del paraíso y descubrí para siempre mi vocación de gandul, y hace unos meses comprendí por fin que en realidad me había hecho escritor para vivir en el paraíso descrito por el buen hermano marista, porque escribir es el único oficio del mundo que te permite levantarte un lunes por la mañana y tumbarte a la bartola en el salón de tu casa con una Coca-Cola en la mano y sin más ocupación que leer o imaginar o pensar en las musarañas durante el resto del día.
Así que el escritor a quien pagan por escribir en realidad no trabaja nunca, porque vive en unas permanentes vacaciones pagadas. En los periódicos pagan. Poco, pero pagan, y por eso hay que fingir un disgusto tremendo cuando le piden a uno que este año no deje de escribir en agosto. Pero no hay que negar que escribir artículos también tiene sus inconvenientes. El principal es que al escritor se le acaba poniendo cara de artículo, porque todo cuanto ocurre a su alrededor se le convierte en materia de artículo. Va por la calle y pasa a su lado un enano en bicicleta: artículo. Abre el periódico y lee que en la clínica del doctor Igor Kniazkin, en la calle Furshtatskaya de San Petersburgo, se expone el pene embalsamado de Rasputín, que es enorme: artículo. Va a su casa y su madre, con un porro en la mano, lo insulta porque a su edad todavía no ha aprendido a atarse los cordones de los zapatos: artículo. Absolutamente todo, ya digo, es materia de artículo, pero, si se fijan bien, la mayor parte de las veces un artículo no es más que un celofán diseñado para envolver con él una frase memorable, que casi nunca pertenece al articulista, al fin y al cabo un pobre hombre. Abro mi libreta de articulista y localizo tres frases memorables con las cuales proyectaba envolver tres artículos que ya nunca escribiré; son frases veraniegas que les regalo para celebrar estas vacaciones pagadas. La primera, obra de Voltaire, es una agudeza sin contestación posible: "El placer da lo que el pensamiento promete". La segunda, tan hermosa como esquiva, es de un grupo musical llamado Los Mártires del Compás: "Si el amor es ciego, por qué me miras". La tercera es la mejor y por ello, más que el celofán efímero de un artículo, merecería una glosa de 700 páginas firmada por Hans-Georg Gadamer, porque tiene el sabor elemental de las verdades conservadas en piedra a través de los tiempos o de los versos inmortales que hace casi treinta siglos recitó Anacreonte y que todavía nos conmueven con el hálito inconfundible de esas experiencias que les han acaecido a todos los hombres afortunados en todas las épocas y en todos los lugares. La frase es de Paco Rabal y dice así: "Yo nunca, nunca, nunca me he acostado con una mujer fea. [Pausa] Ahora, me he levantado con una cantidad de ellas ".
En fin: no sé si exagero al pensar que con esas tres frases tienen ustedes materia suficiente de solaz para todas sus vacaciones; armado de mi Coca-Cola y mi sofá, y con los cordones de los zapatos desatados, yo continúo con las mías.
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