Bolton porque sí
Como resultaba evidente desde la semana pasada, George W. Bush se ha saltado al Senado y nombrado a John Bolton embajador de EE UU ante Naciones Unidas, para desmayo de muchos en la ONU y enojo de sus adversarios políticos. El presidente estadounidense argumenta que Washington no puede continuar sin representante en la máxima organización mundialista cuando ésta se apresta a afrontar, en su asamblea general del mes próximo, algunas de las reformas más importantes de su historia.
Bush tiene perfecto derecho a utilizar sus poderes constitucionales y actuar como lo ha hecho, aprovechando un resquicio legal que permite circunvalar a un Congreso de vacaciones. Su treta permitirá a Bolton, un conservador a ultranza cuya confirmación permanecía bloqueada en el Senado desde marzo, permanecer en el cargo hasta enero de 2007, cuando comienza un nuevo periodo legislativo. Pero una cosa es que pueda y otra que deba. El presidente de EE UU confirma con su decisión el escaso respeto que le inspiran Naciones Unidas y los procedimientos diplomáticos en general, al imponer por la puerta falsa a uno de los más inmisericordes críticos de la ONU. Bolton es un hombre agresivo y abrasivo, cuyas opiniones políticas y su modo de expresarlas le colocan en las antípodas de los usos que rigen a orillas del East River. Si por el nuevo embajador fuese -hasta hace unos meses y desde 2001, el más alto funcionario sobre control de armamento nuclear-, Irán y Corea del Norte habrían sido disciplinadas hace mucho tiempo.
John Bolton concita las iras de los legisladores demócratas, pero también de republicanos que no le consideran idóneo para representar los intereses de la superpotencia en la ONU. Lo que sus críticos consideran graves defectos son, sin embargo, grandes virtudes para los neoconservadores que han avalado su nombramiento. La organización mundialista está en una encrucijada -ampliación del Consejo de Seguridad, definición de terrorismo, discutida eficacia ante las crisis internacionales- y sometida a investigación sobre escándalos que en algún caso tocan muy de cerca a su secretario general. Bush entiende que nadie mejor que Bolton para agitar con su proverbial irreverencia la institución y facilitar los objetivos de política exterior estadounidense.
Pero, independientemente de que un foro como la ONU pueda llegar a cambiar el estilo del nuevo embajador, resulta evidente que el puesto exigía de su titular la legitimidad que sólo otorga sortear sin problemas el escrutinio del Legislativo. Desde este punto de vista, la más relevante organización internacional y la propia diplomacia estadounidense merecían otro trato de la Casa Blanca.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.