Emilio Lledó vuelve con sus alumnos y les habla del amor a la lectura
El filósofo dicta en Santander su curso magistral 'De Calipso a Dulcinea'
Emilio Lledó está en forma. Cincuenta años después de su primera clase, y dos años después de que lo jubilaran como catedrático de Historia de la Filosofía de la UNED, el filósofo, que ahora tiene 77 años, se presentó de nuevo ante 130 alumnos del curso que desde ayer dicta en la sede santanderina de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. Titula sus clases, que terminan el viernes próximo, con una apelación mitológica: De Calipso a Dulcinea: una historia del amor y la amistad. Al menos veinte de los alumnos que le escuchan fueron ya estudiantes suyos hace décadas; siguen desde entonces al profesor en el que muchos han visto al flautista de Hamelín de la Universidad.
Dio clase de pie, como siempre. Los que le escucharon enseñar hace más de treinta años le recuerdan sin apuntes, disertando como un tribuno junto a una mesa vacía, ante un encerado que nunca usaba. Ayer se sentó, al fin, porque no le funcionaba el micrófono de corbata, y tuvo al lado una sábana de proyecciones, sobre cuya presencia ironizó. "Hace poco observé que un opositor usaba transparencias ¡hasta para exponer su currículo!".
Y, como entonces, Lledó sigue despreciando la idea de asignatura, e incluso la idea de los apuntes y de los exámenes. Ayer explicó que esa alergia le viene de sus años de Alemania, donde aprendió a enseñar. "Yo iba con la idea de que los alemanes eran cabezas cuadradas, que me iban a obligar a examinarme, a leer textos obligatorios. Qué va. ¡El cabeza cuadrada era yo!". Los profesores alemanes le enseñaron que tenía que hablar de lo que más le importara; sus maestros lo hacían, y él lo hace, introduciendo preocupaciones propias, y colectivas, en su discurso.
El bien público
Ayer estaba preocupado por lo poco que se respeta en España el bien público; esa reflexión viene de los incendios que están ocurriendo, algunos de los cuales parecen provocados por el descuido común y también por el descuido político. Por eso trufó su primera lección (El descubrimiento de la corporeidad y el lenguaje de los sentimientos. El diálogo con la memoria y el diálogo con la vida) con ideas acerca de esos desastres; y no sólo eso: aprovechó para hablar de la televisión y de lo que ésta perturba ahora la sensibilidad de las personas. Tiene un televisor que no enciende, pero en los hoteles lo ve, "¡y estoy escandalizado de la violencia que se le ofrece a la gente! Hay quienes se pueden defender, ¿pero qué queda de la sensibilidad de los que no tienen instrumentos para defenderse de esta agresión?".
Aunque parecen digresiones, el profesor las integra, como siempre hizo, en su discurso académico. En realidad, lo que Lledó quería hacer ayer con sus dos primeras lecciones de la semana (la segunda se titulaba Sentir, hablar, pensar. La libertad de las palabras. Elegir en el mundo: la predilección) es llamar la atención sobre la importancia que tiene una educación de la sensibilidad, que también ha de correr a cargo de los poderes públicos, y en ese sentido funcionó su alerta sobre el medio más popular, a cuyo porvenir dedicó los últimos nueve meses de su vida, como presidente del conocido como comité de sabios sobre los medios públicos...
Lo que más le importa, en todo caso, es llevar a sus alumnos la preocupación por el deterioro que sufre la lectura en la sociedad... La preparación intelectual pasa por la lectura, y la belleza (la del arte, la de la naturaleza, la de la vida) sólo cobra sentido cuando el hombre es capaz de enfrentarse a las ideas ajenas haciéndolas suyas... Ese diálogo (el diálogo más perfecto es el que se hace con los libros, dice) lleva a una gran felicidad; él, en concreto, experimenta un "goce indecible" cuando relee a Cervantes ("cada año, un Quijote para subrayar") y relata como el descubrimiento amoroso de un adolescente la vez que, leyendo a Kant, descubrió que entendía lo que Kant le explicaba. "¡Es como descubrir la vida, y eso sólo lo proporciona la lectura!".
Ha usado a Calipso (de la mitología homérica) y a Dulcinea (de la mitología cervantina) para explicar que la historia de los sentimientos tiene desde la antigüedad clásica encarnadura literaria; sin las palabras (sin la poesía) es imposible entender el amor, la amistad, cómo se fueron haciendo... "La amistad", vino a decir Lledó, que escribe un libro sobre el asunto, "es una creación de la cultura humana, que es la que crea solidaridad, política, igualdad, concordia y, por tanto, ciudad". Aunque él sabe, y lo dijo, que hablar hoy de amistad, "en este mundo feroz, suena a música celestial".
Una diferencia con respecto a sus antiguas clases. Los alumnos no le aplaudían al final de sus apasionadas disertaciones sobre la vida y, por tanto, sobre la filosofía. Ayer, sin embargo, le dedicaron una larga ovación.
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