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Columna
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Comparativa verde

Las comparaciones se han puesto de moda. Lejos de aparecer odiosas se presentan hoy como las mejores aliadas de usuarios o consumidores. Muchas revistas y suplementos no sólo incluyen sino que basan su éxito en la calidad de sus comparativas entre diferentes servicios o productos. Se comprende la popularidad de estos cotejos frente a un mercado cada vez más trepidante, abundante y sofisticado (los catálogos multimedia parecen el descriptivo de una carrera técnica superior). También se explica porque, nos guste o no, hay cosas que como mejor se ven es por contraste. Los estragos provocados por el calentamiento de la atmósfera, por ejemplo. Hace dos domingos, el PAÍS SEMANAL publicó una comparativa fotográfica entre el mundo de hace unos años y el que va quedando: el grandioso mar de Aral, hoy reducido a un cuarto envenenado. O la selva amazónica carcomida de construcciones y cultivos. O la solidez que una día fue continental del hielo antártico, hoy camino de convertirse a la dudosa consistencia de un puré gélido.

Las encuestas son también formas de comparativa, de cotejo entre las distintas repuestas sociales. Los cambios de opinión se ilustran además comparando el sondeo más reciente con los anteriores. Así, los resultados del último sociómetro indican que la vivienda y el empleo son hoy las preocupaciones prioritarias de la mayoría de los vascos (el terrorismo ha dejado de ocupar la cabeza). Si la finalidad de una encuesta pública es conocer para atender debidamente las demandas ciudadanas, esos temas y no otros deberían inspirar esta nueva legislatura. Ese y no otro debería ser el texto real de una política concreta. Mucho me temo, dada la propensión de este gobierno (mayormente repetidor) a las abstracciones, que no va ser así, que el horizonte de la legislatura va a ser otro; quiero decir, el mismo de siempre, desapegado del trabajo y las casas.

Pero no quiero abandonar la comparativa ecológica del principio. Porque una de las pocas novedades que presenta el gobierno está en la Consejería de Medio Ambiente; y porque, de acuerdo con el sociómetro citado, la preocupación medioambiental sólo es prioritaria para el 1% de los vascos. Es muy poco (aunque esos datos haya que relativizarlos, que leerlos a la escala de un sondeo), alarmantemente poco; y convendría analizar enseguida el porqué de ese desinterés; las razones que hacen que la sociedad vasca abra ese abismo entre la ecología y el resto de sus prioridades; y además en el peor momento, cuando la conciencia verde es más necesaria que nunca; cuando no debería ser un tema en sí, un tema suelto, sino una actitud ligada a todo los demás. Porque el planeta está como sabemos (las fotografías citadas resultan desoladoramente elocuentes), y Euskadi se ha convertido en importante generadora de basuras y gases tóxicos, y penden sobre nosotros los debates de Damocles de la incineración o el impacto de las grandes infraestructuras por venir; porque el tráfico crece y colapsa un día sí y otro también nuestras principales carreteras. La nueva consejera de Medio Ambiente, Esther Larrañaga, ha anunciado que va a "extender la conciencia y la cultura de la sostenibilidad al día a día".

Lo celebro y sobre todo lo espero. Y le pido, en consecuencia y por comparativa, algunos cambios fáciles. Cualquiera puede ir de Hendaya a Bayona por una buena autopista o gratis por una carretera nacional decente. De Donostia a Bilbao estamos condenados al peaje por una mala autopista (la "primitiva" nacional resulta impracticable). Los transportes colectivos ofrecen en este caso pobre remedio: los horarios de autobuses (el último a las 10 de la noche) y su precio son invitaciones a usar más el coche (casi sale a cuenta viajando una persona, y resulta el doble de barato en cuanto viajan dos). Y lo peor es que no podemos utilizar el tren (el trayecto dura 2 horas 40 minutos). Omitiré la odiosa comparativa con los servicios ferroviarios de los países de nuestro entorno, para insistir en que se trata de un cambio fácil: están las vías y los vagones de Euskotren relucientes. Sólo falta el semáforo político en verde.

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