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Columna
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Nación andaluza

En términos generales, un nacionalista es una persona a la que le interesa más lo que ocurrió en su región en el siglo XIV, pongamos por caso, que lo que ocurrió en su país ayer por la tarde. El nacionalismo es el arte de la retrospección histórica: le preocupa más arrancar del pasado para llegar al presente que apoyarse en el presente para llegar al futuro.

Según los misterios de la estadística, sólo el 1,5% de los andaluces está de acuerdo con la definición de Andalucía como nación. De todas formas, ese porcentaje desalentador no consigue desalentar a IU ni al PA, circunstancia que no deja de resultar curiosa, porque curiosa resulta siempre la imagen de unas formaciones políticas que actúan no ya en contra del sentido común, sino incluso en contra del sentir general. Cuando los políticos se empeñan en defender fantasmagorías sociológicas al margen de la sociedad y de espaldas a la realidad, estamos en nuestro derecho de barajar al menos tres conjeturas: o son unos irresponsables o son unos mesías o son unos mesías irresponsables, ya que, a fin de cuentas, el sentido de la responsabilidad de los iluminados está por encima de la moral corriente. Se percibe, además, un fondo de insolencia no ya sólo en el hecho de oponerse a un sentir abrumadoramente mayoritario, sino también en el afán de imponer la lexicología a la semántica: la defensa de la mera palabra frente a su contenido.

Por un raro resorte ideológico, por mala conciencia histórica tal vez, estamos dispuestos a otorgar a cualquier fantasía nacionalista un talante esencial de progresismo, a pesar de que la realidad nos ofrezca datos un poco más melancólicos. Nuestros micropatriotismos disfrutan del prestigio sentimental de las verdades oprimidas, así consista la opresión en una pura leyenda, ya que todo lo legendario le viene al dedo a cualquier sentir patriótico, que por fuerza se ve obligado a recurrir a argumentos irracionales para fundar su razón básica: el concepto de patria por encima del concepto de estado. El pasado por encima del presente. El patriota por encima del ciudadano. Lo etéreo, en fin, por encima de lo concreto, porque todo nacionalismo tiene mucho de negocio de venta de humo.

Entre las astucias de los ideólogos de los micropatriotismos se cuenta la de acusar de macropatriotas a quienes se arriesgan a advertir de los delirios micropatrióticos, como si el debate se centrara por fuerza en cuestiones patrióticas y no en cuestiones estrictamente políticas, ya que el patriotismo es a la política lo que la gastronomía rumana es a la metafísica rumana. Visto lo visto, el nacionalismo tal vez no consista tanto en una ideología política como en un conflicto folclórico, aparte de un resquicio para la carcunda maquillada, una máquina de generar extranjeros en su propia tierra, la imposición de un delirio romántico frente a un coloquio razonable, la voz que se oye a sí misma por encima de las demás voces, la vía de escape de los profetas telúricos que discursean emocionados sobre la tierra prometida, sobre el paraíso perdido, sobre el paraíso oprimido o sobre el paraíso usurpado. IU y PA están a favor de algo de lo que casi todo el mundo está en contra. Ánimo. Y suerte con el sainete.

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