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Entrevista:JAMES MORRIS | Director ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos de la ONU

"Un niño bien alimentado tiene la mitad de probabilidades de contraer sida"

Mónica Ceberio Belaza

James Morris (EE UU, 1943) lleva tres años al frente de la mayor agencia de ayuda alimentaria del planeta. El Programa Mundial de Alimentos de la ONU, creado en 1963, ha distribuido hasta la fecha 47 millones de toneladas de comida. En 2004 alimentó a 113 millones de personas. Aun así, se calcula que 25.000 mueren de hambre cada día: es decir, 9 millones al año. A pesar de estas desalentadoras cifras, Morris confía en que, con una mayor inversión de los gobiernos, se pueden alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio planteados por la ONU en 2000, encabezados por la reducción a la mitad del hambre y la pobreza para 2015.

Pregunta. ¿Cuál debe ser la prioridad en estos momentos para erradicar el hambre?

"No hay hasta la fecha prueba alguna de que los alimentos modificados genéticamente sean nocivos para la salud de las personas"
"Unos ocho millones de granjeros africanos han muerto de sida, y los niños ya no tienen con quién aprender a cultivar"
"En Pakistán, hemos conseguido triplicar el número de niñas escolarizadas dándoles aceite en la escuela para que lo lleven a sus casas"

Respuesta. De los 850 millones de personas que pasan hambre en el mundo, más de 300 millones son niños. Si se acaba con el hambre infantil, muchos de los Objetivos del Milenio se podrían cumplir, como reducir la mortalidad infantil y el sida. Por sólo 25 euros se puede alimentar a un niño en la escuela durante todo un año y el cambio que esto va a suponer en su vida es increíble.

P. ¿En qué consiste ese cambio?

R. Todo a su alrededor se transforma: disminuye el número de hijos que va a tener, aumenta su esperanza de vida... Si un niño está bien alimentado, se reducen a la mitad sus probabilidades de sufrir sida. Y las niñas, en vez de tener hijos a los 11 años, los van a tener a los 20. Así se rompe el círculo de la pobreza. Los niños, en lugar de ser un problema, pasan a participar en la vida económica del país. No sólo mejora su vida, sino la vida de su nación.

P. ¿Cómo se unen alimentación y educación?

R. De los 56 millones de niños que alimentamos el año pasado, a 18 millones se les dio la comida en la escuela. Así se consigue que sus familias les lleven. En Dodoma (Tanzania), en una escuela con 400 niños, después de implantar el programa, había 800. Y un 22% de ellos pasaron al segundo grado, frente al 4% que lo hacía antes.

P. ¿Y en los países en los que las niñas no suelen ir al colegio?

R. A través de la comida también estamos consiguiendo que más niñas reciban educación. En Pakistán, por ejemplo, hemos conseguido triplicar el número de niñas escolarizadas dándoles aceite en la escuela para que lo lleven a sus casas. Así se logra un doble efecto. Por un lado, las familias que antes dejaban a las hijas en casa cortando madera o buscando agua, las envían al colegio. Por otra parte, el estatus de la niña dentro de la familia mejora, ya que se vuelve proveedora.

P. ¿Dar alimentos directamente no genera dependencia?

R. Sólo proporcionamos comida a las personas que están en situaciones extremas: emergencias, madres embarazadas o lactantes, niños, enfermos de sida. Pero no estamos en sitios donde no hacemos falta. En China, por ejemplo, acabamos de cerrar nuestro programa. Pero la comida directa muchas veces es necesaria para romper el círculo de la pobreza del que hablaba antes. Porque sólo las personas alimentadas pueden trabajar y desarrollar su comunidad.

P. ¿Cómo funcionan los programas que tienen en marcha de alimentos por trabajo?

R. En Egipto, por ejemplo, ayudamos a desplazados en la zona noreste del Nilo, que es una región todavía fértil. Damos comida a los campesinos mientras ellos trabajan preparando los sistemas de irrigación, que son los que les van a permitir ser autosuficientes y producir sus propios alimentos.

P. ¿De qué manera incide el sida en los proyectos que se llevan a cabo en África?

R. La alimentación debe ser una prioridad en la lucha contra esta epidemia. Cuando das alimentos a los enfermos, se alarga su esperanza de vida y se reducen las infecciones oportunistas, como la malaria o la tuberculosis. Y la terapia antirretroviral no funciona con gente desnutrida. Pero no sólo hay que dar comida. Unos ocho millones de granjeros, más de los que hay en todo EE UU y Canadá, han muerto y los niños ya no tienen con quién aprender a cultivar. Hay 14 millones de huérfanos a los que hay que enseñar a trabajar la tierra para que en el futuro puedan alimentarse por sí mismos.

P. Algunos países han rechazado alimentos de su programa por ser transgénicos. ¿Los siguen utilizando?

R. Nuestra política es la siguiente: cuando compramos comida, pedimos al país vendedor que certifique que esos alimentos son aptos para el consumo de sus propios ciudadanos. Después, verificamos que cumplen los requisitos de calidad y seguridad de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) y de la OMS (Organización Mundial de la Salud). Cuando los ofrecemos al país receptor, les damos toda la información que tenemos. Y los países pueden aceptarlos o no. Si no los quieren, los utilizamos en otro sitio.

P. ¿Por qué están tan seguros de que se pueden consumir sin riesgo?

R. No los daríamos si pensáramos que puede haber algún problema. Tanto la FAO como la OMS afirman que están razonablemente seguras de que no hay riesgo. No existe hasta la fecha prueba alguna de que sean nocivos. Un tercio de los alimentos producidos en Suráfrica están genéticamente modificados. Y con ellos se puede aumentar la producción, haciendo los cultivos más resistentes a las plagas. Pero quiero insistir en que respetamos las decisiones que cada país adopta sobre si desea o no recibir estos alimentos.

James Morris, director del Programa Mundial de Alimentos de la ONU, el pasado lunes en Madrid.
James Morris, director del Programa Mundial de Alimentos de la ONU, el pasado lunes en Madrid.MANUEL ESCALERA

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Sobre la firma

Mónica Ceberio Belaza
Reportera y coordinadora de proyectos especiales. Ex directora adjunta de EL PAÍS. Especializada en temas sociales, contó en exclusiva los encuentros entre presos de ETA y sus víctimas. Premio Ortega y Gasset 2014 por 'En la calle, una historia de desahucios' y del Ministerio de Igualdad en 2009 por la serie sobre trata ‘La esclavitud invisible’.

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