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Reportaje:

El escándalo pone en cuestión el 'sistema Volkswagen'

Alemania abre el debate sobre el método que permite a los empleados participar en la gestión de las compañías

El escándalo de sobornos en Volkswagen ha puesto de manifiesto las miserias del llamado sistema Volkswagen, un entramado entre la empresa y la política que nadie se ha atrevido a tocar hasta ahora. Pero el descubrimiento por parte de la prensa de que la compañía, símbolo empresarial alemán, sobornaba a su comité de empresa con viajes y regalos, entre ellos los servicios de prostitutas de lujo, amenaza ahora con derribar este sistema. El caso de corrupción ha dañado el consenso en favor del modelo de gestión compartida que funciona en Volkswagen y que permite a los trabajadores participar en las decisiones de la empresa.

Participada en un 18% por el estado federado de Baja Sajonia, Volkswagen da su nombre a una ley de 1960 que impide que ningún otro accionista tenga más votos que el estado aunque su participación en la empresa sea mayor. Se trata de una medida para proteger el control público sobre el mayor fabricante de coches de Europa que la Comisión Europea ya ha denunciado por entender que obstaculiza la libre competencia. Con dos representantes en el consejo de vigilancia, el estado de Baja Sajonia mantiene un amplio control sobre el grupo.

El jefe de personal que acaba de dimitir es amigo y asesor del canciller Schröder

En 1990, cuando a Volkswagen le sobraban 30.000 trabajadores en la plantilla, el jefe de personal, Peter Hartz, ideó la semana laboral de cuatro días para no tener que despedir a ninguno. Gracias a Hartz, Volkswagen fue durante años un oasis de bondad social en el desierto del capitalismo alienante. Hoy se encuentra ante una nueva crisis. Siguen sobrando 30.000 trabajadores, sus costes de producción superan en un 40% los de otros fabricantes y las ventas bajan por la competencia externa.

Los empleados de Volkswagen en el extranjero, con condiciones laborales más duras e índices de productividad más altos, financian el estado de bienestar ficticio y ya insostenible de los que trabajan en la patria del coche del pueblo. Volkswagen es un vestigio de la vieja Alemania del bienestar: la de antes de la reunificación y la globalización.

Jefe de personal de VW desde 1990 y miembro del partido socialdemócrata SPD, Hartz es amigo y asesor del canciller, Gerhard Schröder. Él diseñó la reforma laboral que lleva su nombre y con la que Schröder quiso sin éxito reducir el paro a la mitad en Alemania. Su dimisión supone un duro golpe para la imagen de Schröder en plena campaña electoral, pues su nombre está ligado al principal proyecto político rojiverde. Entre las funciones de Hartz en VW se contaba la de relaciones con el Gobierno, cargo poco común en la industria alemana.

La difusa división entre empresa y política se puso de manifiesto hace unos meses cuando se destapó que seis diputados -regionales y federales- de Baja Sajonia cobraban sueldos de VW sin ninguna prestación a cambio. Una normativa de 1990 dictaba que los empleados que se pasaran a la política seguirían disfrutando de salario, coche de empresa y demás beneficios después de abandonar la empresa.

La ciudad de Wolfsburg fue creada en los años treinta para dar albergue a los trabajadores de la fábrica de coches recién fundada a 75 kilómetros de Hannover. El 41% de los 123.000 habitantes de Wolfsburg -llamada irónicamente Volkswagenburgo- trabajan directamente en VW, otros muchos en empresas aledañas, como la Autostadt, una especie de parque temático en torno a Volkswagen que atrae anualmente a dos millones de visitantes. Volkswagen es dueño del 90% del equipo de fútbol de la ciudad, el VFL Wolfsburg. Su alcalde, Rolf Schnellecke, es propietario de la empresa de mudanzas y transportes con la que más trabaja VW, con delegaciones en aquellos lugares del mundo donde hay una fábrica de Volkswagen.

Mientras el ex presidente de la asociación de la industria alemana Hans-Olaf Henkel se pronuncia a favor de que Baja Sajonia venda su participación en Volkswagen, el sector más liberal de la política pide el fin del sistema de la cogestión. "Las irregularidades en VW tienen que ver a todas luces con los defectos de la cogestión", dijo Rainer Brüderle, del partido liberal FDP.

Éste garantiza la participación de los representantes de los trabajadores en el consejo de vigilancia, órgano encargado de controlar la labor del consejo de administración. Por regla general, a partir de 2.000 trabajadores la composición del consejo es al 50% entre empresa y empleados.

"En VW no se nombra a un jefe que no tenga el visto bueno de los trabajadores", asegura el diario Süddeutsche Zeitung para explicar el poder de los empleados en VW. No sorprende que la empresa tuviera la idea de hacer la vida agradable a los representantes de los trabajadores con la esperanza de que a cambio dieran su brazo a torcer en las decisiones más conflictivas.

La cogestión tiene sus enemigos desde hace tiempo porque, al ser un sistema único en Europa, algunos temen que espante a inversores extranjeros, a compañías extranjeras que quieran asentarse en Alemania o fusionarse con una firma alemana. "Cuando en una empresa se descubren cuentas maquilladas nadie pide por ello el fin de la economía de mercado o de la libre empresa", apunta Dietmar Hexel, consejero de la Federación Alemana de Sindicatos.

No es probable que este escándalo acabe con la cogestión, pero supone un grave daño para el movimiento sindical alemán, en especial para el IG-Metall, que se enfrenta ahora a acusaciones de haberse dejado sobornar de una manera más que deshonrosa.

Un visitante del salón del automóvil de Francfort mira un VW Polo.
Un visitante del salón del automóvil de Francfort mira un VW Polo.EPA

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