_
_
_
_
_
Tribuna:EL CASO FABRA
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Una oportunidad tras el caciquismo

La crisis por los escándalos del presidente de la Diputación

Cuentan que en Oriente la idea de crisis equivale a oportunidad. Cosas de la antiquísima sabiduría oriental. La versión del tema resulta de lo más interesante porque transformar los conflictos en desenlaces positivos no es tarea menor. Al contrario, constituye un vigoroso ejemplo de entereza y virtud. Una sociedad que gestiona con dignidad e inteligencia sus problemas perdura y se fortalece. La sociedad que se acomoda, distrae su atención o mira hacia otro lado está señalando su irrevocable caducidad.

Apliquemos este enfoque en la crisis llamada Fabra. Digamos que sus múltiples y gravísimos asuntos con la justicia se resolverán en sede judicial. Asimismo, las cuestiones personales tampoco tienen encaje en estas líneas. Los jueces harán justicia sobre las variadas y presuntas corrupciones que se investigan (contra la salud pública, contra la administración, contra todos porque hacienda somos todos, etc...) pero aquí y ahora interesa otra reflexión. Una reflexión sobre la no menos escandalosa de las corrupciones que envuelve la actualidad castellonense: la corrupción institucional. Estamos ante el efecto de un caso que debería generar alarma social. Esta provincia registra la peor descomposición democrática que se recuerda del poder político. El presidente de la Diputación Provincial ha ejercido durante una década el papel del dirigente todopoderoso que no atiende a límites ni mesuras. Su patrón y perfil responden al del cacique que, asombrosamente, sobrevivió al siglo XX y se adentró incluso en la nueva centuria. No se crean que debe ser fácil. La omnipresencia del poder y sus excesos en todos los ámbitos de la vida provincial: económicos, empresariales, urbanísticos, sociales, institucionales, etc... ha resultado asfixiante. Como un viscoso espesor que todo lo alcanza. La confusión de lo público con lo privado y lo oficial con lo particular han marcado un tiempo demasiado largo. Castellón debe superar esa especie de modus operandi que es el fabrismo. Vaya por delante que éste no es ni quiere ser un artículo amable. Me explico. Creo que sólo se somete quien se deja someter. Esta sociedad ha tolerado a sus dirigentes porque ha querido. Ésta ha sido una década ominosa en términos democráticos. Tal vez mucha gente no lo haya notado o no sea plenamente consciente. Tal vez alguna gente se acomode a todo y otra tanta prefiera callar confortablemente. Han sido en muchos aspectos diez años de abusos, injerencias y bravuconadas impropias en una sociedad madura y moderna. Decididamente, esta provincia necesita superar a sus caciques. El modelo practicado por el presidente del PP consistente en L'État c'est moi (el Estado soy yo) no se compadece con la Europa de hoy. Nunca debió permitirse y si durante 10 años sucedió fue porque se le ha tolerado. Sus incondicionales son tan responsables como él. Todos aquellos que crecieron bajo su amparo y protección (correligionarios y subordinados políticos, empresarios y toda suerte de pícaros y zascandiles) han conformado una casta que debe asumir, por coherencia, su responsabilidad en ese inevitable día de la catarsis que vivirá esta provincia. Son la baraja al completo, los naipes de un poder obsoleto, la estampa coral cuyo relevo resulta fundamental para construir un nuevo clima político y social. Con el pretexto de todo por Castellón hemos mantenido un mito provinciano y cutre del poder político que algunos afirmaban que necesitábamos. Una pseudodoctrina redentora de la patria chica, la dosis calculada de victimismo y la trama de servidumbres más chabacanas conforman la esencia de un estilo político que toca a su fin. Castellón necesita oxigenarse y liberarse de un caciquismo que lastra más que impulsa. Un caciquismo que nos empequeñece y que, desde hace algún tiempo, nos sitúa en el epicentro del mapa de la presunta corrupción en España. No nos lo merecemos. Esta sociedad no se merece que la identifiquen siempre con el mismo personaje y todo lo que él representa. Resulta inaceptable que todos los ejes de desarrollo de la provincia se hayan visto mediados por ese poder hinchado de pretensiones megalómanas. No tiene ningún sentido en la distribución competencial existente pero todos sabemos que ha sido así. Su tiempo histórico ha tocado techo. La situación (¿acaso no lo ven sus pretorianos?) es insostenible. Desconozco quiénes quedarán tras el naufragio pero la crisis es total. Veámosla como una oportunidad para Castellón. Una gran oportunidad.

Francesc Colomer es diputado autonómico del PSPV-PSOE.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_