Carta a los obispos
Con emoción me dirijo a ustedes para comunicarles la alegría de verles en la manifestación del 18 de junio. Aunque anunciada, me resultaba imposible por lo insólito.
Años llevo asistiendo a manifestaciones, desde los sesenta, siempre que fueran para reclamar libertad y justicia para mis hermanos, y tengo que confesarles que siempre he sido recriminado, mal-juzgado y mal-mirado por gentes de iglesia, compañeros en el sacerdocio e incluso por superiores.
¡Qué liberación y alegría! Por fin, la Iglesia, y su jerarquía, hemos descubierto que la calle es un lugar digno para protestar contra lo que creemos injusto, para reclamar los valores en los que los seguidores de Jesús creemos, y, a su vez, un modo de forzar a los poderes políticos y económicos a hacer las transformaciones necesarias para que el mundo en que vivimos se asemeje cada vez más al Reino de Dios que Jesús anunció.
Sí confieso mi extrañeza por el contraste con su actitud ante la guerra de Irak. Ustedes no alentaron a la feligresía a seguir el ejemplo del Papa, a oponerse a aquella guerra injusta, como lo han hecho en la manifestación contra los matrimonios entre personas del mismo sexo; tampoco les vimos encabezando la manifestación de repudio a la masacre que resultó una realidad vergonzante, porque toda guerra está contra la voluntad de Dios, porque estaba fundamentada en mentiras, y significaba la destrucción total de un país.
Espero que, una vez superado el trauma del primer paso y contradecir con los hechos la forma de actuación de siglos de la jerarquía de la Iglesia, alentarán, esta vez sí, a la feligresía católica a asistir a la manifestación del día 26 a las doce de la mañana, y ustedes, los obispos, estarán presentes en ella. Es una manifestación contra el hambre, parte de la campaña "Hambre Cero", planteada a escala mundial: cada seis segundos muere un niño de hambre. Es el primer y principal mandato cristiano: "Tuve hambre y me disteis de comer". Está en juego la vida de millones de hijos de Dios. No tiene que ver con la moral predicada durante tantos años, la sexual; tiene que ver con la moral más genuina y nuclear del evangelio de Jesús: la com-pasión, la defensa de la vida real, la justicia y la fraternidad.
Sería una pena que, ante la situación más anticristiana de nuestro mundo, ustedes no aportaran, como lo hicieron el día 18, el peso y la fuerza que aún tienen en nuestra sociedad, y perderían la ocasión de decir a la sociedad que los creyentes en Jesús pensamos que el pecado mayor es el hambre, la marginación y el asesinato real de tantos millones de personas que mueren por falta de pan, cuando en el mundo hay bienes suficientes para todos. ¿No es ésta, y no la relacionada con el sexo, la mayor inmoralidad que se desprende del evangelio?
Me resisto a aceptar lo leído estos días: "Sorprende vuestro reduccionismo de la fe a temas de moral sexual. En los evangelios apenas hay dos pasajes referidos a la moral sexual. Pero la mirada de Jesús se dirigía mucho más al sufrimiento humano, a las opresiones realizadas en nombre de Dios o del Dinero, a la posibilidad de la paz interior y a todas esas pequeñas conquistas de libertad que, cuando se dan, Jesús las leía como signos de que se está acercando el Reino de Dios. Mucho más duro es el Evangelio con los ricos, aunque esto no parece preocuparnos pastoralmente. Vuestras palabras se parecen más a las del romano Catón, que a las del judío Jesús, llamado El Cristo."
Con esperanzas de verles el día 26 diciendo no al hambre en el mundo y exigiendo Pobreza Cero.
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