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Reportaje:

Bulgaria, el eterno voto de castigo

Los efectos desastrosos de la crisis que vivió el país en su transición a la democracia todavía marcan su vida política

Guillermo Altares

En el mercado central de Sofía, Krayo Kraev, un ingeniero jubilado de 68 años, vende hierbas medicinales y setas envasadas que él mismo recoge. Unos metros más allá, Vitinia Filipova Tzanova, química de 65 años, tiene un puesto en el que ofrece miel. Nadezhola Pavlova, economista de 70, también pensionista, se pasea entre la multitud para hacer la compra. Trabaja en el cuidado de enfermos. Con pensiones mensuales de 40 euros, la inmensa mayoría de los jubilados de Bulgaria se ven obligados a dedicarse a todo tipo de actividades para esquivar la pobreza.

"Si viviera en Occidente, sería una jubilada feliz", afirma Tzanova. "Mucha gente en este país está desesperada. Nuestro futuro está en la Unión Europea", agrega antes de señalar, que en los años noventa, estuvo a punto de emigrar a España, donde residen actualmente unos 130.000 búlgaros. "No lo hice y me arrepiento". Sin embargo, Bulgaria, que celebra hoy unas elecciones generales cruciales para la entrada del país en la UE, prevista para 2007, en las que todos los sondeos dan la victoria a la oposición socialista por encima del partido del primer ministro, el ex rey Simeón Sajonia-Coburgo, vive su mejor momento económico desde la caída del comunismo en 1989.

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El paro, según se anunció ayer, ha descendido hasta el 11,5% cuando llegó a ser del 18%; el crecimiento económico desde 2001 supera el 4% (6% en el primer trimestre de 2005); las inversiones extranjeras directas se multiplicaron por cinco hasta los 2.000 millones de euros en 2004 (10% del PIB) mientras que se ha garantizado la estabilidad monetaria (dos levas equivalen a un euro en un cambio fijo). "El éxito económico de Bulgaria es evidente", asegura Dimitris Kourkoulas, responsable de la delegación de la Comisión Europea en Sofía.

Pero los salarios -150 euros de media- siguen siendo insuficientes y la renta per cápita representa el 30% de la media de la UE: 2.498 euros en 2004.

La vida cotidiana es demasiado dura para muchos de los ocho millones de búlgaros como para que los Gobiernos no reciban un permanente voto de castigo en cada elección. Este país no ha acabado de recuperarse de la crisis económica que padeció entre 1989 y 1997, un periodo durante el cual su PIB se redujo en un 50% con una hiperinflación galopante. En el invierno de 1996, la población se lanzó a las calles y el Ejecutivo socialista tuvo que dimitir. "Aquella crisis destruyó los ahorros de la gente", explica el analista político Iván Krastev. "En otros países de los Balcanes, una situación tan desesperada hubiese acabado en una guerra civil", dice un observador europeo.

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"Desde la llegada de la democracia, el partido en el Gobierno ha perdido siempre la confianza del electorado porque, en su mayoría, los votos que ha recibido eran de protesta", asegura Alexander Stoyanov, director del instituto de investigación Vitosha y del think-tank (organización dedicada al análisis social y político) Centro de Estudios para la Democracia.

Sólo dos meses después de regresar de su exilio en España y con una coalición formada en torno a su figura bajo el nombre Movimiento Nacional Simeón II (MNSII), el ex rey de 68 años, expulsado del trono y del país en 1946, logró una contundente victoria en 2001 con el 43% de los votos y 120 escaños (a sólo uno de la mayoría absoluta) con la promesa de mejorar el nivel de vida en 800 días.

El voto de protesta fue contra el Gobierno conservador que sacó al país del desastre económico pero no de la pobreza. Ahora, dos meses después de haber firmado, junto a Rumania, el tratado de adhesión a la UE, un ingreso que la mayoría de los búlgaros esperan como agua de mayo, los sondeos auguran que Simeón II sufrirá un voto de castigo similar frente al líder del Partido Socialista Búlgaro (BSP), Sergei Stanishev, de 39 años, al que las encuestas otorgan una mayoría relativa.

"Necesitamos más tiempo para acabar lo que hemos empezado", aseguró el primer ministro el jueves, en una de sus escasas declaraciones públicas durante la campaña, un discurso durante el que se vio obligado a reconocer el descontento popular. "Hace cuatro años, mi sueño era mejorar la vida de mis compatriotas. Desgraciadamente, no ha sido fácil. Las circunstancias no nos han permitido acabar con la pobreza, la corrupción y el crimen organizado que heredamos".

Teniendo en cuenta que el momento político en Bruselas no puede ser peor y ante el temor a que se retrase el ingreso, los socialistas han señalado que, tras las elecciones, propondrán una coalición de unidad nacional para ejecutar las reformas urgentes que exige la Comisión. La inmensa mayoría de los búlgaros, como explica el investigador francés y experto en Balcanes François Frison-Roche, está a favor de la Unión (un 68% considera que el ingreso mejorará el funcionamiento del país). "Después de siglos de alejamiento forzado, primero a causa de la hegemonía del Imperio Otomano y después del imperio soviético, este país va a reencontrar sus raíces europeas", explica. Quizás, la entrada en la UE frene la dinámica del voto de protesta o, tal vez, el choque económico posterior al ingreso atice, de nuevo, el descontento. "Espero que el ingreso sea bueno; pero los búlgaros somos muy pesimistas y escépticos", afirma la economista jubilada Nadezhola Pavlova.

Una niña ofrece un ramo de flores a Simeón Sajonia-Coburgo,  ayer en Sofía.
Una niña ofrece un ramo de flores a Simeón Sajonia-Coburgo, ayer en Sofía.AP

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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