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Crítica:CRÍTICAS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El orgullo de Kentucky

En uno de sus más hermosos filmes mudos, El orgullo de Kentucky, el gran John Ford imaginó a un caballo que, a pesar de que por entonces se estaba todavía en la fase silente del cine, hablaba, incluso a la cámara, por medio de didascalias, y explicaba sus peripecias hasta llegar a convertirse en un gran ganador en una de las carreras más famosas del mundo, la de Kentucky. Han pasado muchos años, noventa por lo menos, pero las cosas van, en este Héroe a rayas, por el mismo camino. Es decir, que estamos ante una peripecia con animales que hablan, en un filme de imagen real, sólo que el pura sangre de entonces se ha convertido ahora en... una cebra que, como no sabe que lo es, está convencida de que ganará el derby. Y los animales de la granja en la que viven se esforzarán sobremanera para ayudarla.

HÉROE A RAYAS

Dirección: Frederik Du Chau. Intérpretes: Bruce Greenwood, Hayden Panettiere, M. Emmett Walsh, Wendie Malick, Juan Luis Cano y Guillermo Fesser. Género: aventuras, EE UU, 2005. Duración: 100 minutos.

Un argumento así da ante todo para una película de las que gustan a los más pequeños de la familia, y eso aún. Y sin embargo, hay un elemento que hace del filme del belga Du Chau un regocijante ejercicio al alcance de toda la familia: el doblaje que el dúo Gomaespuma hace de dos de sus más impensables personajes, dos gordos moscardones que responden por (glups) Flato y Cuesco, hace del filme no sólo la película que le gustaría al espectador estadounidense (es decir, la sempiterna historia de una superación, la emotiva, edulcorada crónica de un triunfo que avizoramos desde la segunda secuencia: el esperado triunfo del diferente), sino una gamberrada impensada que sale de la factoría Gomaespuma.

Porque en un ejercicio de reescritura de los diálogos que coloca a Guillermo Fesser y a Juan Luis Cano a la altura de los propios creadores de la película, éstos transforman a los moscardones en dos sandungueros gitanos con un vocabulario de infarto y escatología: cuando aparecen los insectos, el interés del asunto sube en proporción directa con el desparpajo de sus autores. De manera que lo que amenazaba con ser una película rutinaria, previsible y nada más se convierte en un ejercicio de delirante surrealismo, de una incorrección política evidente y que tal vez moleste a algún padre mojigato (que de todo hay), pero que hará las delicias de cualquier amante de la comicidad sin restricciones.

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