La pertinaz sequía democrática
Cuando Aznar López se liberó del apoyo de las derechas catalana y vasca, hizo de la mayoría absoluta conseguida por el nacionalismo español un caballo de Troya franquista en la fortaleza democrática. La base teórica la aportó la Fundación Cánovas del Castillo, aquel político conservador que inspiró el largo periodo llamado Restauración: un régimen autoritario que culminó en la dictadura del general Primo de Rivera, padre del fundador de la fascista Falange Española y preludio del poder absoluto del general Franco. Cánovas había profetizado que, en democracia, el comunismo amenazaría a las clases dominantes y éstas recurrirían a un dictador militar para preservar sus privilegios. Si la Restauración antidemocrática, que acabó militarmente con el intento progresista, republicano y federal, disfrazó el poder oligárquico y caciquil de la derecha sobre la masa popular empobrecida e iletrada con el manto mentiroso de un sufragio universal falseado, el franquismo aparentó ser un Estado de Derecho (su artífice propagandístico fue Manuel Fraga) una vez concluida la feroz represión sangrienta tras la guerra exterminadora de los demócratas republicanos. El fascismo falangista fue substituido por los herederos del viejo conservadurismo, vinculados estrechamente a una Iglesia integrista que había bendecido como santa cruzada la Guerra Civil. Los tecnócratas del Opus Dei acabaron de dar una imagen europea y desarrollista, aunque autoritaria, al agonizante tardofranquismo.
La restauración aznarista tiene hoy su base teórica en la Fundación para Análisis y Estudios Sociales (FAES). Convencido de la perpetua presencia del PP en el poder, Aznar, que nunca aceptó como gobernante responsabilidad alguna, pensó retirarse a tiempo de no quemarse y seguir gobernando a través de un Acebes de paja o de un Rajoy más presentable por gallego zumbón. Su puente de mando sería la FAES. Pero, condenado a la oposición por su desesperada tozudez en seguir mintiendo, de su FAES han surgido (vídeos rencorosos y embusteros aparte) consignas desestabilizadoras contra la voluntad de las urnas: broncas, boicoteos y vetos parlamentarios; campañas mediáticas con apoyo episcopal; manifestaciones pancarteras no a favor de nada, sino contra las políticas democratizantes del PSOE (devolución de archivos expoliados por Franco a la Generalitat, la paz en el País Vasco, la igualdad civil de las personas homosexuales, la España plurinacional y federante). Miles y miles de seguidores se identifican con esa actitud utilizando los derechos democráticos de expresión y manifestación para combatir la democracia. ¿No es tal conducta la alegada para ilegalizar Batasuna?
Se ha destacado la semejanza entre la actual estrategia aznarista, en alianza con la bochornosa presencia de los obispos más fundamentalistas en la calle, y la que la derecha reaccionaria practicó desde el comienzo contra la II República, culminada por el golpe militar de 1936. Aun en momento histórico bien distinto, la actitud es la misma. Sigue viva una España carpetovetónica, un "macizo de la raza", como dijera un noble falangista converso, Dionisio Ridruejo, y una pertinaz sequía democrática, que incluso puede secar dentro de una semana la fértil lluvia gallega del cambio gracias al caciquismo fragoso, movilizador de la Galicia más pobre, como lo ha sido siempre desde el siglo XIX. El episcopado, sobre todo, ha superado todos sus récords históricos de impudicia religiosa y política frente a unos católicos que suelen votar las políticas democratizadoras por mera coherencia con su fe. La jerarquía eclesiástica ha dividido y enfrentado a su presunta grey, ha inducido a los ciudadanos a desobedecer las leyes en nombre de unos valores inhumanos falsamente naturales y divinos.
El panorama de la actual sequía democrática no puede ser, por tanto, más desolador. El pertinaz acoso del "faescismo" (¿no serán sus siglas una oculta e infantil contracción de Falange Española?) nos retrotrae a épocas prehistóricas para la mentalidad de la mayoría del país: una mayoría por desgracia muy ajustada, como se ha visto en las elecciones gallegas. Y es que 25 años de democracia no han podido o sabido integrar esa España de secano democrático y en grave riesgo de una desertización que equivale a una deserción política. ¿Podrá lograrlo la Cataluña catalanista de izquierdas, que en eso sí es un oasis, extendiendo su sombra y sus aguas ejemplarizantes a toda España y a través del eje dialogante y optimista que forman los dos presidentes, Zapatero y Maragall? Para que esto no ocurra, la derecha seudonacionalista catalana está siguiendo, de forma más moderada pero igual de obstruccionista y malévola, la misma estrategia desestabilizadora que la española. Ambas pretenden apartar de la gobernación a quienes se esfuerzan cada día por borrar la peor historia fratricida de nuestra piel de toro.
J. A. González Casanova es profesor de Derecho Constitucional de la UB.
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