Los saharauis pierden el miedo
Los jóvenes del barrio de Maatalá, en El Aaiún, esperan la retirada de los antidisturbios para volver a pedir la independencia
De sopetón los hombres abandonan la habitación. Tras algunos titubeos, Rabia Larabi se ha decidido a señalar, no a mostrar, ante los periodistas extranjeros las partes de su cuerpo que han sido golpeadas. Cuantos menos varones haya en el cuarto, menos sufrirá su pudor. Rabia indica con parsimonia el costado, la tripa ovalada por el embarazo de cinco meses, etcétera.
Rodeada de sus cinco hijos, pero en ausencia de su marido, que rehúye a la prensa, Rabia se ha decidido a contar lo que sus familiares llaman la "pesadilla de 48 horas" que vivió a partir del 25 de mayo por la noche cuando las fuerzas de seguridad marroquíes penetraron en su vivienda, situada en un primer piso del barrio de Maatalá en El Aaiún, la capital de la antigua colonia española.
Los antidisturbios marroquíes lograron esa noche restablecer el orden tras cinco días de manifestaciones, que empezaron en protesta por el traslado de un preso, de la cárcel de El Aaiún a la de Agadir, y acabaron con vítores al Frente Polisario y eslóganes independentistas mientras eran quemadas banderas de Marruecos.
"Eran las once de la noche y estábamos viendo la televisión cuando la policía llamó a la puerta dándole patadas", recuerda Salem, de 16 años, y segundo hijo de Rabia. "Cuando mi padre les abrió entraron a lo bestia", prosigue. A su madre la sacaron de la casa medio desnuda arrastrándola por los pelos. Se llevaron al matrimonio y a sus tres hijos adolescentes, de 15 a 17 años, pero dejaron a los dos más pequeños, de 5 y 12 años.
"En el furgón policial nos arrearon más", continúa Salem, que muestra una brecha en la cabeza que requirió cuatro puntos y la ropa ensangrentada que él y sus hermanos llevaban ese día. "¿Qué hemos hecho?", preguntaban a gritos tirados en el suelo del vehículo. "¡Vuestro problema es que sois saharauis!", les espetó un agente.
Después, en la comisaría, se les propinó aún algún que otro guantazo al tiempo que se les interrogaba "siempre con los ojos vendados", precisa Mohamed, de 15 años. "Hasta el viernes por la mañana, que nos soltaron, no nos dieron nada de comer, sólo agua", añade Rabia, quien acudió al hospital tras ser liberada. "Me dijeron que esperaba gemelos y que hiciese reposo", concluye.
"La vivienda de los Larabi es una de las que sirvieron de punto de apoyo logístico a los jóvenes violentos que se manifestaron", responde Hamid Bahai, el joven comisario de policía de El Aaiún, tras escuchar el relato de la familia saharaui que le acaba de trasladar el periodista.
"Los jóvenes, a veces menores, hicieron acopio de piedras, cócteles molotov y hasta bombonas de gas en los tejados" de una docena de edificios de Maatalá "con los que bombardearon a las fuerzas del orden", prosigue Bahai. "Hasta la azotea no llegaron en helicóptero, lo hicieron con la complicidad de los propietarios de esas casas". "Por eso tuvimos que entrar en ellas". "Tardamos cuatro días en emplear la fuerza", continúa el comisario. "Soportamos insultos y agresiones hasta que se profanaron los símbolos nacionales [quema de la bandera marroquí] y la fiscalía nos dio orden de disolverlos", continúa.
"Entonces cargamos, registramos cuatro domicilios y practicamos detenciones, pero", asegura Bahai, "los Larabi fueron puestos en libertad sin cargos a la mañana siguiente tras declarar el padre que los violentos subieron a la azotea sin su consentimiento". Treinta y tres saharauis han sido, en cambio, puestos a disposición judicial.
La intervención debió de ser contundente, a juzgar por el elevado número de heridos: 57, según los simpatizantes del Polisario. Diez días después de los disturbios, los vecinos de una manzana de Maatalá, el epicentro de la protesta, han dejado sus modestas casas tal y como quedaron después de que pasase el torbellino policial.
Malha, una anciana que vive sola, muestra los cristales rotos, la lavadora y el televisor volcados y el espejo hecho añicos en el suelo mientras repite que no comprende por qué hicieron esos destrozos. Su vecina Salwa se queja no sólo de los daños, sino del robo. "Mire este pequeño baúl Samsonite", que exhibe ante el fotógrafo, "aquí metíamos las joyas, pero lo perforaron para llevárselas".
"Buena parte de los estragos fueron causados por los propios jóvenes que esos vecinos habían acogido en sus viviendas", responde, tajante, el comisario. ¿Los manifestantes habrían saqueado las casas de los que les brindaban apoyo? Poco plausible.
Sentado enfrente de Bahai, Mohamed Rharrabi, el wali (gobernador civil) de El Aaiún, aprueba las palabras de su subordinado. "Detrás de los disturbios", interviene Rharrabi, "hay un puñado de activistas adultos que manipulan a los jóvenes, aunque, a veces, éstos se les van de las manos". "Su capacidad de movilización no rebasa las 500 personas" en una ciudad de más de 150.000 habitantes, dice el wali. "Arman, eso sí, mucho ruido, porque detrás tienen al aparato de propaganda del Polisario, que jalea la intifada, pero la mayoría silenciosa no está con ellos".
Sean pocos o muchos los adversarios de la marroquinidad del Sáhara, los antidisturbios continúan desplegados en El Aaiún y, sobre todo, en Maatalá, un barrio de clase media saharaui. En camiones aparcados en las esquinas o en las aceras, con el casco debajo del brazo, ahí siguen dos semanas después de las protestas. El miércoles había aún calles cortadas al tráfico rodado.
"En cuanto se den la vuelta nos volvemos a manifestar", anuncia Ahmed, de 21 años, que muestra orgulloso los hematomas que le causaron los golpes propinados con la porra. Sus compañeros asienten. "Además, vamos a tener refuerzos", añade refiriéndose a los estudiantes saharauis que, tras acabar el curso en universidades marroquíes, regresarán a casa a pasar el verano. En los campus de Rabat, Agadir, Marraquech, Fez y Casablanca ya protagonizaron en mayo algunas protestas.
"¡Fuera Marruecos!"
"¡Fuera Marruecos!", gritan en español algunos críos de una cercana escuela, a la salida de clase, cuando intuyen que el extranjero con el que se cruzan es un periodista español. Niños y adultos partidarios del Polisario han perdido el miedo en El Aaiún y hablan con total libertad ante una prensa extranjera a la que, tras algunas vacilaciones, las autoridades permitieron trabajar sin restricciones.
Han dejado, probablemente, de tener pavor a los uniformados porque la represión policial no guarda ya relación con la que practicaba Rabat en los años ochenta o noventa. Los saharauis independentistas ya no son secuestrados durante años en cárceles que no dependen de la Administración penitenciaria ni desaparecen de por vida.
"Aun así", se apresura en precisar Ahmed Hamad, un ex preso político saharaui ahora dedicado a la defensa de los derechos humanos, "aquí se sigue torturando, los detenidos permanecen incomunicados durante días y nosotros sufrimos un acoso policial permanente".
"Después se tergiversa todo", se lamenta Hamad, "porque nuestras manifestaciones eran pacíficas
[otras fuentes saharauis sostienen que rápidamente degeneraron] y la prensa marroquí se empeña en atribuir a nuestra protesta un carácter social, como las que se llevan a cabo en Marruecos, y prefieren taparse los ojos ante nuestra principal reivindicación: independencia".
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