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Vamos a ganar el nuevo Estatut

Falta poco tiempo para que el Parlament apruebe la propuesta de reforma del Estatut. Es una forma de decir que no valen más dilaciones. El acuerdo entre todas o casi todas las fuerzas políticas catalanas debe producirse en las inmediatas semanas. No puede ser de otra manera. Ha terminado el tiempo de las vacilaciones, de los faroles, de los regates partidistas. Era previsible que se produjeran, formaban parte de las estrategias de partido en coherencia con el proyecto de cada uno. Pero estamos ya de lleno en la hora de la verdad. El consenso estatutario es posible, imprescindible e inaplazable.

La travesía de la reforma no ha sido nada fácil. Desde el principio han existido los agoreros del proyecto. Aquellos que decían (y dicen) que nunca los partidos catalanistas se habrían comprometido con la propuesta de reforma si hubieran previsto la victoria de José Luis Rodríguez Zapatero en las elecciones generales del 14 de marzo de 2004. Como se preveía la victoria del Partido Popular, se quedaba bien con la propuesta de reforma y todas las culpas sobre su improbabilidad se echaban sobre las espaldas del Gobierno de Madrid. El mensaje tiene una muy perversa carga venenosa porque dice al mismo tiempo tres cosas insultantes y poco agradables para sus destinatarios: los políticos (en este caso catalanistas) no creen en lo que dicen, mienten a su electorado y siguen viviendo tranquilamente. Promesas al viento que, si no se cumplen, no pasa nada.

La cumbre del sábado debe terminar con cualquier duda. El Estatut es posible y su posibilidad nace de la lealtad entre todos y cada uno de los partidos catalanistas

No comparto esta visión tan torticera y simplista de la política catalana. Pasqual Maragall, Artur Mas, Josep Lluís Carod Rovira y Joan Saura se comprometieron ante sus respectivos electorados con el objetivo de conseguir más poder político para Cataluña. La victoria del PSOE en las elecciones generales abrió un escenario que ha impulsado este objetivo hacia una oportunidad histórica que jamás se puede perder. La cumbre del próximo sábado debe terminar con cualquier duda para caldo de pesimistas. El Estatut es posible y su posibilidad nace ante todo de la sincera lealtad entre todos y cada uno de los partidos catalanistas con este proyecto común. Además, tienen un compromiso conjunto ante toda la ciudadanía de Cataluña: dejar sin la más mínima base todas las especulaciones derrotistas que les atribuyen anteponer los respectivos intereses partidistas a los de la nación catalana.

Otro mensaje no menos endiablado ha circulado reiteradamente contra el proceso de reforma del Estatut. Se le recrimina falta de liderazgo a Pasqual Maragall y desorientación al Gobierno tripartito. Errores cometidos por algunos líderes del tripartito y la especial tendencia de la izquierda a la autocrítica y a ver las cosas por su parte negativa han contribuido a aumentar esta sensación de incertidumbre y de falta de objetivos claros. Pero lo cierto es que, al cabo de poco más de un año de iniciado el proceso de reforma, la propuesta del nuevo Estatut ha terminado su fase larga y más laboriosa de elaboración, como es la primera lectura de la ponencia. Se acertó al dar el protagonismo a todas las fuerzas parlamentarias y al abrir el proceso con la audiencia pública a las entidades cívicas y a las organizaciones económicas y sociales. Y se acertó también al encomendar al Instituto de Estudios Autonómicos la preparación de los diversos títulos de la propuesta de reforma, salvo el título dedicado a la hacienda de la Generalitat, que ha contado con las propuestas respectivas del Gobierno tripartito, CiU y el Partido Popular.

El resultado es reconocido por su rigor incluso por quienes no están de acuerdo con parte del contenido de la propuesta de reforma. Así se comprobó en la reciente sesión de trabajo que convocó el pasado 3 de junio el consejero de Relaciones Institucionales, Joan Saura, de la comisión asesora para la reforma del autogobierno, con expertos en derecho público, ciencia política y hacienda pública del resto de España. Hubo, lógicamente, desacuerdos de fondo y de detalle en los dos títulos estelares, como son los referidos a las competencias y a la hacienda de la Generalitat. Lo sorprendente hubiera sido lo contrario. Pero lo que se debe destacar es que Cataluña continúa siendo la referencia para un desarrollo del Estado autonómico y que se asume que este desarrollo tiene que ser multilateral, con simetrías y también con asimetrías.

Es previsible y normal que en los próximos meses haya un apasionado debate sobre el alcance de la reforma de todos y cada uno de los Estatutos. A nadie debe impacientarle que esto suceda. Pero hará falta una gran cohesión entre las fuerzas políticas catalanas y habilidad del Gobierno tripartito para conducir este proceso bajo el liderazgo del presidente de la Generalitat. Este último es un punto clave del futuro inmediato. En los grandes momentos históricos (y estamos en uno de ellos) es necesario el liderazgo que arrastra, que seduce, que convence de que podemos cambiar el estado de cosas actual, de que se puede conseguir un nuevo marco estatutario para tener más poder político para Cataluña y para resolver mejor los problemas de la sociedad catalana. Éste es el reto que no podemos perder. Vamos a ganar el nuevo Estatut.

Miquel Caminal es catedrático de Ciencia Política de la Universidad de Barcelona.

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