Guerras con árbitro
Uno de los fenómenos que con mayor frecuencia se repiten en un mercado mundial globalizado es la proliferación de guerras comerciales que exigen arbitrajes institucionales. Los enfrentamientos entre la Unión Europea y Estados Unidos contra la competencia textil de la industria china y, en paralelo, las denuncias cruzadas entre Washington y Bruselas por las supuestas ayudas ilegales concedidas a las constructoras aeronáuticas Boeing y Airbus, respectivamente, son los ejemplos más notables de contiendas cuya solución debe fiarse a la Organización Mundial de Comercio.
Ambos enfrentamientos son de diferente naturaleza. Europa y EE UU están pidiendo a China una autocontención en sus exportaciones textiles, porque no pueden competir abiertamente con los costes de producción chinos; mientras que el conflicto entre Bruselas y Washington gira en torno a las ayudas públicas.
La posibilidad de negociación no garantiza la pronta resolución de los conflictos. Boeing y Airbus se vienen dedicando sistemáticamente a litigar sobre la cuantía de las ayudas estatales que perciben. Estamos ante una guerra económica abierta, en la que el perdedor -el Airbus europeo, en el que participa España, supera en número y volumen de pedidos a los productos de Boeing- se verá obligado al menos a sufrir graves ajustes de inversión y empleo. Ni Boeing ni Airbus pueden prescindir de las subvenciones estatales. La razón fundamental es que la construcción aeronáutica exige una aportación de inversiones que ninguna empresa privada puede asumir sin comprometer su existencia en caso de fracaso. Las denuncias cruzadas ante la OMC auguran un periodo de esgrima legal largo y costoso que debería acortarse mediante los contactos políticos adecuados.
Por el contrario, el conflicto textil con China no se plantea en términos de igualdad. En un mercado mundial libre, como el vigente desde el 1 de enero, la producción textil china destruirá las industrias europea y estadounidense en un plazo de poco tiempo. Existen mecanismos correctores, por supuesto. Por ejemplo, en el curso de una negociación la UE puede imponer unilateralmente una restricción a las exportaciones chinas para que su crecimiento anual no supere el 7,5%. Pero sería preferible convencer a Pekín de que el camino más adecuado es la autocontención. China ya impuso impuestos a la exportación de 74 productos textiles, que después retiró irritada por lo que considera intervenciones unilaterales europeas. Podrá considerarse un éxito si Europa le convence para que vuelva a este modelo.
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