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Reportaje:

Hezbolá se niega a dejar las armas

La organización fundamentalista chií de Líbano rechaza la resolución de la ONU que forzó la retirada de Siria

La organización fundamentalista Hezbolá, tan respetada en Líbano como denostada por Israel y Estados Unidos, que la consideran un grupo terrorista, atraviesa una coyuntura muy delicada. La resolución 1559 de Naciones Unidas, patrocinada por EE UU y Francia, y que exigió en septiembre de 2004 la retirada del Ejército sirio, ya completada, también reclama el desarme de la milicia chií. El rechazo a esta demanda no puede ser más tajante. Hassan Nasralla, secretario general, clamó el miércoles 25 de mayo -quinto aniversario de la retirada israelí de Líbano- en un mitin en Bent Jbail, a un par de kilómetros de la frontera sur: "Si alguien viene a desarmarnos, consideraremos que sus manos son manos israelíes, y se las cortaremos. Nos convertiremos en mártires". En pleno periodo electoral en Líbano, el movimiento radical chií se muestra desafiante. Y también confiado, por el respaldo popular del que disfruta y por el apoyo de la inmensa mayoría de los partidos políticos, que califican a Hezbolá como un movimiento de resistencia que logró la liberación del país.

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El portavoz del movimiento, Hussein Nabulsi, enumera las condiciones irrenunciables para proceder a su desarme: "Retirada israelí de las granjas de Chebaa [último reducto libanés ocupado]; la liberación de tres milicianos detenidos en Israel, y una garantía nítida de la comunidad internacional de que el Estado judío no va a atacar Líbano. Si estas tres demandas se cumplen, no hay razón para que continuemos armados". No obstante, está convencido de que nada de esto sucederá a medio plazo. "Un acuerdo entre Siria e Israel o entre este país y Líbano no lo contemplamos como una posibilidad en un futuro cercano. Nosotros", añade Nabulsi en un hotel de Beirut, "liberamos Líbano, y no lo vamos a vender barato. El desarme es ahora imposible". Todo lo contrario. Nasralla reveló hace días que Hezbolá -fundada en 1982 tras la invasión israelí de Líbano y que ha contado con el respaldo al menos financiero de Irán y Siria- dispone de 12.000 cohetes que pueden alcanzar cualquier punto de Israel. Y en cuanto al número de sus combatientes armados, guardan el más absoluto secretismo. A la pregunta de si suman los 20.000 que aseguran algunos expertos, Nabulsi señala sin precisar: "Más, muchos más. Somos la fuerza más potente de Líbano".

La presencia de Hezbolá en el sur de Líbano es aplastante, a la par que invisibles son sus milicianos. Poblado en su inmensa mayoría por chiíes, los pueblos y aldeas meridionales son un mar de banderas amarillas de Hezbolá, y en menor medida de enseñas verdes de la segunda organización chií, la secular Amal. Los retratos de los clérigos inspiradores del movimiento, incluido el ayatolá Jomeini, y de los guerrilleros fallecidos (siempre llamados mártires) en combate contra Israel (siempre denominada Palestina) son omnipresentes en un paisaje en el que proliferan restos oxidados de vehículos militares de las Fuerzas Armadas israelíes e imitaciones de cohetes katiushas en los tejados de las casas apuntando al enemigo irreconciliable. Pero no hay manera de ver a un miliciano armado. Los combatientes se organizan en puestos móviles. Y, según el Gobierno israelí, con mucha frecuencia se sitúan cerca de los destacamentos de Naciones Unidas para evitar ser atacados.

Lo que sí se ve es la labor social de Hezbolá, que no hace distingos confesionales, según admiten suníes y cristianos. Desde hace más de 20 años se afana en la creación de una red asistencial que goza de gran acogida en el sur, la zona más pobre de Líbano. Hezbolá ha construido escuelas, hospitales, orfanatos; ha fundado una cadena de televisión, Al Manar, y otra de radio; reparte medicamentos gratuitamente. Y pequeñas huchas para recaudar dinero, con la forma de la mezquita de Omar de Jerusalén, se encuentran por doquier en el sur de Líbano, la zona, junto al valle de la Bekaa y los aledaños meridionales de Beirut, donde la población chií es claramente predominante.

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Al movimiento chií le preocupa sobre todo el reemplazo de la tutela siria por la de otras potencias extranjeras, léase Washington y París. Una injerencia que también causa profundo malestar en amplios sectores de la clase política y en el Gobierno prosirio. "Por supuesto que están metiendo las manos en Beirut, en el norte y en Monte Líbano, pero no en el sur", enfatiza Nabulsi. El pasado martes, el ministro de Asuntos Exteriores, Mahmud Hammud, eludió nombrar durante un viaje oficial en Luxemburgo a EE UU y Francia, pero su declaración no deja resquicio a la duda: "Llamo a detener cualquier injerencia extranjera en los asuntos internos de un país bajo el pretexto de promover la democracia".

La confianza en sus fuerzas de los dirigentes de Hezbolá es consistente. "El reloj se mueve y nunca volverá hacia atrás. Si todo el mundo cree que estamos ante una nueva era de influencia de EE UU e Israel en la región, nosotros creemos que nos hallamos ante el final de esa era", razona Nabulsi.

"Líbano es muy fácil de comer, pero casi imposible de digerir". La frase de Bachir Gemayel, pronunciada el 27 de junio de 1982, tres semanas después del comienzo de la invasión israelí y en plena guerra civil, puede ser premonitoria. Gemayel fue asesinado semanas después, poco antes de asumir la presidencia de Líbano.

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