_
_
_
_
MARIDO DONANTE / ESPOSA RECEPTORA | DONACIÓN DE ÓRGANOS EN VIDA

"Al despertar me dijeron: su riñón ya le funciona a ella"

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Todo cambió en pocos meses. Le habían detectado una insuficiencia renal en el ecuador de los cuarenta y el diagnóstico aclaró muchas incertidumbres. Las jugarretas de su salud ya no representaban un jeroglífico: el cansancio, el tono bajo... Tenían un nombre. No era una verdad tranquilizadora, pero sí diamantina: sus riñones se agotaban. Cristina Pozzi abandonó su trabajo como productora de conciertos. Además de seguir una dieta restringida y de poner unos límites a una vida que hasta entonces había sido vertiginosa. Se había enterado de su insuficiencia por azar: dos veces no la habían dejado donar sangre por tener anemia. Era un aviso. Pero no renunció a todo. No quiso dejar de bucear. Siguió haciendo submarinismo durante el año en que se sometió a diálisis. Por la noche se dializaba, y de día se sumergía en el mar con traje seco. Disfrutaba, volvía a tierra. Volvía a la diálisis.

Más información
Donantes en vida
"Darle el riñón a mi hija fue darme a mí la vida"

Había optado por la diálisis peritoneal, es decir, utilizaba su peritoneo como filtro para purificar la sangre, lo que le permitía realizarla ella misma en casa. Pero tenía que llevarse la máquina en sus desplazamientos. Lógicamente, sus viajes menguaron. Pero cuando algo les interesaba, como el buceo, allí estaba el matrimonio Ortega-Pozzi, padres de dos hijos, con el maletón de la máquina de diálisis.

Necesitaba un nuevo riñón. Las opciones eran claras: de vivo o de muerto. Su marido, Antonio Ortega, ingeniero industrial de 56 años, se sometió a una batería de pruebas para que los médicos determinaran si uno de sus riñones le serviría a su esposa. Ella no se lo pidió, pero él pensó que se lo debía. Y el resultado fue que sí eran compatibles. "Nos llevaron uno al lado del otro para el quirófano", dice Antonio. Estaba preocupado. "Temía que hubiera rechazo y que el órgano no sirviera para nada". Horas después, al despertarse, esto fue lo primero que le dijeron: "Su riñón ya le funciona a ella". Él dejó el hospital a los cinco días. A ella la mantuvieron aislada y con inmunodepresores para evitar el rechazo, pero a los siete días empezó a pasear con mascarilla. "La recuperación es fabulosa. Ahora me cuido pero no sigo una dieta especial. Una vez que desaparece la limitación, aprovechas la vida a tope", afirma Cristina. "Bailamos, viajamos, buceamos". Tiene 54 años y lleva cuatro y unos meses con el riñón de su marido.

Antonio Ortega y su esposa, Cristina Pozzi.
Antonio Ortega y su esposa, Cristina Pozzi.RICARDO GUTIÉRREZ

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_