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Las espinas de la corona

La foto de Carod Rovira, interpretable de mil maneras, tomada en una fracción de segundo por el president Pascual Maragall en su viaje a Israel, ha desatado una campaña más con el fin de desacreditar ese gobierno doblemente maldito, por catalán y de izquierdas. Las fotografías, como nada nos dicen de lo que no sale en la foto, facilitan una poderosa sinécdoque: diríase que no había más que una corona y que no hicieran más que pasearse tocados como el nazareno. Con todo, nadie ha comentado el lucrativo negocio de vender coronas de espinas como souvenirs. ¿Qué otros objetos había en aquellas tiendas? ¿esponjas con vinagre? El taller de donde salían esas supuestas réplicas -¿de plástico?-, el amontonarlas en el suelo en espera de ser embaladas o discutir sus precios y descuentos no es, al parecer, ofensivo para sensibilidad alguna.

Sin embargo, en aquel viaje ocurrió algo preocupante que nos afecta a todos, creyentes y no creyentes, aunque, al menos en Valencia, ha pasado casi desapercibido. Vuelvo a ello gracias al uso polémico que de Internet hace ese profesor de biología valenciano, José María Azkárraga, tan empeñado en la defensa de los valores republicanos. Pues por su combativo e-mail recibo un artículo del profesor López Facal, que recientemente nos visitó con motivo de las V Jornadas Historia, Memoria y Democracia. Auspiciadas por CC OO y el Servicio de Formación Permanente de nuestra Universitat, se discutían los desafíos de la diversidad cultural y la enseñanza democrática de la historia y la geografía. La última conferencia fue, por cierto, de la filósofa Fina Birulés, de la Universidad de Barcelona, que disertó sobre Pensar en Europa después de Auschwitz. Y sobre el uso y abuso político del genocidio judío versa esta otra espina que López Facal señala en la revista de didáctica Íber.

Pues en aquel viaje comenzó el calvario de una publicación de 95 páginas, más un DVD, responsabilidad de dos profesores de Didáctica de las Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Barcelona, Joan Pagès y Montserrat Casas. Editada por el Institut d'Educació de l'Ajuntament de Barcelona, Republicans i republicanes als camps de concentració nazis. Testimonis i recursos didàctics al ensenyament secundari, incluye documentos y materiales que versan no sólo sobre los prisioneros y prisioneras republicanos catalanes en el sistema concentracionario, sino también sobre la masacre de judíos, eslavos y homosexuales. Pero al final del trabajo, valiéndose de las declaraciones de Amnistía Internacional o de testigos cualificados, los autores proponen actividades sobre actuales violaciones de derechos como el campo de prisioneros de Guantánamo o las que sufren las poblaciones palestinas por el Estado de Israel. En ningún momento se dice o sugiere que tales desmanes sean idénticos o equiparables al genocidio nazi, pero ante la demanda de gobierno israelí el presidente Maragall se comprometió a suprimir ese capítulo; como también lo ha hecho el alcalde Joan Clos ante la petición del embajador de Israel, si bien Marina Subirats -regidora de educación del ayuntamiento- afirmó que no iba a tocarse una coma. El caso es que, dice López Facal, el libro no se distribuye y parece estar secuestrado.

Es inacabable el debate sobre la eventual singularidad, unicidad, excepcionalidad, incomparabilidad, incluso indecibilidad -y cada una de estas palabras expresa una posición en el mismo- del genocidio nazi de los judíos. Lo que parece una cuestión meramente historiográfica tiene inevitables concomitantes políticas. Sin entrar en dicho debate, pondré dos ejemplos y un experimento mental. La revista Pasajes de pensamiento contemporáneo (coeditada por la Universitat de València y la Fundación Cañada Blanch) publicó en agosto de 2003 una conversación entre A. Finkielkraut, T. Todorov y R. Marienstras llamada Del buen uso de la memoria. En su inicio, Finkielkraut pregunta si la promoción de Auschwitz "al rango de desgracia elegida" no podría tener el efecto indeseable de ocultar el Gulag, el genocidio de los indios o la trata de negros, también si la necesaria memoria del genocidio no se había convertido en "una especie de guerra de víctimas" para algunos. Pues bien, en el número 15 de 2003 de L'Espill (coeditada por la Universitat y Edicions Tres i Quatre) se publicó el artículo Viure amb l'Holocaust de Sara Roy, investigadora de Harvard. Era su ponencia en la Segunda Conferencia Anual en Memoria del Holocausto, organizada por el Centro de Estudios Americanos y Judíos. El padre de Sara Roy fue uno de los dos únicos supervivientes conocidos del campo de Chelmo, donde se asesinaron 35.000 judíos. También sobrevivió a los campos de Buchenwald y de Auschwitz, por todo lo cual fue llamado como testigo en el juicio de Eichmann de 1961. En cuanto a su madre, superviviente de los campos de Auschwitz y Halbstadt, toda su familia fue exterminada menos una hermana que se salvó junto a ella y otra que emigró a Palestina en 1936. Roy viajó muchas veces a Israel, pero en 1985 fue por primera vez a Gaza y Cisjordania para estudiar la posibilidad de promover su desarrollo bajo la ocupación militar con ayuda económica americana. Entonces se le grabaron muchas imágenes de las humillaciones sufridas por los ancianos y jóvenes palestinos a manos del ejército de ocupación. Hacían eco con aquéllas otras del holocausto de las que había vivido rodeada a partir de los relatos familiares: "La ocupación palestina por los israelitas no es el equivalente moral del genocidio nazi de los judíos... no es un genocidio, pero es una represión brutal... y de la misma manera que no hay equivalencia moral o simetría entre el Holocausto y la ocupación, entre el ocupante y el ocupado, por más que nosotros, los judíos, nos veamos como víctimas".

Y ahora, el experimento mental. Imaginen que nuestro rector, en vez de estar en Moscú, visitara Tel Aviv con el fin de firmar un convenio académico. Imaginen que el ministro del ramo le exigiera la censura de Pasajes y de L'Espill y que nuestro rector respondiera que no volvería a ocurrir... Pues eso.

Nicolás Sánchez Durá es profesor del departamento de Metafísica y Teoría del Conocimiento de la Universitat de València.

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