Víctima y culpable
Galaxia Gutenberg nos presenta el texto íntegro de las memorias de Evgenia Ginzburg (1906- 1977), que en los años sesenta, gracias a su envío a Occidente, pasaron a constituir el segundo gran documental del sistema concentracionario soviético, al lado de la obra de Solzhenitsin. La primera parte de las memorias fue publicada entre nosotros muy pronto, en 1967, mucho antes de que viera la luz de forma legal en Rusia. Como La confesión, de Arthur London, cuyo significado reivindica la autora, El vértigo pertenece a un subgénero muy particular en el marco de la literatura de autobiografías de víctimas de los totalitarismos: los recuerdos escritos por aquellos que pertenecieron al mundo oficial del estalinismo, sin cuestionarlo para nada, hasta que un mal día pasaron a ser sus víctimas. Por ello, en su breve prólogo, Antonio Muñoz Molina califica a la Ginzburg de "víctima y culpable": alguna vez en sus páginas aflora uno de los rasgos más propios del militante comunista, que aun sintiendo en su carne la injusticia de la represión, piensa que la ejercida sobre otros que no pertenecen al sistema puede encontrarse justificada y que la padecida por él tendrá remedio en cuanto sea conocida su inocencia. Todavía en los años sesenta, cuando la desestalinización parece afirmarse en el XXII Congreso del PCUS, nos dice del mismo "que consiguió reavivar mis esperanzas más irrealizables". Es el momento en que confía en que sea lavado "nuestro deshonor". Todas las aberraciones sufridas la han llevado a desconfiar profundamente, pero no a reconocer que lo por ella sufrido respondía a la esencia del marxismo soviético.
EL VÉRTIGO
Evgenia Ginzburg
Prólogo de Antonio Muñoz
Molina
Traducción de Fernando
Gutiérrez y Enrique Sordo
Galaxia Gutenberg-Círculo
de Lectores. Barcelona, 2005
864 páginas. 22,50 euros
A pesar de ello, Evgenia Ginzburg cumple con precisión el propósito inicial que la lleva a redactar sus notas: dar cuenta de una terrible experiencia como víctima de una represión iniciada para ella y otros comunistas en 1937, y que de un modo u otro ha de prolongarse por espacio de 18 años, con los zigzags de fases de esperanza y de desolación que se derivan de la trayectoria seguida por el sistema, desde la Gran Represión inicial dirigida por Yezov, el enano sanguinario, y prolongada por Beria, con el terrible campo de Kolymá como telón de fondo, hasta la liberación condicional diez años más tarde, el nuevo encarcelamiento de 1949, el sobresalto inmediatamente anterior a la muerte de Stalin y, en fin, las expectativas abiertas por el transitorio deshielo. Una mujer, con 30 años en 1937, ve su vida en gran parte destruida en los 18 que siguen, consiguiendo crear una historia de amor con otro deportado, marcada por una angustiosa sucesión de obstáculos. Y por encima de la cadena de sufrimientos y temores, logra con gran frialdad distanciarse de su propio sufrimiento y dibujar un cuadro objetivo en que la peripecia personal entronca con la tragedia de un colectivo, el de los perseguidos y deportados, así como con las vidas de aquellos con los que se relaciona en ese mundo. Víctima o culpable, el testimonio de Ginzburg, como los de Solzhenitsin, Reinaldo Arenas o Primo Levi, constituye un elemento imprescindible a la hora de forjar una conciencia pública en defensa de la libertad.
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