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'The Washington Post' pierde una exclusiva que guardó 33 años

La revelación del nombre mejor guardado del periodismo sólo puede entenderse a través de lo que ayer contaban los dos medios implicados, la revista Vanity Fair, que no sólo logró la exclusiva, sino el mantenimiento de la confidencialidad hasta que el texto estaba en la imprenta, y el diario The Washington Post, que primero ignoró, luego no confirmó y finalmente reconoció la identidad de su fuente más anónima. La lectura de ambos medios permite saber por qué la exclusiva no apareció primero en el Post.

Hace dos años, un abogado californiano se puso en contacto con el director de Vanity Fair para comunicarle que uno de sus clientes era Garganta Profunda. "Y quiere desvelarlo en las páginas de vuestra revista", advirtió.

El abogado se llamaba John O'Connor, que es quien firma el relato publicado en Vanity Fair, si bien fue retocado, investigado y redactado por varios periodistas de la publicación. Pero la revista estuvo a punto de perder la exclusiva por ajustarse a sus propias normas de estilo: se negaron a pagar, como O'Connor pedía.

La revelación había llegado hasta él de manera puramente accidental. El nieto de Mark Felt era compañero de clase de la hija de O'Connor. Poco a poco las familias fueron acercándose y la sospecha de los hijos y nietos de Felt -a quienes no terminaba de confiar abiertamente su secreto- llegaron hasta el abogado. Inmediatamente entraron en conflicto dos elementos que han marcado esta revelación: las intenciones económicas de la familia frente a la negativa del abuelo Felt de hacer pública su identidad.

Felt se negaba a desvelar su secreto porque lo consideraba en parte una humillación. Sus hijos le convencieron con un argumento nada profundo: si era él quien desvelaba su identidad, la familia podía ganar suficiente dinero con la exclusiva como para pagar las deudas y vivir con holgura. Felt aceptó. Pero puso una condición: sólo confirmaría su identidad si era con la ayuda de Bob Woodward.

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