El museo Jacquemart-André de París exhibe las máscaras del hombre
La exposición reúne 97 extraños rostros reunidos por los coleccionistas Barbier-Mueller
En el parisino museo Jacquemart-André, antigua residencia de unos coleccionistas que reunieron en las paredes de su casa a Rembrandt, Canaletto, Tieppolo, Chardin, Mantenga o Hals, se dan cita hasta el 28 de agosto 97 extraños rostros. Noventa y siete máscaras, algunas de ellas con más de siete mil años, otras ideadas a lo largo del siglo XX para proteger a los porteros de hockey sobre hielo o a los soldados de los gases tóxicos. La selección de máscaras procede de los fondos de otros coleccionistas, la pareja Barbier-Mueller, y luego la muestra viajará a Ginebra y Barcelona.
La exposición L'homme et ses masques (El hombre y sus máscaras) reúne una pequeña parte de la extensa colección -más de cinco mil piezas- de los Barbier-Mueller, que tienen abierto museo en Ginebra, centrado en las artes de Oceanía y África, y en Barcelona, en donde se presenta en un museo municipal su colección de arte precolombino gracias a un acuerdo de préstamo temporal, que estos días acoge la exposición Aves y felinos. Artes comparadas. Estos días, en París, la colección Barbier-Mueller tiene gran protagonismo, ya que, además de la exposición en el museo Jacquemart-André, otras piezas de gran calidad ocupan un lugar de privilegio en el Grand Palais para su Bresil indien, y 10 obras de origen precolombino dan una renovada categoría a la planta noble de la Maison de la Catalogne en su homenaje de Claude Lévi-Strauss. Los Barbier-Mueller
La presentación de las máscaras en el Jacquemart-André ha sido confiada a un comisario de excepción, el novelista, poeta y crítico Michel Butor. Es él quien las ha agrupado a partir de criterios muy personales -en tanto que máscaras meditativas, hilarantes, protectoras, inquietas o burlonas-, olvidándose de la época y la procedencia geográfica para buscarles otra hermandad que explicitan los poemas, uno especialmente escrito para cada una de ellas. Butor, que es el mítico autor de La Modification, uno de los textos básicos del llamado Nouveau roman, ese movimiento que quiso dinamitar desde dentro la novela, parte de la idea de asociar la máscara a la noción de coro, un coro que ya no es sólo de actores, sacerdotes o brujos, sino una agrupación de tipos atemorizados, risueños o bromistas.
Los anteriores propietarios de las máscaras eran el pintor André Derain, el poeta Tristan Tzara, el cineasta John Huston, el artista Andy Warhol, el conde Festetics, el profesor Czeschka, el museo etnográfico de Budapest, el millonario Charles Ratton, el coleccionista Richard Parkinson o el reverendo Samuel McFarlane, entre otros muchos.
El teatro japonés Nô, el no menos japonés Kagura, las tribus de Papuasia, los rituales religiosos tibetanos, las tradiciones funerarias chinas, los bailes de los mblo en la actual Costa de Marfil, las danzas de los sherdukpen en la India, el lujo de la cultura calima en lo que siglos más tarde será Colombia alimentan, de Norte a Sur, de Este a Oeste, la gran cantidad de variaciones sobre un mismo tema.
A veces el objeto, al margen de su indudable valor etnológico o de la calidad de la escultura, está realizado con materiales nobles, maderas preciosas o mármol, se sirve del oro o de joyas, pero en muchos otros casos es hijo del aprovechamiento de simples hojas de banana, de plumas de animales, del reciclaje de materias humildes. Lo que cuenta es la posibilidad que ofrece de convertirse en otro, de ser otro, de desplazar el "yo", de quedar liberado de la propia responsabilidad. La máscara permite, tal y como escribe Butor, que "Mi rostro que os escucha / esté coronado por otro más pequeño / que aún os presta mayor atención / pues lo que usted toma por plumas / es una parábola auditiva / sensible a que vuestra voz / transmita sin que usted lo sepa / deseos propios ignorados".
Babelia
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