"Soy una mezcla imposible en todo"
Tras cuatro años de tranquilidad vuelve con nuevo disco, 'Magia'. En lo personal, más serena; en lo musical, con el mismo corazón.
Anda Rosana Arbelo (Arrecife, 1963) combatiendo una de esas enojosas gripes a disposición ante la prensa. Atrás queda aquella mujer huidiza, a veces huraña, que se resistía agresivamente a los entrevistadores que intentaban hurgar en su persona. Tiene ahora nuevo trabajo, Magia, y nueva discográfica. Hace nueve años, cuando el periodista se encontró por vez primera con Rosana en la sede madrileña de la multinacional MCA (ahora, Universal), no podía imaginar que el siguiente cara a cara se desarrollaría en las oficinas de DRO, el sello que mejor ha cultivado el rock español desde principios de los ochenta. ¿Será que finalmente se ha decidido a grabar el disco de baladas heavy -"a lo Scorpions", especificaba- con el que siempre amenazaba? Se ríe la cantante: "Sigue estando dentro de mí. No renuncio a ese sueño. Si te fijas, en Magia me estoy acercando al rock con determinados guiños en coros o en guitarras. Pero si quieres saber los motivos de que haya terminado en la misma casa que Rosendo o Andrés Calamaro, te diré que no hay nada extraño; es una compañía que busca la creatividad, que piensa en el ser humano antes que en las ventas".
Hace ocho años, Rosana arrasaba en los Premios de la Música, en uno de esos arrebatos de unanimidad con que la industria del espectáculo premia a los triunfadores con cierto nivel de calidad. Ahora ha contemplado, en la última ceremonia de la SGAE, cómo otra cantautora se llevaba el santo y la peana con su primer trabajo. "Ah, Bebe. Desde que escuché Pafuera telarañas me pareció atrevida y diferente, que es justo lo que necesita la música española. A veces, oyendo la radiofórmula, tienes la sensación de que te están pinchando el mismo disco, con pequeñas variaciones en la voz; es como si todos los temas llevaran la misma presión, suenan como cañonazos que apagan cualquier personalidad. Con Bebe me pasa igual que con Jorge Drexler o Fito y los Fitipaldis: te podrán gustar o no, pero sus discos respiran, dan la sensación de que detrás está una persona real y no alguien que te mataría por vender 100.000 copias más".
No conoce a Bebe, pero, si se lo pidiera, compartiría con ella sus experiencias de 1996 y años posteriores: "Le recomendaría paz y paciencia. Que lo sufra con tranquilidad, que eso no se volverá a repetir, y que todo lo que venga después será más grato. Dar el pelotazo con el primer disco es una suerte y una maldición. A mí me pilló grande, con treinta y tantos tacos, pero sentí como con una apisonadora pasándome por encima. El resultado de ese éxito fue que me puse de uñas, a la defensiva. De ahí surgieron algunos choques y algunos malos rollos que ahora estoy intentando desenredar. Es que nadie, pero nadie, puede imaginar lo que supone saltar en cuestión de meses de estar cantando en el sofá de tu casa a presentarte en Las Ventas ante 20.000 personas. Mi vida cambió de tal manera que hubo quien creyó que se me había ido la pelota. Lo que pasó es que dejé de ser dueña de mi tiempo: el día tiene 24 horas, y era sencillamente imposible atender a todos los que me requerían. De repente rechazaba tal entrevista y ya era una borde. O iba a una emisora y las de la competencia me ponían en no sé qué lista negra. Coño, era como entrar en un campo de minas".
Explica Rosana que, igual que en los años del boom, actualmente no hace demasiada vida social: "¿Conciertos? No puedo ir a un local pequeño, ya que, quieras o no, mi presencia cambia las vibraciones, y al final siempre tienes que firmar autógrafos, saludar al que está actuando, y ¡yo soy lo más tímido del mundo cuando me bajo del escenario!". Reconoce que sí, que se considera un perro verde en la industria musical: "Esa parte de la vida artística que consiste en trasnochar Prefiero levantarme a las siete de la mañana que acostarme a esa hora. Me gusta ver amanecer con la mente despejada y la taza de café en la mano".
Los enfrentamientos de Rosana con los medios también obedecían a malentendidos derivados de sus particularidades. Entonces y ahora, ella revienta los tópicos del cantautor hispano, al que se supone activista y comprometido. Rosana no actúa en conciertos reivindicativos, no firma manifiestos, no lanza canciones sobre los asuntos que ocupan la portada de los periódicos. "Los estereotipos del cantautor no me sirven; yo quiero ser una persona libre, una artista que no se mueve por lo que decida tal o cual clan. Llevo diez años en activo como cantante y creo que nunca me he desviado de esa línea. A mí no me verás detrás de una pancarta".
¿En ningún caso? Precisamente estos días, los cabildos de Lanzarote y Fuerteventura están publicando anuncios en la prensa donde se manifiestan radicalmente opuestos a las prospecciones petrolíferas en aguas canarias. "Yo estoy también en contra, me parece fatal lo que estamos haciendo con la naturaleza. Como lanzaroteña e hija de pescador, me aterran esos planes y apuesto por las energías renovables. Pero no, ahora mismo no creo que me implicaría públicamente en esto. No concibo poner mi cara al servicio de una causa, aunque crea ardientemente en ella. Puedo mojarme, pero siempre individualmente, sin publicidad. Y lo he hecho". ¿Algunos ejemplos? Otra carcajada. "Si ahora te los enumerara estaría rompiendo mi propia petición de anonimato".
Sigue una viva discusión sobre quién es y quién no es cantautor. Rosana aplica la etiqueta a Sting, Michael Jackson o Alejandro Sanz, "a todo aquel que firme sus canciones". No exactamente: hay un lenguaje, un desarrollo musical, una voluntad de comunicación, una actitud ante la vida y el arte que distinguen a los cantautores. "Hombre, lo que me molesta es esa imagen del cantautor como tipo musicalmente aburrido que predica a los convertidos. Rechazo las fórmulas sonoras, pero también las ideológicas. Vamos, ni siquiera voto".
Por ejemplo, Rosana se alejaba del pelotón de los cantautores al declararse creyente, "aunque poco practicante". "Pero es que yo soy una mezcla imposible en todo. Como suelo decir, soy un tango cruzado con un bolero. Así que no puedo cumplir con los requisitos de ningún club. Ya sé que todo me hubiera resultado más sencillo si hubiera aceptado entrar en ese mundillo más o menos oficial de los cantautores, donde además me habían abierto las puertas, cosa que agradecí sinceramente a Joaquín Sabina y demás. Pero no, he preferido seguir con mi círculo: mis amigos no tienen nada que ver con la música. Creo que he mantenido una postura honesta, no me he inventado un personaje para prosperar en lo profesional. Aunque no tengo nada contra los que hacen algo así. De hecho, envidio a tipos como el que estaba detrás de Milli Vanilli: hacía su música y dos guapetones se ocupaban de venderla por las televisiones. Perfecto".
Sigamos rompiendo tópicos: asegura Rosana que nunca ha consumido ni alcohol, ni drogas, "aparte del maldito tabaco". Cuando alguno de sus músicos ha tenido problemas con las sustancias peligrosas, ¿qué ha hecho? "He pensado en la persona antes que en el instrumentista. He aguantado hasta que, al final de la gira, le he dicho que debe remediarlo o dejaré de contar con él. Tengo mucha paciencia, pero tampoco me contento con darle una palmadita y tolerar algo que va a destruirle. Cada uno se suicida con lo que quiere, claro, pero siempre he pensado que una adicción, cualquier adicción, es incompatible con la libertad. La verdad es que los conflictos han ido más por lo musical. Siempre hay genios que se empeñan en tocar algo diferente a lo que pide la canción, y yo les digo: si quieres tocar todo lo que te apetece, maravilloso, forma tu propio grupo y yo iré a verte".
Sabe Rosana que es esencial controlar férreamente las dimensiones comerciales de su arte: "Comencé componiendo para otros y enseguida entendí que el único patrimonio que tienes son las canciones, los derechos de autor. Tengo mi propia editorial, mi propia productora. Se llama Lunas Rotas, igual que mi primer disco. En lo que puedo, intento sacar adelante a otros músicos. He hecho producciones y escucho todas las maquetas que llegan a mi oficina, que son centenares, y procuro responder a cada una. Ahora estamos preparando algo con Carlos [Doménec, acompañante vocal desde los inicios], aunque seguramente yo no le produciré, para recalcar que su propuesta es diferente de la mía".
Asegura que se permite pocos caprichos, aparte de manías como no llevar reloj. "¿Lujos? Me compré un BMW con el primer cheque de la compañía, que eran tres millones de pesetas. Yo era tan pardilla que dudé mucho, tuvieron que convencerme de que no estaba haciendo un disparate. Todavía lo conservo, es un coche precioso. Ahora sólo derrocho dinero para regalar a los míos cosas que les apetecen. Pero si tengo que pagarme un billete de avión, elijo la clase turista. ¡Y nunca perdono los puntos de Iberia Plus!".
El destino habitual de Rosana es Lanzarote. "La familia es lo primero en mi escala de valores. Puedo agarrar un avión y plantarme en Lanzarote, comer con ellos y volverme a Madrid por la noche. Vamos, y lo haría más veces si Lanzarote tuviera más vuelos, que en eso también se nota la doble insularidad. Es una necesidad imperiosa, sólo los isleños pueden entenderlo. En algún momento me haré una casa allí, en primera línea de playa; de momento, me acoge alguno de mis ocho hermanos".
Uno imagina que, si vuela tanto, Rosana tendrá la oportunidad de conocer a mucha gente, aunque no sean más que los compañeros de asiento. "Y lo agradezco, tengo mucha fe en el ser humano y estoy dispuesta a aprender de cualquiera. Soy una persona de primeras energías, me quedo muy fascinada con gente que igual luego me decepciona. En los aviones coincido con muchos surfistas. Yo también hago surf y congenio con ellos; son personas muy bohemias, que viven al día, que viajan en busca de la ola perfecta. Mi gente preferida es la que lleva la bohemia en el corazón, aunque vaya con traje y corbata o, qué sé yo, con uniforme de la Guardia Civil".
Si le diera por viajar tendría claro su destino favorito: "Hispanoamérica es siempre alucinante. Allí no me siento nada extraña. Me pasma ir a Colombia y que me sirvan un plato típico que resulta ser igual a las papas arrugadas canarias. América son acentos, costumbres, pensamientos que me recuerdan a mi tierra. México me vuelve loca, recibo muy bien su intensidad. Y su delicadeza. Recuerdo haber ido allí con un músico que la primera noche me vino a ver muy mosqueado: "Ha entrado una chica del hotel a decirme que si quería que me hiciera 'la cortesía'; me he quedado tan cortado que le he dicho que no, gracias". Tuve que explicarle que no ofrecía sexo, que simplemente quería abrirle la cama y dejarle un bombón sobre la almohada. Al mismo tiempo, allí te encuentras con una violencia aterradora. He visto cosas en Bogotá que prefiero ni recordar. Y la presencia de las favelas de Río es como el recordatorio aplastante de lo injusto que es el mundo".
Como buena deportista -"todo lo que sea agua y raqueta, eso es lo mío"-, procura cuidarse: "Mi punto débil es la espalda, consecuencia de un accidente tremendo que tuve en Lanzarote. El estrés se me manifiesta con dolores paralizantes y hay veces que tengo que pincharme, aunque yo prefiera los masajes y las medicinas alternativas". Le apasionan los libros espirituales o de autoayuda: "Apenas leo novela, para la ficción recurro al cine. Al fin y al cabo, un disco es como una de esas películas hechas de capítulos. Quiero pensar que mis canciones llevan aparejado un paisaje, que sugieren un fondo de naturaleza no contaminada".
Y no pasa mucho tiempo ante el ordenador: "Aparte del que dedico a trabajar con mi música. Pero soy una negada para Internet, tengo que recurrir constantemente a mis sobrinos. ¿Qué les pido? Que me localicen canciones. Por aquello de no dejarme influir por lo que está de moda, prefiero buscar música con cierta solera. Y me encantan las rarezas que encuentras en la Red. Por ejemplo, una versión mortal de Are you lonesome tonight?, en la que Elvis se ríe de los agudos de una corista. O el primer disco de Nika Costa, el que grabó con su padre. Ojo, yo no me bajo las canciones: yo quiero tener el disco físico, con su galleta y con su carpetilla. Creo que Internet debería ser el escaparate de la música, el primer paso para vender discos".
Confiesa que ha aprendido a quererse: "Antes decía que era la más fea de Lanzarote. Ahora, que me perdonen mis paisanos, pero he visto allí otras mujeres bastante más feas que yo. También hacía bromas con mi fealdad para romper ese mito de que sólo triunfan las cantantes guapas". Lo de triunfar, se apresura a explicar, no se mide por las ventas: "Con Lunas rotas, yo vendí dos millones y medio de copias en todo el mundo. Cuando salió el segundo, Luna nueva, y como se quedó en un millón, yo percibí cierta desilusión en mi anterior compañía. A mí me pareció normal; vamos, que me podía dar con un canto en los dientes. Además, pude reconquistar partes de mí que había perdido".
Hemos superado con creces el tiempo asignado para la entrevista, pero Rosana tiene ganas de hablar. Insiste en su receta para la pequeña felicidad: "Lo más importante es mantener la misma vida que llevabas antes, no permitir que te cambie la fama. Yo sigo yendo al cine, y allí hago cola para comprarme las palomitas. Voy al supermercado para hacer la compra, me paso cada poco por la Fnac. Mantengo mis amigos del principio. Soy todo lo contrario de esas personas que viven de contar sus andanzas en las revistas del corazón. Aunque, cuidado, yo creo que es legítimo ese trabajo, si lo llamamos así. Tengo menos simpatías por los famosos del cine o la televisión que buscan publicidad por esas vías. No sé, María Jiménez es una grande de la canción y me parece que se vende demasiado barata. No se me ocurre una cantidad por la que yo contaría mi intimidad. Yo comparto la mitad de mi vida, que es la música, pero el resto está bien guardadito".
Es herencia de su desaparecido padre, explica. "Lo más aberrante es que prefieras seguir las vidas ajenas por televisión en vez de escuchar a los que viven a tu lado. En mi casa, mi padre siempre decía que lo que importaba era lo que nos ocurría a los 10 que vivíamos bajo el mismo techo; cortaba tajantemente los cotilleos sobre los vecinos. Y yo lo he interiorizado, y ahora mismo te puedo asegurar que prefiero no enterarme de las intimidades de Sabina, Serrat, los Rolling, Metallica y demás artistas que me apasionan. De hecho, lo evito activamente; no quiero que se me caigan los ídolos. Si estoy viajando con mi banda y alguien empieza a contar un cotilleo de otro cantante, le pido que pare, por favor. Lo único que me interesaría saber es su técnica para hacer músicas o letras".
Pero, al menos, ¿puede Rosana entender la curiosidad por su vida amorosa? "No, no puedo aceptarlo. Además, revelar cosas de mi pareja sería abusar de su intimidad. Ni mis amigos ni mi familia tienen que pagar por el hecho de que yo sea famosa, lo de '¿has oído lo que ha dicho tu hermana?".
Ahora se arrepiente de su comportamiento en algunas entrevistas. "Por ejemplo, la que hice para El País Semanal en 1999. [Llegó a arrebatarle la grabadora a la periodista y borrarle una parte de la cinta]. Creo que le debo una explicación a la periodista, la pobre me cogió en un mal día. Entiendo que, precisamente, mi negativa a hablar de determinados temas excita a los periodistas, que insisten en ellos para ver si me sueltan la lengua. Yo acepto hablar de cualquier asunto si surge en la charla, pero no soy tonta: nadie va a sacarme lo que prefiero guardar".
El nuevo disco de Rosana, 'Magia' (DRO East West), se publica el 6 de junio.
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