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Reportaje:FIN DE SEMANA

Memoria de casetas y merenderos

En busca del punto de un arroz en la playa de Las Arenas de Valencia

Mientras amanece y el sol lame con lengua de oro la superficie del mar, en la orilla se afanan uno, dos, tres, cuatro pescadores de caña; pero todavía ninguna puerta se abre, ningún trajín se observa en los pequeños hoteles y restaurantes en primera línea de la playa de Las Arenas, en Valencia. La luz suave va iluminando los rótulos que nombran a los antiguos merenderos o casas de baño cuyo origen en algún caso es centenario: La Pepica, La Rosa, La Marcelina, L'Estimat, La Monkili, La Muñeca, Chicote, La Paz, Petit Miramar, Neptuno y otros tantos que a esta hora temprana se ven envueltos en silencio.

A veces la idea del pasado es una fotografía en blanco y negro que señala una playa amplia en la que se instalan barracones de madera desmontables con toldos de lona que acogen a bañistas que se ven contentos con sus trajes de baño a rayas, y mujeres, en otra fotografía, con vestimenta inverosímil resguardándose del sol en los antiguos panerots, refugios de mimbre que más bien semejan cáscaras gigantes de cacahuete plantadas en vertical. Pero el pasado también se alimenta del asombro por las cosas que uno oye, porque se las cuentan, y conoce normas que en otro tiempo protegían hasta de la felicidad de nadar. En 1835, por ejemplo, la autoridad parece molesta porque no cree que las normas se estén cumpliendo: "En los baños de mar se nota algún desorden. No hay quien cele vigorosamente para que los dos secsos (sic) se bañen con la debida separación". El decreto iba dirigido a quienes accedían al Poble Nou del Mar, que agrupaba al Canyamelar, Cabanyal y Malva-Rosa, un municipio que entre 1826 y 1897 fue independiente de Valencia.

De la ciudad de Valencia llegaban sus gentes por el Camí del Grau, hoy avenida del Puerto. Primero, en tartana; más tarde, en tranvía de tracción animal, y tiempo después, en 1892, en un tranvía de vapor al que la gente le puso el nombre de Ravachol, que era como se llamaba un famoso anarquista francés ajusticiado en esa época. Y en 1900 hubo tranvía eléctrico, aunque algunos amantes de la brisa marina ya accedieran a las playas en tren, pues el primer tramo ferroviario fue el de Valencia-El Grau, inaugurado en 1852, cuatro años más tarde que el Barcelona-Mataró.

El pasado es también un sonido que se imagina, y quien observa escucha ecos de otra época que anuncian un nuevo verano con el montaje de las casetas de baño, de los merenderos; concesiones de temporada, instalaciones de madera que se alineaban una al lado de otra de modo que no existieran medianeras entre ellas. El lugar de las casetas se adjudicaba mediante sorteo, pero en aquella transacción de azar estaba incluido el bien y el mal. El primero, representado por la parada del tranvía, y el segundo, por una acequia de aguas malolientes de la que huían los bañistas.

Un trotamundos y una mona

En 1923 hubo un verano extremo, y los propietarios de las casas de baño y merenderos decidieron alargar la temporada; pero un fuerte temporal de octubre arrasó las instalaciones, así que al siguiente año se permitió que éstas se construyeran de obra. Así fue que, en 1924, Francisco Balaguer (el marido de La Pepica) y 44 vecinos más pudieron instalarse definitivamente. Y ahora son los descendientes de algunos de aquéllos quienes cuentan, de tal modo que La Pepica es Josefa Marqués Sanchis, una mujer que en un carro llevaba comida y refrescos para la gente del puerto donde trabajaba su marido, Francisco Balaguer Aranda. Más tarde, en 1898, el matrimonio instaló su propio merendero. La Rosa es Rosa Doñate Romero, que regentaba un puesto de helados y limonada en la rotonda del puerto, y cuyo restaurante se fundó en 1925. Al decir L'Estimat, uno se refiere a Baltasar Gil Aznar, que le llamaron L'Estimat (El Estimado) porque de ese modo se dirigía a amigos y conocidos. La Muñeca no señalaba a ninguna mujer, sino que anunciaba que la antigua casa de baños era de uso exclusivo para señoras. Por otro lado, La Marcelina se apellidaba Aparicio López y fue de las pioneras en instalar merendero en la playa. La Paz no era otra señora, sino un deseo, el de que las bombas no volvieran a destruir la casa de baños. El Petit Miramar había tomado el nombre Miramar de un antiguo restaurante del puerto, pero uno de tantos temporales destrozó la edificación, y la gente, entre compasiva y ocurrente, comenzó a llamarle Petit Miramar porque la tempestad dejó en pie poco más de medio merendero. Y La Monkili, ¡ay, La Monkili!... Para conocer el origen de su nombre debemos recobrar la voz de un trotamundos francés que, acompañado de una mona, se paseaba por la playa cantando, con el fin de recoger algunas monedas. El estribillo decía así: "C'est le monde qui rit, c'est le monde qui rit", de donde quedó primero La Mondquiri y luego La Monkili.

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Y así, décadas después, los descendientes de algunos de aquellos propietarios continúan dando alojamiento y alimento (arroces, pescado y marisco) al viajero, al turista, al curioso y al lugareño. Platos como el arroz Pepica, en La Pepica (arroz de senyoret le llaman, porque el marisco está pelado); arroz con ortigas de mar, en La Rosa, y también allí el nuevo plato arroz Copa de América, con centollo y trufa; arroz de marisco, en L'Estimat; arroz Miramar, en el Petit Miramar, con base de arroz a banda y un sofrito aparte, o arroz con marisco pelado, en La Monkili. Y así... en tantos otros.

Cuando Ernest Hemingway, en 1959, regresó a España con el propósito de escribir El verano peligroso, en el que narra la rivalidad de dos toreros de fama, Antonio Ordóñez y Luis Miguel Dominguín, en el texto se habla de uno de estos restaurantes, pero también del lugar donde se encuentra. "Estábamos de buen humor y hambrientos, y comimos bien. Pepica es un negocio familiar y todo el mundo se conocía. Se oía romper las olas, y las olas relucían en la arena húmeda. Bebimos sangría servida en jarras grandes y, como aperitivo, salchichas, atún fresco, langostinos y tentáculos de pulpo fritos que sabían a langostas".

Ya el sol está alto y trajinan en los restaurantes, y se abren las puertas y las ventanas de los hoteles, y en el aire ya flota una neblina azul; pero, al anochecer, la luna lamerá con lengua de plata la superficie del mar y en la orilla se afanarán una, dos, tres, cuatro parejas, abrazándose y besándose.

Comida familiar en el restaurante La Rosa, uno de los más conocidos de la playa de Las Arenas, en Valencia.
Comida familiar en el restaurante La Rosa, uno de los más conocidos de la playa de Las Arenas, en Valencia.JORDI VICENT

GUÍA PRÁCTICA

Comer- La Pepica (963 71 03 66). Paseo de Neptuno, 6. Valencia. Unos 30 euros.- La Rosa (963 71 20 76 y 963 71 25 65). Paseo de Neptuno, 70. Valencia. Entre 35 y 70 euros.- L'Estimat (963 71 10 18 y 963 71 36 33). Paseo de Neptuno, 16. Valencia. Alrededor de 30 o 35 euros.- La Marcelina (963 72 33 16). Paseo de Neptuno, 8. Valencia. Entre 25 y 45.- Neptuno (963 72 95 61). Paseo de Neptuno, 66. Valencia. De 18 a 25.- Chimo (963 71 20 48). Paseo de Neptuno, 40. Valencia. Entre 20 y 30.- Restaurante La Muñeca (963 71 20 83). Paseo de Neptuno, 64. Valencia. Entre 30 y 35 euros.Dormir- Hotel Restaurante Neptuno (963 56 77 77). Paseo de Neptuno, 4. Valencia. La habitación doble, entre 120 y 215 euros.- Hostal Restaurante Chicote (963 71 61 51 y 963 71 62 90). Paseo de Neptuno, 34. Valencia. Doble, 51,36 euros. Comer, entre 18 y 25 euros.- Hostal Petit Miramar (963 71 51 42). Paseo de Neptuno, 32. Valencia. 58 euros la habitación doble. Comer, de 18 a 25 euros.Información- www.playadelasarenas.com.- Turismo de Valencia (963 60 63 53 y www.turisvalencia.es).

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