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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Disparates en cadena

Es una pena que la gira de Maragall a Oriente Próximo se haya visto salpicada por algunos embarazosos incidentes durante la etapa en Israel que desprestigian el nombre de Cataluña y el de España. No se trata de desdeñar los acuerdos logrados, pero sí de reseñar que son algo más que una simple anécdota esos disparatados incidentes en los que se ha visto envuelto el presidente de la Generalitat con la inefable colaboración del líder de Esquerra, Carod Rovira. Maragall sostiene que han sido explotados por quienes quieren impedir la España plural. Aunque así fuese, ello no justifica las meteduras de pata ni impide censurar tales gestos ni criticar los fallos de planificación por parte de la presidencia de la Generalitat.

El lío de las banderas en los actos ante la tumba de Rabin en Tel Aviv y las víctimas del Holocausto en Jerusalén nunca debió ocurrir. Es inexplicable que la Generalitat y la propia Embajada española no organizaran como es debido, y con todos los símbolos constitucionales, los distintos actos de este viaje oficial. El embajador Mirapeix deberá ofrecer las explicaciones que, muy justamente, le ha pedido el ministro de Exteriores, Moratinos, sobre la retirada en el último minuto de una cinta con los colores españoles en la ofrenda en la Ciudad Santa al tratarse de un acto de Estado. No es tampoco admisible la actitud de Carod de no sumarse al homenaje al asesinado ex primer ministro israelí por no ondear la senyera. Constituye un desaire a la figura de un líder extranjero en su propio país que no justifica ningún detalle simbólico como la presencia o no de la bandera catalana. El episodio de la sesión fotográfica a la luz pública, en la que Carod y el consejero de Economía, Castells, adornaron sus cabezas con sendas coronas de espinas mientras Maragall tomaba fotos, entra dentro de la categoría de las torpezas impropias de la dignidad institucional que debe acompañar al presidente de la Generalitat y puede herir sentimientos religiosos de muchos ciudadanos. Tampoco parece diplomáticamente una acción muy hábil, justo cuando Maragall visita Israel, que Esquerra solicite a la UE la suspensión del acuerdo de cooperación científica con Israel.

Es difícil encadenar más disparates en menos tiempo. Maragall debería ser mucho más prudente en sus viajes al exterior. Lo fue en sus giras cuando era alcalde y recababa los votos para la candidatura olímpica de Barcelona. No le falta, pues, experiencia. No es un ciudadano privado, sino el máximo exponente de un Gobierno autonómico. Muchos de los errores son fácilmente subsanables, pero si no los enmienda hará un flaco favor a su Gobierno, a sí mismo y a los intereses de Cataluña y, a la postre, de España.

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