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Entrevista:ANA | FALLECIDA DE CÁNCER A LOS 59 AÑOS | EL FINAL DE LA VIDA

"No puedo más. Esto no es vivir. Quiero despedirme de mis hijos y descansar"

Ana Alfageme

Cuando a Ana Carbajo le dijeron que la causa de esa tos que no se iba era un cáncer de pulmón, se derrumbó. Le vino a la cabeza la imagen de su tía Josefina: había muerto de la misma enfermedad, pero lo peor, y eso lo había visto Ana, es que falleció literalmente ahogada, presa de la angustia de que no le alcanzase el aire. "Yo no quiero que me pase eso", le rogó a su hijo Luis Guerra, "no quiero sufrir".

"Mamá, yo te prometo que no vas a sufrir", le respondió él.

Aquel día de mayo de 1997, Luis perdió el sueño. Es asesor fiscal, tiene dos hijos y dirige una empresa con 30 empleados, pero siempre había dormido bien. Se obsesionó con cumplir aquella promesa. Y lo hizo: dos años después, su madre, deshauciada y muy deteriorada, murió en su propia cama. Su angustia fue aliviada por una sedación terminal.

"Llámalo como quieras. Llámalo eutanasia. Pero mi madre murió de cáncer"
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Cuando le diagnosticaron el cáncer, Ana estaba en la mitad de la cincuentena, y había sido de esas madres que te muestran que las montañas están ahí y te animan a que las subas, pero no te llevan de la mano. "No nos hizo la vida fácil", rememora Luis, que ahora tiene 38 años, "llegabas con unas notas estupendas y te decía: 'No esperes que yo me sienta orgullosa, siéntete orgulloso de tí mismo, es tu vida'. La verdad es que nos enseñó a ser adultos". Ana era una maestra vocacional que estudió la carrera después de tener a sus cinco hijos, entre quienes construyó el fuerte nexo que ahora les une. Y fue también una superviviente. Veinte años atrás, con los niños muy pequeños, había sufrido un cáncer de mama, pero ella, que era recia, y dura, y muy castellana, siguió. Aprendiendo. Aprendió a jugar al tenis con cuarenta años. Hacía poco tiempo que se había aficionado al golf.

A Luis le gustaba ir a merendar con ella, como cuando volvía de la facultad. Entre el café y las madalenas, hablaban de amor, de Dios, de sexo. Muchas tardes, la vida pasaba por encima de la mesa de aquella cocina. Mientras tanto, Ana se sometió a quimioterapia e intentó seguir con su vida: cuando se le cayó el pelo se compró una peluca, y la llevó sin complejos. Cuando podía se iba a su casa de Mallorca y jugaba al golf. Alguna vez se llegó a desmayar en el campo. Pero se levantaba y volvía a tomar los palos.

Hasta que, dos años después, la sesión de quimioterapia prevista no llegó a ser suministrada. "Los médicos dijeron que no podían hacer nada más por ella. Digamos, por hacer un símil, que su coche se había colocado cuesta abajo y se iba a estrellar. Puedes ir viendo lo que ocurre mientras te deslizas hacia el fin e ir pisando el freno. O dejar que descienda a tumba abierta. Mi madre quería eso. No quería frenos", explica Luis.

"En el momento en el que no pueda ir sola al baño, me dejais en paz", había dicho Ana a sus hijos. Ese momento se acercó en agosto de 1999. Había pasado las vacaciones en el pueblo leonés donde nació. Cuando volvió a Madrid, ya no se levantó de la cama. No quiso ingresar en el hospital. Les mandaron un médico y un asistente social de Cuidados Paliativos. Pero ella quería, de alguna manera, levantar el pie del freno. Esos días, sus hijos le llevaban al baño. Ella, una coqueta impenitente, veía la imagen que devolvía el espejo y se derrumbaba.

Meses atrás alguien les había pasado el teléfono de Fernando Marín, el responsable de Encasa,una asociación que provee cuidados paliativos a domicilio. Ana, que sufría metástasis cerebral, tal y como la vio Marín aquel septiembre, no comía, no dormía, tampoco podía leer, sentía naúseas, mareos y sufría episodios de desorientación. Cuando conversaron, dijo al médico: "No puedo más. Esto no es vida. Quiero despedirme de mis hijos y descansar".

Fernando sostiene que la sedación terminal estaba indicada por sufrimiento psicosocial, uno de los casos que los expertos contemplan en un porcentaje importante de casos (del 21% al 54%, dependiendo del estudio). "Ana no tenía dolores", recuerda Marín, "pero ya no podía más. Era una mujer que quiso tener el control de su vida hasta el final. Deseaba morir sin sueros, ni sondas, ni pañales. Si no se le hubiera sedado, habría vivido quizá algunos días más. Pero no mucho más". "Se ha tenido en cuenta su derecho de autonomía, las instrucciones previas que ella había dado a sus hijos y que repetía constantemente", dictamina la experta en Bioética Carmen Sánchez Carazo. "En sus últimos días de vida, según los clínicos, con un importante estado de angustia psicológica y ansiedad, fue sedada. Éticamente, se ha respetado el derecho-principio de beneficencia (paliar el dolor físico y psíquico) y el derecho-principio de autonomía (tener en cuenta las decisiones previas). Legalmente, se ha procedido a quitar su dolor psicológico y angustia inaguantables."

Un día, Ana convocó a sus hijos para despedirse. El recuerdo de aquella tarde provoca lágrimas en Luis. "No quiero morirme", les dijo llorando, "porque todavía me quedan muchas cosas por hacer. Me gustaría ver crecer a Inés [la hija recién nacida, entonces, de Luis]". Sus cinco hijos se comieron el llanto y le dijeron que les mirase, que todos tenían una vida digna, que estaban allí, junto a ella. "Sí, pero aún no he disfrutado de cosas que querría disfrutar", respondió, "y sé que me voy a morir". Al día siguiente, Fernando le puso una vía y explicó a los hijos qué fármacos debían inyectarle. Ana se durmió. Al cabo de dos días, murió. Sonriendo. Tenía 59 años.

Desde entonces, todos los diecinueves de septiembre, Luis se toma el día libre, pasea, visita a sus tías y piensa en Ana. "Haber podido cumplir mi promesa hace que ahora pueda hablar de mi madre así, con la serenidad con la que que hablo", dice. "En Nepal vi una pira funeraria y a unos niños jugando con el brazo del cadáver. Entendí que, en esas culturas, la muerte convive con la vida. Y yo pienso que la muerte es parte de la vida. Hay que mirarla de cara, como mi madre. Ella tuvo una muerte digna. Puedes llamarla como quieras, le puedes llamar eutanasia, pero mi madre murió de cáncer". Dolores Vila-Coro, catedrática de Bioética y Biojurídica de la Unesco, considera que no se trata de un caso de eutanasia, sino de sedación terminal: "La eutanasia es inyectar un fármaco que produce la muerte directa, a las pocas horas. Esta mujer tardó en morir unos días, como ocurre en la sedación terminal. La angustia es una forma de dolor y ella sufría angustia agónica o preagónica".

Luis se mueve por Madrid en moto. "Antes decía que quería morir en un accidente. Un instante y ya está. Pero después de esta experiencia deseo hacerlo como mi madre. En mi casa, rodeado de mis hijos, durmiéndome".

Ana Carbajo, en una foto familiar tomada en Mallorca.
Ana Carbajo, en una foto familiar tomada en Mallorca.

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Sobre la firma

Ana Alfageme
Es reportera de El País Semanal. Sus intereses profesionales giran en torno a los derechos sociales, la salud, el feminismo y la cultura. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS, donde ha sido redactora jefa de Madrid, Proyectos Especiales y Redes Sociales. Ejerció como médica antes de ingresar en el Máster de Periodismo de la UAM y EL PAÍS.

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