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Columna
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Pulso

Enrique Gil Calvo

El debate de este año sobre el estado de la Nación parece destinado a ser crucial y decisivo, además de resultar apasionante al desarrollarse como un intercambio de inesperados golpes de efecto cargados de resonancia dramática. Tras la prolija obertura del presidente del Gobierno destinada a justificarse, la primera sorpresa del debate fue la brutal diatriba de un desconocido Rajoy, que, renunciando a su calculada ambigüedad, optó por sumarse como un energúmeno a la vengativa cruzada del resentimiento aznarista. Pero no menos sorprendente fue la firme resistencia del presidente del Gobierno, que supo defender con autoridad la firmeza de su postura. Lo cual no detuvo al jefe de la oposición, que optó por echarle un pulso al Estado en la materia más sensible de todas, como es la política de seguridad pública. Así, en tan sólo 15 días, al presidente Zapatero le han echado dos pulsos que amenazan con desestabilizar su primera legislatura. Primero fue el plan Maragall, que rompió el pacto de Santillana entre los barones socialistas sobre la España plural. Y el miércoles pasado vino el pulso de Rajoy, que ha roto tanto el antiterrorista pacto de la libertad como el pacto de la lealtad sobre la reforma institucional.

Semejante coincidencia no es ninguna casualidad, pues si Rajoy ha considerado oportuno entrar a matar en este preciso instante, ha sido sin duda debido a un cálculo de oportunidad. De Rajoy se esperaba que mantuviera su equidistancia entre el aznarismo radical (que mantiene la tensión entre sus bases, evitando fugas hacia la abstención) y el centrismo reformista (presto a recuperar el voto de clase media ahuyentado por la mala fe de Aznar). Pero en lugar de eso, ha optado por radicalizarse, creyendo llegada la oportunidad de ejercer su poder de veto. ¿Por qué lo ha hecho precisamente ahora? Rajoy ha elegido este momento porque le ha parecido la ocasión más propicia. Antes hubiera sido demasiado pronto, pues necesitaba una excusa justificada para poder cargarse de razón: esa coartada se la ha brindado Maragall, al presentar su plan de financiación confederal. Y después podría resultar demasiado tarde, pues la oferta por ETA de una tregua indefinida parecía inminente, y a Rajoy le convenía denunciarla antes de que se produjera para descontar su efecto por anticipado. Así, cuando esa tregua se anuncie, Rajoy podrá decir que ya lo había predicho él antes, quedando legitimado para calificarla como una trampa.

Pero, oportunismos tácticos al margen, la elección de Rajoy responde a otras razones estratégicas, tanto internas como externas. Gracias a su diatriba del miércoles, Rajoy ha logrado consolidar por fin su liderazgo en el PP, que ahora ya no le discutirá nadie. No sólo ha exhibido una oratoria lapidaria comparable a la de Aznar, sino que además ha demostrado saber esperar a que llegara su oportunidad. En cuanto a los efectos externos, su pulso pretende desestabilizar a Zapatero, cuya ambiciosa agenda institucional dependía por completo del poder de veto que ostenta el jefe de la oposición. Por eso, con el pulso de Rajoy se le abría a Zapatero un dilema de casi imposible solución, teniendo que optar entre dos salidas igualmente perversas: o echarse en brazos de los nacionalistas, confirmando así la profecía de Rajoy, que buscaba empujarle a ello, o renunciar a cumplir su programa político, lo que implicaría amortizar prematuramente su primera legislatura con el riesgo evidente de abandonar sus esperanzas de reelección.

Pues bien, el presidente del Gobierno ha optado por aceptar el pulso de Rajoy, al adelantarse a los acontecimientos, siendo él quien toma la iniciativa de plantear a los terroristas una oferta de negociación, en un claro desafío al PP a que se atreva a oponerse a las esperanzas públicas de pacificación. No se sabe si Zapatero juega de farol o esconde algún as en la manga. Pero lo cierto es que su envite, aunque a la corta le permita salir ganando, a largo plazo encierra un peligro muy serio, como es que los terroristas puedan salvar la cara con cierta impunidad, dignificando en última instancia su lucha armada.

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