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Reportaje:

Ni sí ni no, sino todo lo contrario

A dos semanas del referéndum sobre la Constitución europea en Francia, los sondeos muestran un empate técnico

A dos semanas del referéndum sobre el Tratado Constitucional europeo en Francia, todo sigue en el aire. En las filas de la mayoría gubernamental y del núcleo central del Partido Socialista, el pánico ha sido sustituido por la efervescencia de los que vuelven del borde del abismo. Entre los partidarios del no, especialmente en el autoproclamado no de izquierdas -hay muchos noes y muchos síes- se detecta una evidente irritación, la de quienes creían haber tocado el cielo y ven cómo se aleja. Todas las encuestas que a finales de abril mostraban el tozudo rechazo a la Carta Magna, señalan ahora una clara recuperación del sí; la mayoría de sondeos, incluso lo sitúan ligeramente por encima del no, aunque para los expertos la situación sea de empate técnico.

En la derecha gana el 'sí', pero la clave está en la posición de los socialistas franceses

La evolución de la opinión pública ha sido sorprendente. Durante el otoño y hasta bien entrado el invierno, los sondeos parecían justificar la apuesta del presidente Jacques Chirac de convocar un referéndum, pese a la comprobada tendencia francesa de convertir estas consultas en un plebiscito sobre el poder. A principios de año el ganaba ampliamente, por encima del 60%, pero en marzo, al asomar la primavera, sonó la alarma. El no empezó a crecer hasta que el 12 de marzo salió la primera encuesta que lo daba ganador. Y durante semanas siguió creciendo imparable hasta llegar a superar el 60%.

El politólogo Pascal Perrineau tiene una explicación para lo sucedido. "A mediados de marzo", recuerda, "se produjo una confluencia de malestares: baja del poder adquisitivo de los funcionarios, se conocieron los espectaculares salarios de algunos jefes de empresas y salieron a la luz casos de corrupción. En paralelo hubo el episodio del apartamento de 15.000 euros al mes del ministro de Economía, Hervé Gaymard, y también por esta época hubo un repunte del paro". Todo esto, según Perrineau, permitió que se instalara un pesimismo político y social en la sociedad. "Y el referéndum fue el chivo expiatorio", añade.

En el seno del Partido Socialista, donde el ganó la consulta interna, los perdedores vieron la gran oportunidad. Alentados por el ex primer ministro Laurent Fabius, y abanderados por el que fuera primer secretario del PS en los años del posmitterrandismo, Henry Emmanuelli, los perdedores de la consulta desafiaron al primer secretario François Hollande y empezaron a hacer campaña por el no en compañía de los comunistas y la extrema izquierda configurando el no de izquierdas basado en la demonización de la Europa liberal que la Constitución implantaría, causa de todas las deslocalizaciones y gran tiburón que devoraría todos los servicios públicos.

El malestar social y los miedos que subyacen en la sociedad francesa a cualquier cambio, jugaron a favor y el no se instaló en Francia. El momento álgido llegó con la aparición de Chirac en televisión, el 14 de abril, en un programa con 80 jóvenes que le hicieron toda clase de preguntas sobre sus problemas y su futuro, pero casi ninguna sobre la Constitución. "No os comprendo", les dijo Chirac. El no llegó a su punto más alto, pero fue también el momento de inflexión.

El Gobierno empezó a emplearse a fondo, pero ésta no parecía ser la solución, porque todas las encuestas mostraban que en la derecha ganaba el y que la clave estaba entre el electorado socialista que se decantaba mayoritariamente en contra del Tratado Constitucional, en buena parte, para pasarle factura a Chirac por los votos que le entregaron en 2002 para derrotar al ultraderechista Jean Marie Le Pen. Ante la blandura de Hollande, que seguía siendo desbordado por los rebeldes del no, tuvo que ser el ex primer ministro Lionel Jospin, el hombre que se había retirado de la política tras perder la primera vuelta de las presidenciales, el que saliera de su retiro y diera una llamada a la atención por televisión. "Los franceses tienen ganas de decir: ¡mierda!", les había dicho Jospin a los militantes durante la celebración del centenario del partido.

A finales de abril el debate se hace más denso, más complejo, y el empieza a remontar. Se hace evidente que el debate no había sido sobre el proyecto de Constitución, sino sobre otra cosa. A diferencia de otros países europeos, empezando por España, en Francia durante las últimas semanas se está viviendo un auténtico debate nacional. El articulado del tratado se desmenuza, las listas de libros más vendidos se llenan de interpretaciones de la Constitución y la campaña se hace omnipresente.

Tampoco es de extrañar, porque los protagonistas de la campaña son muchos y variados. Hay muchos síes y muchos noes: un de derechas y un no de derechas; el primero asumido por la mayoría gubernamental, y el segundo, por el ultraderechista Frente Nacional. Un no de izquierdas, que reúne a socialistas rebeldes, comunistas y toda la extrema izquierda, y el de izquierdas que propugna oficialmente el PS. Para el no, esta cohabitación de ultraderechistas y socialistas se ha convertido en un talón de Aquiles que aprovechan los partidarios del para descalificarles.

Pero con un crecimiento económico estancado en un 1,5%, un desempleo que ya ha superado el 10% y con el goteo de las deslocalizaciones industriales, la campaña del no sigue teniendo muchas bazas. Las campañas, además, le van mal a la economía francesa.

[En Holanda, donde se celebrará el referéndum sobre la Constitución europea el 1 de junio, un nuevo sondeo muestra un 55% a favor del no y un 45% a favor del , informa Europa Press].

Partidarios del <i>sí </i>a la Constitución europea, durante un mitin del líder conservador Nicolas Sarkozy en París.
Partidarios del a la Constitución europea, durante un mitin del líder conservador Nicolas Sarkozy en París.EFE

La rebelión del lunes de Pentecostés

Tras la dura canícula del verano de 2003, cuando los franceses comprobaron horrorizados la mortandad que el calor había causado entre la gente mayor y el desamparo en el que se encontraban, el Gobierno decidió instaurar una jornada de trabajo especial para financiar un plan destinado a mejorar las residencias y aumentar la asistencia a los ancianos. Se decidió que fuera el lunes de Pentecostés, una fiesta tradicional en Francia y en toda Europa, uno de los puentes más clásicos de la primavera. Pero ahora que ha llegado se ha producido la rebelión. El 70% de los franceses no quiere trabajar el lunes, según una encuesta de Le Parisien. Los sindicatos han llamado a la huelga e incluso algunas asociaciones han recurrido al Tribunal de Estrasburgo por considerar que se trata de una jornada de trabajo forzado, contraria a los principios de la Unión Europea.

El Gobierno, y a su frente el impertérrito Jean Pierre Raffarin, cuyos días en el hotel de Matignon están siendo descontados en el mismo sentido que la cuenta atrás para el referéndum, se ha mantenido en sus trece. "Es la ley y habrá que trabajar". Pero nadie sabe qué hacer. Los hoteles desvelan que tienen muchas reservas para la noche del domingo al lunes, las escuelas no saben si abrir o cerrar, muchas empresas han decidido no trabajar a base de acuerdos internos, e incluso los taxistas parisienses dudaban ayer entre si cobrar tarifa de día festivo o no.

Nunca como ahora se ha puesto tan en evidencia el doble discurso que practica la sociedad francesa con la complicidad de sus élites. No es de extrañar que Francia sea el país que consume más antidepresivos de Europa. La solidaridad, tan proclamada, luce por su ausencia en este caso, pero también en el discurso básico que subyace en el debate sobre la Constitución europea.

El que fuera ministro de Cultura con Mitterrand, Jack Lang, lo reconoce. "Es muy, muy doloroso, que ciertos responsables de la izquierda no hablen en ningún momento de solidaridad internacional, ni se acuerden de África ni de los países en desarrollo. Es como si Europa se resumiera en las pequeñas querellas de algunas facciones de Francia".

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