La verdad de Natalia
Es una de las actrices con más talento de su generación. Argentina llegada a España con 11 años, Natalia Verbeke esconde muchas caras tras una fachada risueña y una mirada desbordante. En esta entrevista, la protagonista de la serie 'Al filo de la ley', que tiene tres películas pendientes de estreno, descubre su lado más íntimo y obsesivo.
De pie sobre una silla de madera, rodeada por tres mujeres que, ahora, le llegan a la altura de las caderas y le recogen el bajo de un vestido larguísimo, floreado y con la espalda descubierta. Desde esa altura superior a los dos metros, la generosa sonrisa de Natalia Verbeke recibe a los estupefactos visitantes. "Hola", exclama entre risas mientras extiende la mano desde los cielos a modo de saludo. "Vaya, vaya", dice una voz grave desde la puerta. Las sonrisas de las encargadas de vestuario se dirigen hacia Leonardo Sbaraglia. También la mirada de Natalia: "Ahora tú no vayas vestido como un homeless, ¿eh?", le espeta a su compañero de reparto en la serie Al filo de la ley. Y luego, dirigiéndose a las mujeres que le rodean: "Es que cuando vio que en la invitación de la fiesta ponía que había que ir con esmoquin, ¡puso una cara!". Leonardo hace algún chascarrillo más y, para tristeza de algunas de las presentes, se va. "¿Vais a ir juntos a la gala de esta noche?", le pregunta alguien con envidia contenida a Verbeke. "No, él va con su hermano, y yo, con la mía", explica mientras se baja de la silla y ensaya si el largo del diseño de Carolina Herrera le permite caminar. "Ah, pero ¿tiene hermanos?", pregunta otra. "Sí, dos. Uno mayor o y otro menor", responde ella comprobando que el escote no se le abra excesivamente. "¡Guau!", gritan las tres al unísono. Ella se ríe y chilla hacia el desierto pasillo: "¡Leo, ven! Que aquí hay interés en tus hermanos", y luego vuelve a reírse junto a las mujeres que cada día, desde hace tres meses, la visten como Elena Castro, el personaje que Natalia interpreta en la serie de abogados producida por Plural Entertainment para TVE.
Vestido de princesa, pero ya a ras de suelo, el voluptuoso cuerpo de Natalia se despide y desaparece por los grises pasillos de estos enormes estudios, situados a 34 kilómetros de Madrid y que comparten con la película Alatriste. La sesión de vestuario de estrella ha acabado. Toca volver a trabajar y seguir filmando el octavo episodio de la que es su segunda aventura televisiva, tras el fracaso de El pantano (que Antena 3 dejó de emitir tras ocho de los 13 episodios previstos). Y es curioso que cuando vuelve a aparecer, con traje chaqueta y caracterizada de abogada idealista, parece otra persona. Completamente distinta. Mismos ojos desbordantes y mismo tono de voz, para una nueva persona. Una actriz popular a la que nadie reconoce por la calle. Que cambia de peinado y de perfume con cada personaje. Que, se intuye, esconde muchas caras tras la fachada risueña de una chica que acaba de cumplir los 30 años. "Un actor es un niño pequeño jugando y disfrazándose. Yo necesito cambiar constantemente de imagen porque eso me ayuda. Si me veo a mí misma, no puedo hacer el personaje. Y si de un personaje paso a otro con el mismo aspecto, no me divierto. Esto es diversión, es jugar a cambiar, a ser otro".
Habla en un largo descanso en el que Natalia no tiene escena, arrebujada en un sofá de una sala desnuda contigua a su camerino. Es una forma muy lúdica de enfocar el trabajo de un actor "Es que esto tiene que serlo. Sacas mejores cosas cuando te permites jugar, correr riesgos y reírte de ti mismo. Hay que ser muy payaso para ser actor y desprenderse de prejuicios. Eso es difícil, porque soy muy crítica conmigo misma, pero lo que me ha enseñado mi maestro Juan Pastor es que si no te diviertes, esto no vale la pena".
-¿Le chocó este planteamiento tras sus largos años de estudiar ballet, una disciplina cargada de censura?
-Sí. El ballet para mí fue exactamente eso. Mucha censura y autocrítica y el problema con el cuerpo que te provoca. Y al entrar en la Escuela de Arte Dramático descubrí que me podía permitir jugar. Aunque me costó mucho, porque venía de la restricción y tenía mis complejos y mis cosas.
-Entonces, ¿fue una liberación cambiar el ballet por la interpretación?
-Bueno, no fue así. No dejé el baile por actuar. Bailaba porque me gustaba, pero no con la intención de ser bailarina. Lo que pasa es que yo lo hago todo de manera obsesiva y tengo que hacerlo lo mejor posible. Por eso me dediqué así al ballet. Es lo mismo que me obligaba a sacar las mejores notas en el colegio, a pesar de que mis padres nunca me presionaron para que estudiara. El ballet no me gustaba, no disfrutaba, pero me entregué totalmente. Así que lo que fue una liberación fue poder ir a muerte con algo que me apasionaba.
-¿Se castigaba a sí misma?
-Muchísimo. Lo he hecho desde pequeña. Pero ahora me perdono más. Por suerte, porque sufría mucho. Y ahora lo paso mal, pero de otra manera. Porque relativizo un poco más. Mi profesión es importantísima, pero desde hace poco tiempo también lo es mi vida. Antes, para mí lo único que contaba era trabajar en ciertos proyectos y conseguir un determinado papel. Ahora ya no.
-¿Se arrepiente?
-No, no. Eso es lo que me ha llevado a conseguir mi sueño. Y en ese momento era lo que necesitaba, y nada me hacía más feliz. No, no cambiaría nada.
-¿Qué pensaba su familia de su comportamiento?
-Cuando estaba en COU quería irme un mes a Canadá a estudiar inglés. Pero como yo era tan obsesiva y no salía y sólo estaba en casa estudiando y sufría, mi padre me pidió por favor que sacara un suficiente. Y me prometió que si lo hacía o si salía un poco más, me pagaría el viaje. Pero no lo saqué nunca. No pude, fue superior a mí. Y ésa era su actitud. Mi hermana es 18 meses mayor que yo, y cuando ella aprendió a leer yo también quería hacerlo. Pero no me tocaba. Y lloraba y lloraba. Mi padre me dijo que no había que apresurar las cosas, que todo llegaba. Lo admiro mucho porque es capaz de disfrutar y a él le preocupaba ver cómo yo me tomaba las cosas. No sé de dónde me habrá venido eso, porque en mi familia nadie es así. Yo sola me he cargado con ese peso. Nadie me lo ha impuesto, y, de hecho, han tenido siempre la actitud contraria.
La Natalia veinteañera, actriz alegre y juguetona, frente a la Natalia adolescente, bailarina obsesiva y triste. Otra vez dos caras. Aunque hay más. Por ejemplo, la Natalia de perfecto acento argentino que saltó a la fama en 2001 con la película El hijo de la novia frente a la castiza que remató su popularidad al año siguiente con El otro lado de la cama. Nacida en Buenos Aires, pero instalada en España desde los 11 años, Verbeke es una actriz camaleónica hasta en su nacionalidad. "En Argentina me ven como una actriz suya, y yo me considero una actriz de ellos porque he nacido en Buenos Aires y he pasado mi infancia allí. Pero también me considero una actriz española. Así que mi corazón está dividido y no puedo elegir entre un país y el otro".
-¿Le costó adaptarse a España?
-Sí, muchísimo. Lo pasé muy mal durante cuatro años. No hablaba, me refugiaba en mi mundo imaginario y sólo soñaba con volver a casa. Echaba mucho de menos a mi familia, a mis vecinos
-¿Se sintió bien recibida?
-Bueno, fue difícil. Sobre todo porque yo venía sin querer venir. Y cuando uno viene así se cierra a todo. El lenguaje es distinto, los juegos también. Parecen tonterías, pero son cosas que cuentan cuando tienes 11 años. Y luego también estaban los comentarios de la gente: "Sudaca", "Vuélvete a tu país" o "Tu padre le está quitando el trabajo a la gente"
-¿Le resulta paradójico ser hoy una de las actrices más valoradas de un país que al principio no la aceptó?
-Cuando te pasa una cosa así luego necesitas mucho cariño. Así que lo llevo estupendamente [se ríe]. Cuando te has sentido rechazado, cuando has sentido que no encajas, ser querido es un lujo. Y lo agradezco. Pero quiero que quede claro que, al margen de esos comentarios racistas concretos, fui yo la que llegó a un país nuevo y no quiso integrarse al principio. Era pequeña y mi corazón no entendía.
La actriz no conserva hoy ninguna amistad de aquellos recreos solitarios en un colegio del Opus Dei en el que recaló cuando su familia dejó Argentina buscando un futuro mejor. En realidad, sus amigos son todos de la Real Escuela de Arte Dramático (RESAD), a excepción de Mario Vaquerizo (hoy, el marido de Alaska) y otra compañera de instituto a quienes conoció en los pupitres de BUP. Pero los recuerdos amargos no consiguen alterar el tono alegre de la voz de Natalia y, desde luego, no nublan su excelente humor en esta mañana de jueves. Un humor que gana puntos cuando la conversación se dirige a los trabajos en cine que tiene pendientes de estreno en España. Nada menos que tres. Una película de boxeo femenino (A golpes), una adaptación literaria junto a actores de la talla de Malcolm McDowell o Rutger Hauer (La tempestad) y un papel pequeño pero intenso en la próxima película de Marcelo Piñeyro (El método Grönholm).
Entre lo bien que besa McDowell ("La experiencia se nota. En todo", dirá entre risas), los ensayos con Piñeyro que nadie quería terminar y lo hecha polvo que le dejó interpretar a María, la protagonista de A golpes ("el personaje que más dolor me ha causado"), la mañana corre y la inquieta Natalia se excusa para ir a buscar algo de comer. De vuelta se cruza con Sbaraglia en el rellano y se ríe un poco con él. Vuelve a entrar con un sándwich de jamón y queso al que le quita cuidadosamente la corteza para comérselo a pequeños trozos. ¿Qué tal la relación con su compatriota y compañero de reparto? "Muy bien. Es muy fácil trabajar con él y es muy buen compañero. Además tiene muchísimo sentido del humor. Aunque al principio parece muy serio, en realidad no lo es". A pesar de sus múltiples proyectos cinematográficos y una experiencia catódica anterior fallida, Natalia se ha embarcado en la siempre peligrosa aventura televisiva. Aunque sea la primera serie de ficción rodada en alta definición por una cadena nacional en España, aunque la factura busque el tono cinematográfico y la réplica se la den actores como Emilio Gutiérrez Caba, Fanny Gautier o Sbaraglia, ¿le dio miedo? "Sí, cuando me lo propusieron tuve un poco de miedo porque no sabía si me apetecía estar tanto tiempo metida en esto, pero al leer los guiones me gustaron muchísimo. Los directores me encantaron y ¡lo pintaron todo tan bonito! Era imposible decir que no. Las condiciones son idílicas y estoy encantada", asegura.
Así lo parece, al menos, al volver al plató. Demostrando el gancho de la pareja Verbeke-Sbaraglia, antes de rodar deberán posar para un reportaje. Mientras otros actores ruedan una entrada furtiva al bufete Álvarez y Asociados donde transcurre la acción, ellos se encierran con el fotógrafo y exageran el gesto de examinar informes echándose uno sobre el otro jugando la siempre efectiva carta de la tensión sexual no resuelta. "Natalia es un encanto. Nos entendemos de maravilla y hay una química muy natural y mucha confianza", dirá después Sbaraglia mientras preparan las luces para que la pareja ruede una escena mucho más comedida que la que acaban de interpretar para promocionar la serie en una revista musical. Una actividad a la que Natalia y otros miembros del reparto dedican los huecos que la serie les deja. El resultado, un montón de recortes colgados en un corcho en la entrada del estudio. Ubicuidad mediática que se suma a lo que supone una audiencia televisiva. Aunque la serie no está reventando audímetros precisamente (de hecho, el programa La casa de tu vida, de Tele 5, y la serie Sin rastro, de Antena 3, le ganan en su franja), sus cinco primeros capítulos se mantuvieron por encima de los tres millones de espectadores. Más allá de la tiranía del share, en el mundo real eso es mucha gente. ¿Cómo escapa la esquiva actriz a semejante exposición? "En mi relación con el público no me siento agobiada. La gente es muy respetuosa. Supongo que si fuera Fernando Tejero lo llevaría de otra manera. Pero es difícil reconocerme, porque voy por la calle como un chico, y cuando se acercan es con una educación increíble. Y, por tanto, me da gusto. Y la prensa también me ha tratado bien. Incluso la del corazón. Me gustaría poder estar en una playa sin miedo a que me saquen fotos, pero asumo que mi trabajo implica exposición. No voy a estar pendiente de si alguien está ahí, porque no tengo nada que ocultar. Hay que relativizar; si no, no podría vivir". Y ése parece ser el gran objetivo de la penúltima Natalia. A la espera de lo que nos deparen sus futuras encarnaciones, claro.
La serie 'Al filo de la ley' se emite los jueves a las 22.00 en TVE-1. Más información, en la página 'web' www.alfilodelaley.com.
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